Por Editorial Sudestada
Sucedió el 5 de agosto de 2014. “No quería morirme sin abrazarlo”, dijo aquel día Estela, con la sede de Abuelas convulsionada entre abrazos, lágrimas, cantos y la mirada de ellxs dos como un todo, y como resultado de una búsqueda diaria que continúa a toda hora, para hacer de esta causa la historia grande de nuestro país y del mundo.
Guido, Ignacio, el hijo de Laura, que aquel agosto pudo abrazar a su abuela, y ella a él, para mirarse y reconocerse, para que un piano suene y sigamos llorando con el sueño con la mano y la mirada hacia adelante por todo lo que falta. Ese abrazo, y los que vinieron antes y llegaron después, de los 133 nietos y nietas que recuperaron su identidad, que conocieron la verdad de su historia, y por los más de 300 que nos faltan y que pueden estar a la vuelta de la esquina de cualquiera de nosotrxs.
Estela y su nieto. El pibe y su abuela. Laura y la Memoria bien presente. Abuelas y el abrazo que perdura. Una familia que se agranda a diario y que sueña con un poco más de Justicia, necesaria, urgente, con la Verdad como bandera, y los pasos entre rondas, charlas, compromiso, búsquedas y muchas más restituciones.
Un día único, inolvidable. Una de las tantas muestras de que los genocidas no nos han vencido.