Día del niño en Paraguay

Por Emilio Mendoza

La triple alianza argentina, uruguaya y brasilera, había acorralado al ejército paraguayo. El final de aquella Guerra estaba a la vuelta de la esquina y el mariscal López marchaba hacia el norte con un extenuado ejército de huesos que iba cubriendo sus huellas. 400 km al sur, la última línea de la retaguardia resistía con fusiles y cañones, que ya sin municiones, disparaban piedras y arena.

Muertos los soldados de ese frente, 3500 niños de entre 8 y 16 años alzaron los uniformes de los caídos, se impostaron barbas hechas con lana y paja y se irguieron frente a la artillería de los 20000 soldados brasileros. Los que no cayeron bajo las balas, se abrazaban a las piernas de los militares invasores rogando no ser asesinados. Pero la rendición no era una opción para la ambición imperialista, antes de que acabaran las súplicas, atravesaban sus escuálidos cuerpos con chuchillos y bayonetas. La madres y niñas que se habían escapado al monte, fueron alcanzadas por las llamas de los incendios que habían provocado los militares brasileros. Misma suerte corrió el hospital de Piribebuy que albergaba niños y ancianos, heridos o enfermos.

“Ahorrar balas” era la orden del Conde d´Eu; eliminar “hasta el feto del vientre de la mujer”, la palabra del marqués de Caxias; y “purgar la tierra de toda esa excrecencia humana”, el sueño urgente de Sarmiento. Días después, caería Solano López en Cerro Corá y las noticias retumbarían en los portales de todo el mundo. En las más finas mesas de Buenos Aires, Rio de Janeiro, Montevideo y Londres se alzaron las copas para celebrar el triunfo de la tarea evangelizadora del libre mercado.

Los libros de historia argentina fingirán amnesia por casi 100 años, pero la roja tierra Guaraní seguirá gritando cada 16 de agosto por los niños de Acosta Ñú.

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