Palestina y la solidaridad cómoda

Desde el 29 de noviembre de 1977, por decisión de la Organización de las Naciones Unidas, se celebra el Día internacional de solidaridad con el Pueblo Palestino. Esta fecha hace referencia a la promulgación de la Resolución 181 de la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1947, en la que se establecía que en el territorio palestino existirían dos estados, uno judío y otro palestino, y una zona neutral bajo protectorado de la ONU. Dicha Resolución, en la cual los palestinos no tuvieron ni voz ni voto, no llegó a ser aplicada en la medida en que la ocupación del territorio palestino por las fuerzas sionistas sería más rápida de lo esperado. Para mayo de 1948, aquella resolución ya era historia. Sin embargo, treinta años después, la ONU la romantizaría haciendo de ella un estandarte de la “solución” frustrada para el conflicto en medio oriente, a pesar de reconocer y legitimar una colonización en años en que la descolonización era agenda en muchas partes del mundo.

Por Carlos Álvarez

De esta forma, una resolución que entregaba más de la mitad del país a una minoría sionista, legitimando aquel expolio, sería recordada como la solución que no fue. Sin embargo, tan dramática fue la historia posterior de Palestina que aquella resolución parecía una panacea mirada retrospectivamente. Hacia 1947, esta era una flagrante violación de los derechos palestinos, pero hacia 1977 parecía casi un privilegio dada la ocupación total del territorio. Independientemente de que tanto sionistas como palestinos rechazaran aquella resolución (los primeros por entenderla escaza a sus intereses, los segundos por saber que era un saqueo irreversible), la misma pasó a la historia como lo mejor que podría haberle sucedido a la región. Es así que la ONU, en un acto autoindulgente, instituyó aquella fecha como día de solidaridad con Palestina.
Leído en términos literales, aquello pareciera una tarea loable de la comunidad internacional, sin embargo, ¿lo es? Solidaridad y caridad remiten a dos polos por momentos antagónicos, aunque dialoguen entre sí. La solidaridad supone una dimensión empática y comprometida por modificar las estructuras que garantizan las desigualdades, es un proceso continuo y sostenido en el tiempo. En cambio, la caridad, deporte que las oligarquías y burguesías por décadas han practicado en su afán de lavar culpas y mostrarse dadivosas, remite a un acto unidireccional de dar algo, como si fuese un tratamiento paliativo ante las desigualdades que no se buscan modificar. Si bien es una definición simple y limitada, nos sirve para diferenciar ambos conceptos con cierto grado de acierto. Entonces, declarar un día del año como “Día internacional de la solidaridad con el Pueblo Palestino”, ¿no constituye un contrasentido si la solidaridad no es un acto único sino un proceso sostenido en el tiempo y comprometido? Más aún, ¿vasta con un día? ¿Será más bien un “Día de caridad…”?
Es que la mera manifestación de voluntad no alcanza para transformarse en solidaridad, esto lo sabemos bien en tiempos de hiperconectividad y redes sociales, donde resulta relativamente fácil y cómodo expresar apoyos a diversas causas en la comodidad del uniforme de pantuflas y mate en mano. Debe haber algo más que una manifestación de deseo y un comunicado de apoyo, sobre todo cuando se trata de estructuras de poder transnacionales que se suponen con relativa capacidad de acción, como es la ONU. Sin embargo, hace 44 años que aquella declaración no hace más que engordar el calendario de efemérides, al tiempo que realiza una metamorfosis de la solidaridad en caridad, limitando a siglas la vida de lxs palestinxs, con instituciones que realizan más actividades caritativas que estructurales, como UNHCR, UNRWA, OHCHR, entre otras.
Tomemos por caso la más específica de ellas, United Nations Relief and Works Agency for Palestine Refugees in the Near East (UNRWA), que en español sería la Agencia de Naciones Unidas para la población refugiada de Palestina en Oriente Próximo. Se presentan afirmando que:
“La tragedia de las personas refugiadas de Palestina comenzó en 1948. Un año después, nació UNRWA con el único objetivo de ayudar a la población afectada por el conflicto. Una población que, de un día para otro, perdió sus hogares y sus medios de vida. El compromiso de UNRWA es el de apoyar a millones de seres humanos que sin nosotros carecerían de lo más básico: alimentos, cobijo, sanidad, educación, protección… y lo más importante, dignidad.”
Nuevamente, loables palabras, pero que sin embargo dejan en manifiesto cómo la institución entiende su rol y cómo lo hace también la comunidad internacional. En primer lugar, reconoce la tragedia palestina (Al Nakba) como un suceso propio de 1948, deshistorizando un complejo y largo proceso que inicia a finales del siglo XIX y encuentra su punto de llegada recién hacia 1948. Según aquella formulación, lo de Palestina sería un evento catastrófico, “de un día para otro”, como un huracán o maremoto, en el cual la gente se acostó un día normal y amaneció en una tragedia, sin proceso ni historia. Luego afirma que su leit motiv es ayudar a la gente afectada por un “conflicto”, curioso eufemismo para referirse a una “tragedia”. Continúa reafirmando su rol salvador y caritativo por medio del cual sin esta institución esas personas no tendrían lo más básico resuelto, aunque lo más importante, sostienen, es que la UNRWA garantiza que tengan dignidad. ¿Son estas características propias de la solidaridad o de la caridad? Paternalismo, dependencia y entrega unidireccional parecieran despejar la evidente respuesta. En ninguna parte lxs palestinxs son dueños de su destino, son meros agentes pasivos que sobrevivirán en la medida en que esta dependencia de la ONU decida que así sea.

La realidad es que el pueblo palestino se ha zanjado sus necesidades por siglos bajo regímenes de los más diversos, incluidos los de ocupación británica y sionista. En cuanto a su dignidad, la misma se ha forjado al calor de las luchas e Intifadas que hace más de un siglo sostienen sus reivindicaciones y terca decisión de no desaparecer el mapa, algo que ninguna institución puede darles, aunque así lo presuman.
Naturalmente, no pretendemos hacer una apología del ostracismo por el cual nada de todo eso sirve en absoluto y por ende es mejor no tenerlo. Lo cierto es que estas instituciones le han cambiado, y aún lo hacen, la vida a millares de palestinxs que sin otros medios de subsistencia encuentran en estas instituciones una línea de flotación para no morir ahogados en hambre y penurias. Sin embargo, tampoco puede hacerse una oda del asistencialismo funcional que simplemente aplica la doctrina del “cambiarlo todo para que nadie cambie”, es decir, desviar el foco de los problemas estructurales hacia la mera asistencia para conformar un cómodo status quo donde las reales problemáticas quedan aplazadas a fuerza de techo y algo que comer. Es por ello que la mera “solidaridad” nominal de la comunidad internacional no alcanza, puesto que las necesidades palestinas no caben en sus comunicados ni bolsones de alimentos. De esta forma, la ONU pide solidaridad a la comunidad internacional como si no fuera ella misma su representación, desentendiéndose de su rol.
Ahora bien, la capacidad resolutiva de la ONU resulta una quimera mañatada por el poder de veto de unos pocos países, haciendo que la comunidad internacional no sea más que un conglomerado de naciones testigo de las decisiones de China, Rusia, Reino Unido, Francia y Estados Unidos. Así fue que la Resolución 181 cayó en saco roto como otras tantas resoluciones y sanciones posteriores que buscaron frenar la capacidad colonial y expansiva del Estado sionista sobre los territorios y pueblo palestino. Al servicio de los intereses norteamericanos, pero también bajo su cobijo, Israel ha logrado hacer a su antojo y discreción aquello que creyera conveniente sin reparo alguno por los consensos internacionales ni los derechos humanos. Ante cualquier objeción a su accionar por parte de la comunidad internacional, Estados Unidos allana el camino para que las topadoras y colonxs sionistas sigan invadiendo el archipiélago de ciudades palestinas amuralladas y con check point como única puerta de ingreso.
Por su parte, la comunidad internacional se ha complacido en mostrarse “solidaria” a partir de levantar la mano en estériles sesiones de la ONU que en una perpetua mascarada sanciona aquello que jamás surtirá efecto sobre el Estado sionista. Así, cumplen con su cuota de apoyo, a sabiendas de que carece de efecto. Pero Palestina precisa un apoyo real, aquel que se logra con el boicot, la sanción y la desinversión a Israel, no negociando con dicho Estado al tiempo que se apoya a Palestina apretando un botón en lujoso edificio en Washington DC. Naturalmente, se busca quedar bien, ser políticamente correctos, al tiempo que no se cortan lazos con Estados Unidos ni sus socios comerciales. ¿Será que el resto de los Estados miembros no es trigo limpio capaz de oponerse a Israel por tener al interior de sus propias fronteras a sus respectivas “Palestinas”, como poblaciones indígenas, migrantes, afrodescendientes, gitanxs y otras parcialidades étnicas despreciadas y combatidas? Como sea, Palestina sólo recibe un apoyo nominal y caritativo.
Pasaron 30 años hasta que la ONU reconoció su incapacidad de acción y ejecución de la Resolución 181, declarando el trigésimo aniversario de la misma como día simbólico de apoyo a la causa palestina. Desde entonces, otros 44 años discurrieron bajo el avance criminal del sionismo sobre Palestina violando todos los derechos posibles, practicando sobre esta nación una las limpiezas étnicas más aberrantes de la historia de la humanidad. El problema es que no alcanza con la solidaridad, puesto que Palestina precisa acciones concretas para recuperar su soberanía, repatriar a lxs refugiados y conformarse en un espacio vivible. La ONU, que fue creada al tiempo que Palestina era conquistada, lejos de garantizar aquello y de cumplir con su rol de armonizador internacional ante la “ley del más fuerte” hasta entonces imperante, se transformó en un crupier que asigna cartas marcadas y garantiza que los grandes no se vayan al mazo.

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