El fetichismo elegante

Por Editorial Sudestada

Sobre el enojo de L-Gante en el programa de Andy Kusnetzoff

Conductores televisivos como Kusnetzoff, a modo de trabajador social con placa y escaso recurso verbal, intentan desde sus programas devolverles la sociabilidad a personajes populares como L-Gante. En muchos casos desempeñan lo que podríamos llamar una función moral, donde allí aconsejan a un supuesto adicto al paco, a un marginal o padeciente del mismo show televisivo, como una especie de educadores y rectores de la población que indican lo que está bien o mal.
Es así que transforman su programa en un vidrio polarizado siniestro para que la audiencia se anime ver ese espectáculo, con personajes en los márgenes al borde de la ilegalidad, sin salir lastimado ni salpicado desde sus hogares durante un sábado por la noche.
El poeta y cineasta Cesar González, en su libro “Fetichismo de la marginalidad” reflexiona sobre esta maquinaria cultural de modo preciso: “El villero, el preso, es un eslabón en la cadena de la evolución humana que se estancó en los tiempos del Homo erectus. Esta doctrina es desplegada una y otra vez por el cine y la televisión. Bajo la excusa de exhibir una supuesta tradición naturalista en la actuación de esos relatos se esconden personajes forzados a repetir estereotipos. Un falso new deal cinematográfico según Godard; no es que se excluye a ciertas poblaciones de la pantalla sino, más bien, se las incluye bajo lo que otros piensan de ellas, se invaden los territorios de la pobreza para saciar pulsiones antropológicas y recaudar. Se nos rebosa la conciencia con un cliché del retrato marginal, desgastado pero inagotable. Y el problema no pasa por el hecho de que el objeto (la marginalidad, la pobreza, etc.) es representado artísticamente por un burgués extranjero al territorio representado, y que por eso se ve incapacitado de capturar o al menos olfatear la esencia del lugar”.

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