Che Pibe, la historia de una fundación que desde Villa Fiorito viaja en bondi a todo el país

Foto: Melanie Franco

Podría ser cualquier barrio del conurbano. Manzanas que alternan tierra, colores y cemento. El Riachuelo demasiado cerca, décadas de contaminación que se respira y se toma, que queda en la memoria genética de cuerpos y familias. Aun existe la costumbre de los vecinos que salen a tomar mate a la vereda, que cuentan historias  de carencias y alegrías. Podría ser cualquier barrio del conurbano pero no lo es, porque se llama Villa Fiorito. Entonces ahí la cosa cambia, la referencia se vuelve ineludible y sus paredes se llenan de imágenes del hombre que supo trascender el fútbol para transformarse en leyenda, el abanderado de los pueblos humildes que en una villa nació. En este barrio que guarda el eco de los primeros pasos de Maradona, acá, hace 35 años, se creó la Fundación Che Pibe. 

Por Karina Ocampo

Cerca de las 4 de la tarde, el bullicio se eleva entre las paredes de la calle Milán. Todavía hace calor y en el patio los voluntarios reparten sánguches y jugo. Con el acompañamiento de una guitarra cantan una canción de despedida como parte de la rutina, que en verano se llama descolonia y el resto del año es escuela. La primera regla es que desde el vocabulario también se genera resistencia, una fundación que tiene la imagen del Che Guevara no condice con la definición de aquello que oprime. Algunos chicos se despiden y vuelven a sus casas de la mano de sus familiares. Los rezagados juegan con una pelota, se persiguen, corretean, esperan que los vengan a buscar. En una de las paredes, al lado de la puerta, una frase del Che dice:  “Sueña y serás libre en espíritu, lucha y serás libre en la vida”.
Che Pibe es una fundación dedicada a cuidar las niñeces más desprotegidas. Nació en 1987, —según cuenta su historia— con la Comparsita “Los Futuritos de Fiorito”, con el objetivo de paliar el hambre y las necesidades educativas del barrio. “El desarrollo integral de sectores y comunidades a través de actividades educativas, culturales, deportivas y recreativas”, sostiene el abarcativo es el estatuto. Primero jardín y biblioteca, después casa de niños, escuelita de fútbol y organización de campamentos, la fundación multiplicó la ayuda con la colaboración de artistas y voluntarios. Entre sus logros, León Gieco y Teresa Parodi cantaron para recaudar fondos en sus festivales. Diez años después, los jóvenes también encontraron su espacio de contención. 

Imagen: Melanie Franco

Hermanados
La familia Val tiene algo de sangre mapuche por parte de la abuela paterna. La ascendencia afro cubana se la otorgó el abuelo materno, la llegada de la invasión española a América hizo el resto. Algunos contextos determinan ciertas elecciones. Para Marcela y Sergio, la muerte temprana del padre tuvo un impacto demasiado grande. “Mi papá fumigaba el campo. Y murió porque se desmayó en vuelo, cayó en Mar del Plata. Yo tenía un año y ocho meses”, cuenta Sergio Val.
Nacieron en Miramar pero no pudieron quedarse, volvieron a Valentín Alsina, Lanús, en donde lo crudo se hace más palpable. Marcela estudió Trabajo Social y Sergio arrancó Derecho en la UBA. La carrera era una promesa que se hizo cuesta arriba y terminó en deserción, pero los años cursados sirvieron para hacer los contactos que tiempo después dieron origen a la Fundación. “En el CBC empecé con un compañero que era del movimiento cristiano de la iglesia católica, donde se hacen cursillos. Y yo hacía los cursillos cristianos, pero con los vagos de los barrios. Entonces nos conocimos y vimos que era algo parecido, pero uno estaba allá arriba con los profesionales y yo estaba acá abajo con los hambrientos y los violentos”.  De la experiencia de haber integrado un grupo de criminología con el juez Zaffaroni, surgió la noción del vínculo directo que tenían los pibes que terminaban procesados y condenados con la falta de oportunidades de la villa. Después de una acción concreta del Centro de Estudiantes con los chicos de la calle, surgió la propuesta de poner un hogar de niños. Marcela, por su parte, se sumó a un Congreso que los estudiantes realizaron junto con el psicólogo social Alfredo Moffatt en Fiorito, en el que se trataban los temas de pobreza, violencia y locura. Pronto se enganchó con las temáticas que estaba trabajando su hermano, y se integró a un grupo que trataba el tema de madres solteras. 
La semilla estaba sembrada. Y de la murguita inicial a fundar un espacio de contención, había un solo paso. A fines de los 80, el contexto no ayudaba a proyectar. Marcela lo recuerda: “acá había mucha actividad punteril, durante la gestión de Duhalde, y desde ya nos iba a costar mucho la independencia de esa actividad”. Querían manejar los ingresos, hasta llegaron a entrar con armas al comedor infantil. Frente a las amenazas y aprietes, concluyeron en que les daría mayor seguridad trabajar bajo la figura de una fundación. Una fundación mixta, con gente del barrio y de afuera; con adultos, estudiantes secundarios y jóvenes de las Ciencias Sociales. Gracias a las becas y los subsidios del programa UDI (Unidad de Desarrollo Infantil) de la Provincia de Buenos Aires, pudieron acceder al primer terreno y proyectar la Casa del Niño, de la mano de la fundación Pelota de Trapo y el movimiento nacional Chico del Pueblo.
Aquel 30 de noviembre de 1987 se consiguió la personería jurídica. Tal vez por eso el último aniversario  fue una celebración continuada por los “35 años de amor y lucha”. En el medio, la fundación creció a pasos agigantados, —hoy recibe cerca de 400 pibas y pibes— pero nunca tanto como para frenar la avalancha de pobreza de las últimas décadas, que hoy ronda el 40% según INDEC. “En un país dominado no alcanzan los brazos”, expresa Sergio y sabe que los márgenes de los excluidos también se incrementaron y que por más esfuerzos que hagan, algunos chicos no van a resistir la presión de la desigualdad. 

Vivir en Fiorito
La tarde se asienta, todavía quedan unas horas de luz pero el edificio ya está vacío. No se escuchan gritos ni risas en el patio. La visita guiada a cargo de Marcela es detallada, hay un segundo edificio en donde están las aulas repartidas en dos pisos. Acá reciben a “niñes de 45 días a 5 años y sus familias” y desarrollan una tarea integral desde la Pedagogía de la Ternura, que utiliza recursos de las pedagogías Montessori y Freire, entre otras, aunque se respete la currícula oficial y cubran la escolaridad desde la perspectiva de la educación popular. En un jardín crecen plantas dentro de neumáticos pintados, hay piletas de agua salada, una huerta que ayudó a cultivar la UTT (Unión de Trabajadores de la Tierra), y la cancha de fútbol con los íconos mundiales de la rebeldía en sus paredes: El Che, Diego y Fidel, juntos. Los murales abren puertas hacia otros planos.
Si las escuelas de esa zona del Partido de Lomas de Zamora estaban deterioradas, la pandemia dejó sus marcas indelebles. El nivel educativo decayó aun más: aumentó la deserción, faltaron dispositivos y formas de comunicarse: el zoom nunca fue inclusivo. Marcela cuenta que al cerrarse la escuela el Estado daba bolsas de mercadería, comida ultraprocesada, poco alimento de verdad. Por eso fue crucial canalizar las necesidades a través de los bolsones de la UTT para diferentes comedores y merenderos. A diferencia de las escuelas del centro de Lomas, los recursos son determinantes; si no hay agua, no hay escuela.  “El problema no se va a ver reflejado en los números, tenemos chicos de diez años que pasan de grado y no están alfabetizados”. 

Plombemia. Suena a “plandemia” pero no tiene nada que ver. Así se llama a la contaminación con plomo. El metal se acumula en el organismo y se distribuye por el organismo hasta alcanzar cerebro, hígado, riñones y huesos. Afecta a los más chicos, dice la información de la ONU (Organización Mundial de la Salud). Pareciera imposible librarse de él, se deposita y se acumula con el paso del tiempo. Marcela lo advierte, los chicos expuestos son los principales afectados. “Acá si hay plomo en sangre es porque ya lo tienen los huesos, ocupa el lugar del calcio. Está en la tierra o en el agua. Es una generación que va a tener dificultades de aprendizaje, que va a tener limitaciones para diez mil cosas.  Las neuronas con plomo no funcionan igual”. A los problemas físicos, se les suman los de conducta, los chicos se aburren, no entienden. “A muchos les conviene, así siguen votando, obedeciendo, siendo funcionales. Nosotros le llamamos genocidio silencioso”.  
El historial del Riachuelo es aun peor que una película de terror. Las promesas de saneamiento de la cuenca Matanza-Riachuelo, no cumplidas hacen pensar que se trata de una utopía con altas dosis de corrupción. En 1993 el gobierno obtuvo un crédito del BID de 250 millones de dólares para limpiarlo. Prometían terminar las obras antes de las elecciones de 1995. En una de sus frases más recordadas, el ex presidente Carlos Menem anunció que la gente podría “pasear en barco, tomar mate, bañarse y pescar”. Y la entonces Ministra de Ambiente María Julia Alsogaray dijo que las obras se realizarían en mil días. Para 2006, ya con Néstor Kirchner, el mayor avance fue la creación de la Autoridad de Cuenca Matanza-Riachuelo (ACUMAR) por medio de la Ley N° 26.168. En 2009, el Gobierno negoció con el Banco Mundial un préstamo de 840 millones de dólares, después de  un fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación (CSJN) que intimaba al Estado Nacional, la Provincia,  la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y 44 empresas a implementar un plan de saneamiento para mejorar la calidad de vida de sus habitantes, en la famosa “Causa Mendoza” en la que un grupo de vecinos se unieron para decir “basta”. 
Ya en 2021 el Banco Mundial otorgó 265 millones de dólares para avanzar con la infraestructura y “fortalecer” el sistema de cloacas. En este punto aparecen testimonios que se contradicen. Por un lado, la Agencia  Télam habla de los avances, cuenta que en un recorrido pudieron ver que desaparecieron los autos y los barcos hundidos, que solo hay basura en las riberas de las zonas de los asentamientos. Pero transcurridos 30 años, sumados a los previos de contaminación en los catorce municipios afectados, el daño se vuelve irreparable. Marcela es consciente de eso: “Las empresas arrojan sus residuos en los arroyos sin un tratamiento, sin supervisión. Aunque hay leyes concretas, siempre hay arreglos con los políticos, con los inspectores”. Para esos chicos, los que tuvieron la mala suerte de nacer cerca, para los afectados por la contaminación —no solo del plomo sino de otras sustancias químicas tóxicas—, está destinada la fundación, aunque “no alcancen los brazos y sea una gota en el océano”.  
Según el Ministerio de Salud de la Nación, en total, en 2021 se contabilizaron 4.238 muertes infantiles, lo que representa una reducción del 6% respecto al año 2020.  De estas defunciones no hay un número determinado para los casos de desnutrición aguda, ni neonatal ni posneonatal, ya que las causas de fallecimiento suelen ser multicausales y no se tipifican de esa manera. Pero las muertes suceden y se sabe, sobre todo en comunidades originarias, en donde el acceso al alimento se vuelve cada vez más difícil frente al desmonte y la persecución, por el avance de la frontera agropecuaria. Infancias wichis o qom cercenadas, también en las ciudades. Algunas muertes aparecen en los medios, de otras ni siquera nos enteramos.
“En un lugar tan fértil como Argentina, un pibe que muere de hambre en la Argentina es un pibe asesinado”, opina Sergio Val y dice que la mayoría muere por causas evitables, porque tiene problemas en el acceso a la alimentación y el agua. Ahí donde la supervivencia se considera un logro, que algunas personas consideren a la fundación como “un pulmón” ya es un estímulo. Tal vez en donde más se puede observar es en las bases que se sientan, en el semillero de los que alguna vez estudiaron y hoy son educadores, las referentes que están al frente de merenderos o el caso de Paola Caviedes que lidera el movimiento de los cartoneros. “Hay un tema de organización que ha calado”.
Una corta caminata que incluye el frente de la casa en donde nació Maradona es suficiente para comprobar que parte del imaginario de lo que es una villa está basada en hechos reales. Aun con un local como Sergio Val, la incursión tiene algo de peligro y la recomendación es guardar el celular. En una esquina rinden homenaje a una nena asesinada, por otra cuadra conviene no pasar porque a Sergio se “la tienen jurada” desde que echaron de la fundación a una mujer que alteraba el orden del lugar. En tantos años son muchos los pibes bajo tierra, “a veces lloro de impotencia y de bronca”. 
En medio de esa violencia naturalizada, crecen semillas y aparecen voluntarios no solo del país, también extranjeros, para ayudar desde el lugar privilegiado que le dio crecer en el llamado primer mundo. Ulrich fue voluntario en la Fundación entre 2016 y 2017. Llegó a través del Programa de Cooperación de Economía y Desarrollo del gobierno de Alemania que manda a jóvenes de entre 18 y 25 años a países globales en Asia, África y Latinoamérica. “Los voluntarios ayudan en esas fundaciones en el trabajo diario, pueden ser fundaciones con niños y niñas, pueden ser fundaciones con gente grande como jubilados o también en temas de salud o ambiental”.
Desde algún rincón de Panamá, en donde continúa con su labor social, cuenta que la idea es generar un intercambio cultural, “parte de ese programa de voluntarios es un intercambio del sur al norte, significa que gente de Latinoamérica viene a Alemania para trabajar en una fundación social con niños”. Sin ser educador asistía a los maestros en esas tareas. Tampoco conocía la realidad de niñas y niños de 11 y 12 años pero aun con la barrera del idioma comenzó a conectar con ellos. Ayudaba en la planificación de las actividades diarias, y daba una mano a quien lo necesitara.  Después de unos meses en la fundación empezó a sentirse más cómodo, “sentí que ya podía tomar más responsabilidad también y empecé a ofrecer talleres”. Así Ulrich dio talleres de deportes y entrenamiento, de salud y ambiente. Y fue el fundador del primer equipo de mujeres en la escuela de fútbol de Che Pibe, que hasta entonces contaba con equipos de niños, niñas y adultos varones.
“Mi experiencia fue genial, me encantó. Yo siento que Che Pibe está haciendo un trabajo súper importante, con la dificultad de los pocos fondos. Mi experiencia como voluntario fue un aprendizaje bastante grande. La marginación y pobreza que hay en estos barrios no existe en Alemania. Fue algo que tomé y que influyó bastante en mi vida”, dice Ulrich en un aceptable español. La mayoría de quienes vuelven de los servicios voluntarios quedan sensibilizados con esas temáticas, cuenta el alemán. Aunque el programa después de la pandemia bajó la cantidad de jóvenes, varios de ellos continúan vinculados a temáticas similares y trabajan para crear “un mundo más igualitario”. 
De la cultura en movimiento a veces surgen posibilidades y se generan vocaciones. Eso sucedió con Melanie Franco, que transcurrió gran parte de su —aun— corta vida en la fundación. La recibieron en el maternal-infantil, pasó por la Casa del Niño y ahora está en la Casa del Joven, de la que egresará a los 18 años. Entre los talleres de pintura, barbería, pandería, género y herrería, uno de los que más le gustó fue el de fotografía. Lo hizo en 2022 gracias a tres fotógrafos que les dieron clases y los impulsaron a retratar el barrio con cámaras descartables, para después incluirlas en una revista. Al irse, les donaron su cámara profesional, que es la que hoy utilizan dentro y fuera del barrio.

La Noche del 10 y el Che Bondi
El primer Che Bondi fue un colectivo urbano, de línea. Todavía se lo puede ver —estacionado—, como una reliquia. Aunque estaba destinado para cortas distancias, los pibes viajaron a Jujuy, al Calafate y hasta conocieron las Cataratas del Iguazú. Tal vez la parte más jugosa de la historia es cuando la fundación se cruza con “La noche del 10”, aquel programa de Canal 13 conducido por Diego Maradona, en 2005, una época dorada de la televisión que todavía era generosa en premios.   Por entonces, la Fundación había comenzado una campaña con el Movimiento Nacional de los Chicos del Pueblo, con la consigna “el hambre es un crimen”, y se habían propuesto incluirla en todos los lugares que pudieran. Justo les llegó la invitación a través de una productora audiovisual que los conocía, para que algunos chicos participaran en La Noche del Diez. Aunque lo dudaron, porque la exposición sería muy alta, finalmente aceptaron. Se decidió hacer una especie de ficción de Diego cuando era chico, lo iban a grabar en el único potrero en el que había jugado y aun quedaba en pie. Lo filmaron con Don Diego,  “un tipo muy  cariñoso”. Y gracias a esa incursión se enteraron que en el programa se iba a hacer una subasta de obras de arte y que la recaudación se iba a repartir entre diez instituciones. 
La subasta superó las expectativas. Habían pensado que el dinero alcanzaría para cambiar las ruedas del colectivo pero les alcanzó para un bondi entero: $85 mil pesos, una fortuna que se convirtió en un micro con aire, baño y “todos los chiches”. Con ese bondi legendario apoyaron las movilizaciones del movimiento campesino, de los trabajadores de la CTA, fueron a los campamentos latinoamericanos de jóvenes, a los encuentros de mujeres y a la escuela de la Memoria Histórica. También a  campamentos en un predio de Las Toninas. Los viajes tuvieron una impronta más comunitaria y política, nunca partidaria.  
Aunque el micro de Maradona ya no está en uso, viajar en el nuevo Che Bondi puede significar una aventura no solo para los chicos, sino para gente de organizaciones, referentes, y quienes decidan unirse a manifestaciones socioambientales en todo el país. Asistir a caminatas y festivales en Andalgalá, Catamarca, el Atlanticazo de Mar del Plata o en Exaltación de la Cruz, provincia de Buenos Aires tiene el agregado de transitar las distancias en un bondi que a veces se rompe o se queda en la ruta, pero que manejado por Sergio Val siempre llega a fuerza de fe, testarudez y convicción en el movimiento colectivo.

Imágenes: Fundación Che Pibe

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