Los sueñeros del Che

Silencio, olvido, mentira. La historia del EGP permaneció durante décadas oculta en las entrañas de la tierra. Comandado por Jorge Masetti, integrado por un puñado de combatientes y planificado por el Che Guevara desde Cuba, el foco fue rápidamente aniquilado en Salta, en 1964. Uno de esos hombres se llamaba Hermes Peña; y esta es su historia. Además, Jouvé, Rot y Szpunberg recuerdan la experiencia y critican el libro de Lanata.

Por Hugo Montero

“Movilidad constante. Vigilancia constante. Desconfianza constante”. Esas habían sido las únicas palabras que Hermes había escuchado del Che durante la breve despedida. Las órdenes eran concretas: relevar la zona, evitar el combate, no dar a conocer la presencia del grupo hasta que se decidiera entrar en acción. Había que consolidar al foco en la zona y esperar: el Che había prometido, en esa breve despedida, sumarse cuanto antes al grupo que comandaba Masetti.

Ahí estaba Hermes, esperando la salida del avión, repitiendo una y otra vez aquella sugerencia como un estigma. En sus manos llevaba un cuaderno de tapas duras: un regalo del Che. Le había pedido (y los pedidos del Che eran una orden para Hermes) que llevara un registro diario de la epopeya en Argentina. No era sencillo el desafío, y el Che lo sabía: Hermes había aprendido a leer y escribir hacía muy poco tiempo, por eso la orden del Comandante era, también, una prueba para el joven capitán cubano. Una prueba que le quitaba el sueño en pleno vuelo.

Buscaba Hermes la palabra justa para empezar su diario. A unos asientos de distancia, Masetti le iba dejando lugar al sueño, que ya venía. La Habana se había esfumado de las ventanillas del avión hacía un rato. Estaba solo Hermes, frente al cuaderno. Las hojas en blanco, el lápiz, el silencio. Y una historia por escribirse…

2. La novedad, fugaz, atravesó los teletipos de las agencias de noticias el 12 de julio de 2005: “El juez federal de Orán, Raúl Reynoso, confirmó que fueron hallados los restos del guerrillero cubano capitán Hermes Peña Torres (más conocido como el ‘lugarteniente’ de Ernesto Che Guevara), quien había sido abatido el 18 de abril de 1964 durante un enfrentamiento con la gendarmería argentina”.

Sin abundar en detalles, la crónica daba cuenta del hallazgo de los restos de un cubano en el cementerio de Orán, en Salta. El cable finalizaba con  la versión oficial de la muerte del guerrillero: “Cuando Hermes fue detectado en El Bananal, esa mañana mató al gendarme Juan Romero. Al atardecer, fue alcanzado por la patrulla y antes de morir a manos del gendarme Luis Rosas, Hermes mató por la espalda a Bailón Vázquez, porque creyó que éste lo había entregado a la gendarmería, cuando fue a pedirle que le compren víveres en Yuto para continuar huyendo”.

Nada más. Ésa fue la noticia difundida por un puñado de diarios, ésa fue la “reconstrucción” histórica expandida desde una agencia informativa. Breve, fugaz, la noticia pasó de largo un par de días después y se perdió en los archivos, sin que nadie reparara en la historia falseada, en la suerte de un cubano que había muerto durante un enfrentamiento en el monte salteño cuarenta años atrás, persiguiendo una causa que nadie se preocupó por mencionar, protagonista de un proyecto que ningún medio se detuvo a describir.

Pero Hermes no sólo era el “lugarteniente” del Che: había sido el jefe de su escolta personal, su hombre de confianza, su hermano del alma. Detrás de la crónica había, también, una historia entrañable.

Había nacido el 7 de abril de 1938 en un solitario bohío de una finca llamada La Plata, en Marea del Portillo, provincia de Oriente. Como tantos guajiros, Hermes trabajó de niño y no tuvo acceso a la educación; padeció el hambre primero y la explotación después. No tenía aún veinte años cuando observó la aparición de la guerrilla en la sierra, hasta el 24 de noviembre de 1957, cuando se sumó a las filas rebeldes para combatir contra la tiranía de Batista. Se incorporó en el Escambray, antes de la invasión a Las Villas, y formó parte de la Columna 8 “Ciro Redondo”, al mando de aquel enigmático guerrillero argentino llamado Ernesto Guevara.

La primera responsabilidad para Hermes fue cargar con la mochila más pesada del Che: la de sus libros. “La invasión se organizó bajo el principio de voluntariedad. El Che planteó que habíamos recibido una misión, la de salir a cumplir una tarea muy difícil. El que no quería ir, se podía quedar, no era obligatorio. Todos levantaron la mano”, relató Harry Villegas Tamayo “Pombo”, también integrante de la Columna 8 que tomaría Santa Clara en una legendaria batalla. Hermes participó de aquella ofensiva en primera fila, al lado del Che, y tuvo una destacada actuación: se lo vio deslizándose por debajo de los vagones del tren blindado de Batista para rociarlos con nafta.

El peligro y las situaciones extremas irían cimentando la amistad entre aquellos hombres que estaban a punto de asestarle la derrota más dura a la dictadura. “El Che me llevaba cinco años nada más, pero nos quería a nosotros como si fuéramos sus hermanos menores. Nos llamaba, estaba pendiente, nos decía: ‘Esto es así, cuidado ¡eh!’”, recuerda Alberto Castellanos, otro de los miembros de la escolta del argentino. El propio “Pombo” describe la relación que sostuvo el Che con sus hombres más cercanos: “El Che nos conocía como conocen los padres a los hijos, sabía cuándo hacíamos una maldad, cuándo le ocultábamos algo, cuándo cometíamos un error por ignorancia o por travesura. En ese período, el Che también se enamoró de Aleida March, que nos ayudó mucho a nosotros, a los escoltas del Che: a Alberto, a Hermes y a mí. Podríamos decir que fue como nuestra madrina, porque éramos traviesos y el Che a veces nos criticaba duro. Ella era la intermediaria en muchas oportunidades en que evaluaba la situación de manera distinta, y le hacía ver que era muy fuerte con nosotros”.

A partir de la preocupación del Che por instalar carpas con alfabetizadores para los campesinos, todos los miembros de su guardia personal debieron pasar por la escuela obligatoriamente. Además de las clases militares, los guerrilleros estudiaban la historia de Cuba y las matemáticas en pleno escenario de combate. Allí Hermes aprendió a leer y escribir.

La victoria revolucionaria en enero de 1959 fue una brisa cálida en el rostro de los jóvenes guerrilleros que avanzaban por las calles de La Habana, rodeados por una multitud que festejaba el final de la dictadura. Los barrios eran un tumulto, y las miradas se detenían en aquellos jóvenes héroes que llegaban para cambiarlo todo. También las miradas femeninas se posaban, a veces, en aquellos perfiles juveniles.

3. Se vieron por primera vez el 20 de mayo de 1959, durante un acto en Santiago de Las Vegas. Ella, Catalina Sibles Sánchez, de 15 años, desfilaba como abanderada de la escuela de Calabazar. Él, Hermes Peña, de 21 recién cumplidos, primer teniente de la Columna 8, no pudo dejar de mirarla en toda la tarde. En el recuerdo de Catalina, esos primeros días se mantenían frescos con cada detalle: “Al hablar con mi familia, como era una tradición fijar días concretos para la visita de novios, Hermes aclaró que no podía ajustarse a eso porque era uno de los escoltas del Che, sino que vendría cuando tuviera oportunidad. Por eso iba a verme a la hora que podía y en ocasiones se aparecía a las diez de la noche, estaba un rato conmigo y se iba con deseos de quedarse, con los mismos deseos míos de que no se fuera”.

Hermes y Catalina se casaron en diciembre de aquel inolvidable 1959, con el Che como padrino de bodas. Pero los deberes de Hermes con la revolución le impedían pasar demasiado tiempo con su mujer. Cada tanto, desaparecía durante días para seguir los pasos de Guevara en el trabajo voluntario, en el Ministerio de Industria o en las reuniones nocturnas con amigos y compañeros.

La revolución crecía, insolente, a escasas millas del gigante imperialista, cuando Catalina dio a luz a Teresita, la primera hija de Hermes, el 3 de octubre de 1960. “¿Qué cómo era él? Para la Revolución que tenía en la sangre era muy firme, muy fuerte de carácter, como para cuidar al Che. Para tratarme a mí era muy dulce. Sin embargo -paradojas de la vida, del destino, yo no sé- para tratar a la niña, a la única hija que conoció, era débil, porque no concebía que se la regañara. Ni siquiera aceptaba que se le dijera que no. A veces parecía en consentimiento el abuelo de la niña y no su padre. O tal vez pensaba, como me dijo un día, que él había luchado para decirle a los niños que sí y para que no sufrieran como él”, señala Catalina.

En las escasas horas que Hermes podía compartir con su familia, se transformaba en un padre cariñoso con su niña, tal como lo describe su esposa en una anécdota que lo pinta de cuerpo entero antes de abandonar Cuba para siempre: “La última vez que tuvo tiempo para sacar a pasear a su hija la llevamos a un parque infantil. La niña se sentó en una hamaca. Yo me sentía mal y Teresita tenía un año y medio. Y a la hora de irnos vino Hermes compungido porque la niña no se quería ir. Vino indeciso, como a darme las quejas. Ironías de la vida ¿no? Un hombre valiente como él, de la Sierra, de la invasión, uno de los rebeldes que cuidaba la espalda del comandante Guevara, incapaz de cargar con la niña por la fuerza.

  -¿Cómo que no quiere ir?-, le pregunté.

  -No, no hay quién la quite de allí-, aseguró él.

Fui enseguida para allá y le dije: ‘Teresita, vamos’ y la halé por un brazo. La cara de Hermes le cambió totalmente. Yo se lo noté al momento. Entonces él me dijo, contrariado: ‘Tú llevas muy recio a la niña’”.

4. Más de una vez Hermes había acompañado al Che hasta el edificio de Prensa Latina, la agencia de noticias que dirigía Jorge Ricardo Masetti, aquel periodista que había sido el primero en difundir las voces de los comandantes rebeldes desde la Sierra. La amistad entre Guevara y Masetti había crecido luego de la victoria revolucionaria, los dos ahora con nuevas funciones pero siempre con tiempo para proyectar hacia el futuro próximo. Uno de esos planes conversados de madrugada era la instalación de un grupo armado en América del Sur, más precisamente en la patria de aquellos dos revolucionarios: Argentina.

El objetivo de generar un foco en el norte argentino se pone en marcha en 1962: el lugar elegido es Salta, por su similitud geográfica con Sierra Maestra, y el nombre del destacamento es el Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP). El Che se pone al mando de las operaciones, dispone que sea el propio Masetti el comandante y se encarga también del reclutamiento. El primero elegido por el Che es Hermes. “Sus características lo hacían ideal. Coraje a toda prueba, disciplina espartana, una inteligencia natural, aguda, y magnífica preparación militar. Uno de sus rasgos personales que lo hacían candidato perfecto era su físico; se trataba de una persona de las que en Cuba se conocen como indios: piel cobriza, estatura mediana, pelo lacio, con ese enorme sentido de la orientación solamente propio de los campesinos que suelen andar de noche por los montes”, explica Joaquín Rivery Tur, periodista de Granma.

Tres de los hombres más cercanos al Che (Masetti, Hermes y Castellanos) forman parte de aquel proyecto bautizado como EGP, y parten hacia Europa hasta que estén dadas las condiciones para instalarse en el monte salteño.

Antes de partir, Hermes se despide de su esposa sin poder explicar a ciencia cierta las características de su misión: “¿Nuestra despedida? Cuando él se fue definitivamente, me dio un beso y un abrazo y me dijo con un tono y una mirada que no podré olvidar nunca: ‘Me voy a pasar una escuela en Rusia y, seguro, me demoró en venir’. Al oírlo, al ver la expresión de su rostro y captar por instinto de mujer enamorada que no me estaba diciendo la verdad, que me estaba mintiendo piadosamente o protegiendo un secreto militar, le dije: ‘Si vas a pelear, no viras’. Yo sé que fui dura, pero también fui honesta y sincera. ‘No, yo viro, espérame’, me dijo con su optimismo de siempre”, relata Catalina.

5. “Junio 21, 1963. A las 22 prestamos juramento como miembros del EGP y entramos al país”, anota Hermes en su diario, el único registro existente de puño y letra de los guerrilleros. El diario de Hermes, lleno de errores ortográficos pero trascendente por su valor documental, es un elemento decisivo para comprender el desarrollo del EGP y , a la vez, un signo del esfuerzo de Hermes por mejorar aquel aprendizaje que comenzó antes de la victoria de la Revolución.

 Los hombres del comandante Segundo (seudónimo que adopta Masetti en la guerrilla) eligen la localidad salteña de Orán como base de operaciones, y desde allí se desplazan con el objetivo de instalar centros de aprovisionamiento, en extenuantes caminatas. En esos interminables recorridos por el monte, Hermes demuestra su capacidad de adaptación, destacada por todos los sobrevivientes del EGP, por ejemplo, Héctor Jouvé: “En algunas oportunidades salíamos de exploración. De repente, Hermes se paraba y decía: ‘a diez minutos de marcha, en tal dirección, vamos a encontrar agua’. Percibía una serie de datos, como el desarrollo de los árboles, el tipo de vegetación, los colores de las plantas y flores; cosas muy sutiles que él iba asimilando. Y efectivamente, a diez o quince minutos, en la dirección que nos señalaba, aparecía el agua”. Otro que ratificó la habilidad de Hermes para manejarse en el monte fue Carlos Bandoni: “Tenía que cruzar un río cumpliendo una orden. Me encontraba entonces en un gran problema. No sabía elegir el paso (…), después de mucho pensar, cuando me decidía, casi siempre me perdía en un pozo. Todo al revés sucedía cuando ya en grupo, dirigido por el capitán Hermes, nos encontrábamos en la playa de un río. Hermes echaba solo una mirada, se fijaba en las corrientes, remansos, y después sin titubear, nos indicaba el paso. Esta actitud propia de un guerrillero consumado me despertaba asombro y admiración”.

Volviendo a los primeros meses del EGP, y pese a la facilidad con que Hermes se desenvolvía en el lugar, la geografía y el clima se convertirán en un escollo para los rebeldes: los golpes se harán comunes y la presencia de mosquitos, jejenes, zancudos, niguas y tábanos será constante durante la marcha. Como consecuencia de estas complicaciones, uno de los guerrilleros muere al desbarrancarse desde una ladera de treinta metros de altura.

Otro problema para la guerrilla fue el contacto con los habitantes de la zona, sin presencia campesina a la vista. Lo que se encontraron los hombres del EGP a su paso fueron grupos marginales, aislados de cualquier contacto con la realidad. Sin embargo, Segundo pudo establecer una breve amistad con uno de los caciques coyas del monte, al que le curaron una hija enferma. El cacique Guari Apaza, vivía en la miseria y, agradecido, colaboró con el EGP en todo lo posible. Este contacto motivó a Masetti a escribir su “Mensaje a los campesinos”, un texto de gran calidad literaria: “A ustedes los echan de sus tierras, o los obligan a servir en el ingenio y los maltratan, como a nosotros nos echan de las fábricas, o no nos pagan nuestro trabajo o nos encarcelan o todo eso junto. (…) Cada árbol de naranjas que da frutos, les da plata a ellos. De cada cosecha, ellos exigen, roban, les da plata a ellos. ¿Es que acaso cuidaron la vaca parida o sembraron el pasto para alimentarla, o plantaron y podaron los naranjeros? ¿Acaso ellos siembran bajo el sol, desayunan en medio de la lluvia, persiguen a los bichos del monte, ahuyentan a los loros, luchan contra la peste? ¿Es que alguna vez en su vida se doblaron sobre la tierra para hacer un surco o plantar un árbol? ¿Acaso alguna vez sus manos empuñaron un hacha para voltear un tronco, o metieron sus pies desnudos en la selva plagada de víboras? Ellos, los que mejor comen, jamás sembraron. Los que tienen los más lujosos muebles, jamás cortaron un árbol. Y los que siembran, los que hachan, sólo comen maíz y ni tienen, no una mesa, ni una cama propia. Es fácil ver como viven ellos, los que no trabajan, y cómo viven los hijos de ustedes, los hijos nuestros, los hijos de los pobres”.

El mensaje, fechado en enero de 1964, llegó a muy pocas manos pero refleja las sensaciones de Segundo después de conocer el terreno. “Ahora llevamos recorridos más de un centenar de kilómetros en el mapa, aunque en realidad son muchísimos más. Nuestro contacto con el pueblo es desde todo punto de vista positivo. De los coyas aprendimos muchas cosas, y los ayudamos en todo lo posible. Pero lo más importante es que quieren pelear”, dice Segundo en una carta dirigida a su familia, y después agrega: “Esta es una región en que la miseria y las enfermedades alcanzan el máximo posible, lo superan. (…) Quien venga aquí y no se indigne, quien venga aquí y no se alce, quien pueda ayudar de cualquier manera y no lo haga, es un canalla”.

6. “Hermes era un tipo simple y sencillo, pero profundamente optimista. El compromiso que tenía era fenomenal, era como un hermano para mí. Yo le preguntaba -recuerda Jouvé, teniente del EGP-: ‘¿Por qué estás acá, luchando?’, y él me decía: ‘Si el Che está en Cuba, ¿por qué no voy a estar yo acá? ¿Cómo le devolvemos al Che lo que hizo por nosotros?’”.

 “Con Hermes nos entendíamos mucho, porque los dos éramos rápidos para caminar -continúa Jouvé-. A veces, si íbamos a la vanguardia nos mandaban atrás porque reventábamos a todos, nos olvidábamos del resto. Era un tipo de no muchas palabras, pero alguien sumamente sensible. Un tipo con una integridad total”. El relato de los compañeros del EGP ratificaba que el Che no se había equivocado al enviar a Hermes como el segundo al mando. El cubano no sólo había demostrado una capacidad extraordinaria para trasladarse por la espesura, también era el que más rápido se orientaba en las caminatas nocturnas y el guía respetado en cada expedición, como reconoce Ciro Bustos, encargado de desarrollar los contactos urbanos: “Acampamos al atardecer, bajo la dirección de Hermes, que ejercía su autoridad de experto sin contemplaciones. Aunque deslumbrado por la magnitud de lo que nos rodeaba, empezó a moverse como si hubiera nacido allí. Un día, al acampar casi de noche, medio perdidos porque la realidad no se ajustaba a la carta geográfica que disponíamos, Segundo ordenó una exploración que nos situara en el mapa. Salimos con Hermes ya de noche. Empezó a caminar en medio del monte como si fuera por el trillo de su batey, en Oriente. Al cabo de dos horas, yo podía seguirlo sólo porque veía la luz fosforescente del cuadrante de su Rolex, pero no tenía ni la menor idea de la dirección que llevábamos, ni de dónde habían quedado el resto de los compañeros. Subimos y bajamos lomas, cruzamos arroyos, hasta que se paró y dijo: ‘Ajá, volvamos’. En dos horas estábamos de regreso, justo para hacerme cargo de mi turno de posta”.

Pero con el paso de los días, los problemas se multiplicaron. A la subsistencia en medio de una vegetación imposible se le sumó la negativa de movilizarse de forma constante, violando una de las normas básicas de la guerra de guerrillas. Masetti priorizó entonces la permanencia en uno de los campamentos para intentar afianzar la relación con los pobladores, pero la delación de uno de ellos es la que llama la atención a las fuerzas represivas sobre extraños movimientos. El hambre, el cansancio, la presencia cercana de gendarmería, va minando el ánimo de la columna del EGP. A las primeras deserciones se le suma un extremo rigor en el cumplimiento de las sanciones disciplinarias, como método ejemplificador y disuasivo con el fin de detener la desmoralización de la tropa. Pero todo se va de las manos.

El cerco de gendarmería impide al EGP alcanzar las bases de provisiones y el hambre comienza a hacer estragos. En este escenario es que se forma el tribunal disciplinario para juzgar la conducta de un guerrillero, acusado de faltar al código de moral revolucionaria y fusilado horas después. Meses más tarde, otro integrante del EGP es ejecutado, previo juicio sumario, también por reiteradas faltas y por poner en peligro la seguridad del grupo. Los fusilamientos son el principio del fin de la guerrilla.

Ya en febrero del 64, dos agentes policiales se infiltran en el EGP simulando pertenecer a un grupo escindido del Partido Comunista. Para entonces, la suerte de la columna está echada. Los dos infiltrados promueven un incidente donde hieren a un guerrillero. La gendarmería, por su parte, extiende el cerco y captura a algunos rebeldes: los que caen no se resisten porque presentan un agudo grado de desnutrición. Otros mueren de hambre antes de ser capturados.

Con la columna dividida, Masetti y un par de hombres esperan a orillas de un río mientras Hermes y Jorge Guille son comisionados para buscar comida. Ellos dos protagonizarán los únicos enfrentamientos con gendarmería.

7. No hubo otros episodios en la breve historia del EGP que fueran más tergiversados que los dos únicos enfrentamientos que protagonizaron. En ambos choques, el protagonista excluyente fue Hermes.

Según la versión oficial de los hechos, “Gendarmería envía una patrulla de veinte hombres a la zona, dividiéndose sus efectivos en tres grupos con el fin de patrullar una mayor extensión de terreno, y al llegar al paraje ubicado unos 30 km al noroeste de la confluencia del río Las Piedras y Pantanoso, siendo las 8:30, se produce un encuentro con los guerrilleros, quienes, ocultos en el terreno, abrieron fuego, cayendo mortalmente herido el gendarme Juan Romero”. Hasta aquí la versión oficial que da cuenta del primer choque. Vale entonces una aclaración: durante toda la reconstrucción oficial se evitará cualquier alusión (es decir, se oculta, se miente) a que los gendarmes hubieran practicado una táctica rechazada por los militares: la emboscada. Para las fuerzas represivas, la emboscada era un instrumento propio de la guerrilla, y por tal motivo “impracticable” por las fuerzas el orden.

Ratifica la versión oficial el comandante mayor Giovannini en su relato: “El grupo de gendarmes y la dupla de delincuentes subversivos se avistaron simultáneamente. No hubo tiempo para ninguna maniobra, y lo que podía haber sido el inicio de la persecución, se frustró con la caída del gendarme Romero”. Sin embargo, la defensa judicial de los guerrilleros, una vez apresados, difundió otra versión: “Consta por declaración de otro gendarme que acompañaba al gendarme muerto, que ambos fueron acercándose a dos de los muchachos y que al llegar a 20 o 30 metros de distancia, el que luego fue muerto, le apuntó con la pistola apretando el gatillo. El gatillo, por un desperfecto el arma, falló. Pero el movimiento fue visto por el destinatario del tiro fallido (Hermes) que, en defensa propia, le tiró a su vez”.

Es decir, los hechos confirmarían más tarde la veracidad del relato del abogado: no hubo un “avistaje simultáneo” entre gendarmes y guerrilleros sino una emboscada armada por las fuerzas represivas después de descubrir la presencia enemiga. No hubo voz de alto y sí existió la intención de disparar a “quemarropa” contra el cuerpo de Hermes, quien se salvó y respondió al fuego sólo a partir del defecto en el arma del gendarme abatido. Es entonces cuando, mientras los gendarmes intentan rearmar la persecución, Hermes, lejos de amedrentarse por la desventaja numérica, se oculta primero para cubrir la retirada de su compañero y realiza después un rodeo veloz hasta ocupar posiciones en la retaguardia de la patrulla, disparando desde allí, dividiendo a los gendarmes y provocando su huida con gran pericia militar. Ese valiente movimiento le permite a los dos guerrilleros escapar.

El testimonio del suboficial mayor Luis Rosas, años más tarde, terminaría por anular la versión de gendarmería: “Se había avistado a dos presuntos guerrilleros que avanzaban en nuestra dirección, por lo que planeamos emboscarlos al dejarlos venir”.

Pero las mentiras no se detendrán allí. Sigamos la crónica de gendarmería sobre el segundo de los enfrentamientos con los mismos rebeldes, en la tarde de ese mismo día: “Poco después (del primer choque) los integrantes de la patrulla, a pesar de la baja sufrida continuaron la lucha contra los atacantes, quienes se habían replegado en dirección a la estancia Martínez. Allí, al verse los guerrilleros cercados por la intervención de otra patrulla procedente de El Bananal, entablaron un intenso tiroteo, cayendo dos guerrilleros, que al ser identificados se comprobó que se trataba de Hermes Peña, de nacionalidad cubana, y el guerrillero Jorge”.

Con respecto a los hechos posteriores, el comandante general José San Julián agregaría que “se produce una discusión entre el primero (Hermes) y el capataz de la estancia, de apellido Vázquez, que epiloga con su asesinato cometido por ‘Hermes’ con un disparo por la espalda y a corta distancia. Lo inesperado de la situación planteada obliga a que el gendarme Rosas abra fuego, lo que en modo alguno amilana a ‘Hermes’, quien avanza al ritmo de su carabina automática, hasta caer abatido por un certero disparo del gendarme. ‘Jorge’, sorprendido, pretendió replegarse mientras se resistía, cayendo bajo las balas de un desprendimiento de la patrulla”.

Tiempo después, es posible reconstruir fielmente, al menos, la primera parte de los hechos: al atardecer de ese día, Hermes y Jorge llegan a una finca, propiedad de Jorge Bailón Vázquez, a quien le ofrecen una suma de dinero para que consiga alimentos y un par de zapatillas (Hermes caminaba descalzo en un pie y con alpargata en el otro) para las últimas horas del día. Mientras tanto, los guerrilleros se ocultan en el monte. A la hora convenida, el capataz ya anotició a los gendarmes de la cita, quienes a su vez prepararon una emboscada, ocultos en la espesura cercana. Es decir: otra vez los gendarmes preparan una emboscada y otra vez lo niegan más tarde, aunque sería un gendarme el primero en desnudar la verdad de la operación: “La maniobra empezada por el sargento Abraham y el gendarme Rosas, se concretó en una emboscada o golpe de mano, tan bien concebida y mejor realizada que debe considerársela como un modelo en su género”.

 

Antes de escuchar las primeras balas, Hermes detecta la trampa y ordena la retirada. Desde su escondite, los gendarmes disparan. “‘Hermes’, al contrario de la actitud de ‘Jorge’, que se tiró a un costado, reacciona disparando su carabina automática, moviéndose y saltando de un lado a otro como un animal, y no hacía más de dos disparos a la vez”, relata Rosas. En el tumulto de las ráfagas, Hermes corre y se parapeta en un pozo que encuentra por el camino. Desde allí recibe disparos sin precisión y aguarda su momento. Ese momento llega cuando el gendarme Rosas dispara, pero la bala se atora en su fusil “escuchándose el golpe del block de cierre de recámara, por lo que (Hermes) dedujo en la desesperación, que se había quedado sin munición. Felizmente (Rosas) repitió la maniobra de carga, mientras el oponente, advertido del característico ruido del golpe en el vacío, abandonaba su refugio y se dirigía en su dirección para atacarlo, suponiendo que estaba indefenso”, detalla el informe gendarme. “En ese instante, a escasos diez metros, mi arma se destrabó y disparé dos ráfagas a quemarropa, en forma sucesiva al ver que el bulto no caía, hasta que, luego de la segunda ráfaga, perdió el equilibrio y cayó hacia delante. Salté como un resorte, dándole vuelta y despojándolo del arma, observé que le salía sangre por la boca. Terminó así el mito del corajudo guerrillero cubano, cayendo en su ley”, finaliza Rosas.

Sobre la muerte del capataz Bailón Vázquez, la gendarmería se apresura en informar que las balas que lo mataron fueron las del cubano, pero para el abogado de los miembros del EGP detenidos, la versión nunca fue probada: “Mientras los gendarmes se acercaron a los muchachos desde el monte (lugar más adecuado para ocultarse) los muchachos, al advertirlo, escaparon hacia el río, y por lo tanto, lugar más adecuado para eludir la persecución. La gendarmería imputó a los muchachos la muerte del paisano. El paisano estaba situado en una de las barracas, es decir, entre el monte, de donde vinieron los gendarmes, y el río, hacia donde trataron de escapar los perseguidos y ultimados. Un paisano del lugar me confirmó que el paisano cayó bajo las balas de gendarmería”.

 Luego de la caída en combate de Hermes, los gendarmes profundizan la búsqueda de los guerrilleros, dispersos por el monte. Lo que siguió fue la debacle total: uno a uno, caen todos los campamentos, casi todos los combatientes son tomados prisioneros, sus contactos urbanos detenidos, y los uniformados desatan una feroz represión en los poblados cercanos, castigando a los simpatizantes y en busca de datos sobre el comandante Segundo y el resto de los hombres.

Pero de Segundo nada se sabe. Apenas que estaba acompañado por otro miembro del EGP en la playa del río Las Piedras, a la espera de ayuda e impedido de continuar la marcha por el hambre y las heridas.

El monte cubre de silencio el final de su historia.

8. Las noticias del naufragio del EGP llegaron a oídos del Che rápidamente. Guevara no salía de su asombro a medida que conocía los detalles del fracaso de la expedición. “El Che me hizo llamar a La Habana -señala Ciro Bustos, uno de los integrantes del EGP que consiguió eludir el cerco militar-. Hice un largo informe verbal en su despacho del Ministerio. No podía creer que en una selva llena de animales, se pudiera morir de hambre, sin pelear, además”. Lo cierto es que, más allá de los errores militares y políticos cometidos por el EGP, el fracaso de la operación había terminado con la muerte de uno de los hombres más queridos por el Che, Hermes, y la desaparición de otro de ellos, Masetti.

Fue el propio Che, acompañado por el abogado Gustavo Roca, el encargado de informar la mala noticia a la familia de Hermes: “Ese tema al Che lo golpeó durísimo. En 1964, cuando viajé a Cuba me llevó a verlo al padre de Peña para que le contara todo sobre la muerte de su hijo, que cayó como un héroe. Los gendarmes se ensañaron con él, lo abrieron y obligaron a los otros detenidos a introducir la cabeza en sus vísceras. En su momento yo denuncié todo eso, que fue terrible. Lo cierto es que tuve que contarle todo al padre de Hermes, un campesino duro al que no se le caía una sola lágrima, mientras el Che no podía contener el llanto”, comenta Roca.

También la esposa de Hermes conoció entonces el final de su compañero: “Cuando supe que había muerto en combate, lo primero que pensé fue en mis hijas, sobre todo en Ana María, a la que él no conoció. Aquello fue un golpe durísimo para ellas y para mí. (…) Entre las sensaciones más hondas que guardo de su figura, de su conducta, de su forma de ser, está lo que me escribió en una de aquellas cartas que rompí cuando estaba enferma de los nervios. Creo que fue la última que recibí de él. Esa vez me escribió: ‘Catalina, ¿recuerdas que el día de nuestra despedida te negaste a creer que yo iba a volver? Puede que tú tengas razón, tal vez yo no regrese nunca, pero la historia dirá hasta dónde llegué’”.

9. En la mañana del 20 de abril de 1964, media hora después de las 6, un camión de gendarmería detuvo su marcha a las puertas del pequeño cementerio de Orán. Allí, tres empleados de Obras Públicas esperaban hacía media hora con instrucciones de enterrar, sin demora, dos féretros que les entregarían los gendarmes. “Uno de los cajones tenía un cartón pegado que decía Hermes”, recuerda hoy uno de aquellos empleados. “Los enterramos uno al lado del otro, en la parte sur, entre la quinta y la cuarta sección, donde actualmente están los nichos. Desde la entrada, a unos 80 metros por la vereda de acceso al cementerio”, precisa ante la prensa el mismo empleado. “No colocamos ninguna cruz ni nada que identifique el lugar”, agrega.

Allí, en ese rincón apartado del cementerio salteño, fueron a parar los restos de Hermes Peña; y allí se quedaron durante más de cuarenta años.

Allí, fueron hallados por un equipo de antropología cubano en 2005. Tiempo después, sus restos fueron trasladados hasta el Museo de la Revolución, en Santa Clara, donde descansa también su jefe, su comandante, su hermano del alma, Ernesto Che Guevara.

Trece días antes de su caída en combate, Hermes había cumplido 26 años.

Fuentes consultadas: Los orígenes perdidos de la guerrilla en Argentina, de Gabriel Rot; La guerrilla del Che y Masetti en Salta, de Daniel Ávalos; Misión cumplida, de Eduardo Garay; revistas Todo es Historia y Lucha Armada, . Los textuales de Catalina Sibles Sánchez (ya fallecida) pertenecen a “La historia dirá hasta dónde llegué”, entrevista de Luis Hernández Serrano, diario Juventud Rebelde, 27/04/04.

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