El cuerpo es una jaula llena de expectativas ajenas

Ilustración de Gustavo-La Gus-Amieva Diaz.

Por Gemma Ríos

¿Por qué se siente en el aire una exigencia implícita hacia las personas trans de que debemos tener aspecto CIS? Si me remonto a la primer experiencia como docente trans tengo muchos recuerdos donde paulatinamente fui abriéndome camino a esto de adaptarnos todxs a la presencia de una profesora de teatro travesti en secundarios del conurbano bonaerense. De esos recuerdos, me queda la complicidad que se generó con una estudiante adolescente en transición que ingresó el mismo año donde yo afirmo mi nombre autopercibido. Ese encuentro inesperado fue la sincronía expuesta por la existencia trans dentro de una institución donde asistía un 99% de personas cis (hasta ese momento), y eso, me desafiaba. Tuve la certeza que esa situación áulica era una reparación a la joven mariquita que fui en una secundaria moralista sin ninguna expectativa de ser travesti, por la misma falta de representatividad y por el trans-odio que se respiraba impune allá por los años 90.
Mis nervios eran visibles todas las veces que debía vestirme, maquillarme o hacerme algún peinado, para justificar mi elección irreverente de ser mujer trans. Sentía responsabilidad de ser “esa referencia” para esa estudiante que esperaba mi clase. Como profe de teatro pido siempre que asistan con ropa cómoda para poder interpretar personajes, tirarnos al piso, o hacer cualquier ejercicio de juego corporal, por eso me autojustificaba en mi manera holgada de vestirme (aunque en realidad no me sentía cómoda con mi ropa de marica afeminada). 
Transicionar de marica cis a una femeneidad trans puede tener varias aristas. La sociedad estará atenta a decirte como feminizar tu cuerpo, te dirán de muchas maneras qué reglas debés seguir para que les demás te validen MUJER. De a poco entiendo empáticamente esas situaciones asfixiantes que vivían mis amigas cis en la adolescencia con el terror de los pelos, el terror de que sus contornos sean grotescos,  el terror de no tener un cuerpo minúsculo y delicado. Esa lista de terrores internalizados ahora serían la jaula llena de expectativas sobre mi cuerpo.
Mientras observo la preocupación sobre los rasgos, la frente, la pera, la mandíbula, la nuez de adán, de afinidades contemporáneas que hoy están transicionando, me lleva a buscar información sobre feminización facial:  ”Los ejemplos incluyen mover la línea del cabello para crear una frente más pequeña, aumentar los labios y los pómulos, o remodelar y redimensionar la mandíbula y el mentón. En ocasiones, las mujeres trans solicitan algún tipo de cirugía facial para sentirse más a gusto con los rasgos de su rostro. Para conseguir unos rasgos armónicos es imprescindible realizar técnicas individualizadas”
Creo que la modificación corporal es una opción de vida que se aleja de la moral puritana del cuerpo como templo natural, que a la vez es un gran aporte al activismo de la autonomía del cuerpo. Este, es uno de tantos paradigmas que rompe con  “las expectativas sobre lo asignado” apostando a generaciones que traen en sus manos un devenir cyborg. Pero, ¿Quiénes pueden acceder a esas operaciones? Ahora para vencer ese puritanismo, intento imaginarme entrando al quirófano, esperando que abran mi piel para que limen mi mandíbula. El solo hecho de que alguien vaya a sacarme pedazos sutiles de huesos me da escalofríos. Ni hablar si después de eso no me reconozco en lo que veo en el espejo.
Hace dos años hubo una conversación que me resaltó el trans-odio internalizado, ese trans-odio que fue estimulado por toda una lógica histórica excluyente gracias al gran aliado del capitalismo patriarcal que impone el régimen político hetero cis sexual. Resulta que esa tarde, estábamos con una amiga con la que compartimos procesos con las hormonas, nos sirve comparar que sentimos cada una en su transición, ambas rosqueamos, filosofamos como un modo de darnos información porque sabemos que los médicos pueden opinar, pero quienes lo vamos viviendo siendo objeto de estudio somos nosotras. Le digo “nena a vos las hormonas te pegan bien porque tenés rasgos delicados, no como yo que tengo la cara alargada”. Ella austeramente me responde “amiga somos travestis, la mayoría de nosotras tenemos estos rasgos”.
Algo se alivió adentro mío con esa resonancia simple, como si el solo hecho de ser travesti era aceptar que no somos mujeres cis. Esas son “ellas”, no nosotras, y entre “ellas” existen quienes tendrán barba, serán más peludas en ciertas partes, no tendrán tetas, tendrán mandíbula pronunciada o rasgos “fuertes”. Y cómo trata la sociedad a estas mujeres es la pregunta que echa luz para entender los padecimientos similares que “ellas” y “nosotras” tenemos con nuestros cuerpos. 
La hegemonía está corriendo por nuestra mente con una vara trans-misógina que sólo quiere llegar a ese apariencia cis,  blanca, flaca,  europea, hetero-deconstruida (cuando su compañero feministo así lo desee), delicada, fina, carísima, “concha biológica”. Como no tengo respuestas dejo un fragmento con preguntas que también me alivió al escuchar a  Lohana Berkins  en una entrevista:
“Yo de volver a nacer volvería a ser travesti, me siento orgullosa, amo ser travesti, el travestismo con todo su ingenio ¿no? No con esa cosa burda que muestran los medios hegemónicos que siempre nos ridiculizan. Las travestis tenemos chispa, alma, capacidad de resolución. Porque yo no siento vergüenza de ser travesti, nunca sentí eso de ‘acá no tengo que estar’ ¡pero por favor! si alguien siente eso, que se vaya esa persona… ¿Cómo es la sexualidad de una trava? ¿Cómo es el cuerpo de una trava? ¿Cuál es la relación que nosotras tenemos con nuestro propio cuerpo? ¿Por dónde pasa el placer? ¿Cómo la sociedad va a desearnos si ni siquiera se atreve a imaginar un cuerpo travesti? ¿Qué se dice de nosotras? ¿Calzo 42? Sí. Calzo 42 ¿Tengo la voz gruesa? Sí. Tengo voz gruesa, ¿Tengo barba? Sí. Tengo barba, ESO ES SER TRAVESTI. No esas connotaciones racistas donde DEBE HABER un modelo tan perfecto asimilativo a lo que se supone que es una mujer en esta cultura. VALE LA PENA SER TRAVA, ORGULLOSAMENTE TRAVA”.

Anterior

¿Columbus Day?

Próxima

La ficción del espanto / Juan Solá