El encuentro con el Mágico González: la entrevista que no fue

En su recorrida en moto por América Latina, Emilio Mendoza tuvo la oportunidad de encontrarse, en El Salvador, con el jugador de fútbol que llevó a su país al mundial. Jorge González, reconocido por Maradona como el mejor jugador de fútbol de la historia, compartió esta “entrevista que no fue” con nuestro compañero de Editorial Sudestada.

Por Emilio Mendoza

La entrada a El Salvador no había sido sencilla y el estado de sitio, que se extiende aún hasta estos días, suponía un desafío extra. La serpenteante geografía complicaba el tránsito y la exuberante vegetación que envolvía el camino dificultaba la asimilación de ver un país sumergido en el hambre y a la vez rodeado de tierras sumamente ricas para el cultivo. La respuesta al interrogante, por supuesto, es la misma que se repite a lo largo de toda Latinoamérica, concentración de la tierra en pocas manos, monocultivos, tierras ociosas vinculadas a la especulación inmobiliaria y otras tantas jugadas dentro y fuera de la ley. 
Pero por aquellos días nos convocaba en la capital un apetito distinto. Atraídos por aquella frase de Maradona que decía que “hubo otro jugador tan o más grande que Pelé y que yo. Es Jorge González, El Mágico”. Bajamos la cordillera que une El Salvador con Honduras y emprendimos el rumbo hacia San Salvador. La capital salvadoreña guarda en sus calles las historias del Mágico y hacia allá íbamos al encuentro de esos testimonios que nos aproximen a su figura, pero la suerte que suele acompañar nuestro andar nos tenía preparado, como siempre, algún episodio inesperado. Antes de arribar a San Salvador había tomado contacto con Eric Lemus, un periodista salvadoreño, cronista de aquellas cosas que se les suele escurrir a los grandes medios. Eric, entusiasmado con la idea que cargábamos en la alforja, no se conformó con el plan de ir a escudriñar historias por las calles, sino que nos propuso ir directamente a la búsqueda del mismísimo Mágico.  


Sabíamos que la tarea no sería sencilla, el Mágico es escurridizo a la prensa, falta a las entrevistas pactadas y gambetea cualquier presencia extraña de la misma manera que años atrás eludía rivales en su amado Cádiz, aun así, decidimos ir tras él. Eric recibió la información que ese sábado podría estar jugando un partido en la cancha alemana y hacia allá fuimos. Al llegar al estadio buscamos entre los jugadores, a aquel atrevido delantero de melena ochentosa, pero no lo encontramos. Ya sin ganas de renunciar a las expectativas que me había autoalimentado, decidí acercarme a uno de los jugadores que ocupaban el banco de suplente para que me orientara en la búsqueda, le conté del proyecto del viaje y otros pormenores más que me acercaron a la figura de El Mágico. Convencido de que nuestro perfil sería bien recibido por Don Jorge nos indicó el bar donde podríamos encontrarlo. Con las esperanzas renovadas y en franco ascenso, nos dirigimos hacia el lugar marcado. Por la zona en que se encontraba esperábamos hallar un lugar exclusivo y de difícil acceso, pero tales conjeturas fueron erróneas, se trataba de un modesto espacio que congregaba a todos los pibes que salían de jugar algún partido en las canchas aledañas. Esperamos unos minutos en las mesas de afuera, hasta que de entre los autos que gobernaban las callecitas sansalvadoreñas apareció su figura. Botines negros clásicos, las medias a media asta, un shortcito sobreviviente de sus épocas doradas, una remera de esas que naufragan en el fondo del placard, lentes ricoteros, pulsera del Cadiz F.C.  y un coro de bocinazos, gritos y saludos acompañaban al hombre que nos desvelaba hacía varias noches.


Pese a todo lo que habíamos esperado, aquel momento no nos atrevimos a encararlo directamente. Permanecimos sentados hasta que apareció aquel suplente jugador que nos había indicado el bar y que llegaba a sumarse a la mesa del Mágico. Con premura nos preguntó si ya habíamos hablado, le respondimos que no, por lo que él mismo convocó al Mágico, que al enterarse de todas las peripecias sobrellevadas en el viaje se acercó a charlar con nosotros, los dos abandonamos nuestras respectivas mesas y nos fuimos a sentar en la vereda. Entendí rápidamente que aquel era su predilecto lugar para las charlas.
Ensayé un saludo bien bonaerense y descontracturado para disimular los nervios “Hola ¿qué tal Mágico cómo estás?”, alcancé a decir cuando en ese instante por sobre sus lentes que hacían equilibrio en la punta de su nariz pude ver sus ojos anclarse en mí. “Jorge, Jorge mejor”, soltó de sus labios. Los nervios, que bien camuflados estaban, habían provocado mi error, ya que de antemano sabía que él suele ser esquivo a ese apodo que le fue impuesto por un relator que le mudó el apodo de Mago a Mágico, quizás asumiendo que él no hacía magia, sino que la magia era él. 
El siguiente párrafo debería ser el que esté dedicado a detallar el grueso de la entrevista, pero no. Jorge fue esquivo desde un principio a hacer de ese encuentro una formal entrevista, se dedicó a concatenar un sinfín de palabras que alborotadas se pisaban unas sobre otras, convirtiendo a este, en el párrafo más complejo de escribir, porque no hay formar de redactarlo sin que pudiera sonar a un rapto de vanidad. Casi todas sus palabras hacían referencia a la emoción que significaba para él que un hijo de la tierra del fútbol lo haya elegido para visitarlo, “me siento admirado de tenerte acá”, dijo y en ese instante dejaron de alcanzarme las palabras para poder describir tamaña humildad. El hombre más buscado de El Salvador estaba ahí sentado en el cordón disparando elogios: “me agrada tu concepto para ver la historia, para caminar el mundo, mientras uno va cumpliendo tiempos, no años. Venir con tus raíces, con tu Argentina querida, con tu barrio. Eso es admirable. Verte me alimenta el alma”.


Así continuó lo que quiso ser una entrevista y se transformó en una charla de dos personas que él había decidido empatar con sus elogios para evitar cualquier atisbo de pleitesía, porque así es Jorge, el pibe que llevó a El Salvador al mundial, el que Maradona pidió para tenerlo de socio en la delantera del Barcelona, el que dejó el fútbol y se puso a manejar un taxi, el que planta a los grandes medios, pero se abraza con un tipo pasado de copas que interrumpe lo que nunca pudo ser una entrevista. Simplemente Jorge, el que gozó de la gloria esquivando la fama. 

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