Por Editorial Sudestada
En octubre del 77, en una peregrinación a Luján, las Madres para poder distinguirse entre la multitud, creaban uno de los símbolos más grandes la historia: el pañuelo blanco.
En las plazas, en las calles, en cada rincón de nuestro país y del mundo, caminando o pintado en una pared, en la remera del pibe que levanta el puño, en quienes continúan los sueños de lxs todavía no sabemos dónde están, en el dolor y la alegría, en el bastón y el brazo compañero, entre árboles y jueces, entre ovaciones y la ignorancia del negacionismo.
Pañuelo blanco, como símbolo y como escudo, en una espalda, en la mirada del compromiso, en la lucha que jamás termina, en la realidad para partirla al medio, en las mujeres para hacer historia, en el camino para la utopía lograda, en la espera de esos abrazos que no todavía no llegaron pero la puerta aguarda abierta, con algunas masitas, las lágrimas prendidas en el párpado y una familia más allá del apellido.
Pañuelo blanco como faro, como guía, para un pueblo que aprende a luchar, a no bajar los brazos, a gritar cuando nos piden silencio, a salir a las calles cuando todo se torne perdido. Pañuelo blanco del amor, contra el odio y la complicidad, contra la injusticia y la mentira que vuela por jardines sin flores ni aires. Pañuelo blanco para cerrar cuarteles y multiplicar conciencias.
Pañuelo blanco que continúa caminando, que traspasa de generación en generación los sueños, las conquistas y las causas, que estira la mano a la necesidad, que contagia sonrisas y derechos, que te abraza aunque no lo sepas, que te protege aunque no lo veas, que nos enseña para que podamos sentir a la libertad más cerca, para comprender al amor, y para sabernos vencedores en un mundo de vencidos.
Pañuelo blanco de Madres, de Abuelas, de un país con Memoria que grita bien fuerte: “El pueblo las abraza”.