Postales del subsuelo 12

Un nuevo ciclo de Nina Ferrari poniéndole la voz a las voces de lxs autorxs del conurbano, a escritorxs de los bordes, esos que no están en el centro de la escena, pero que existen a lo largo y a lo ancho del país. A ellxs queremos darles este espacio, desde Editorial Sudestada, continuar el camino que inició Hugo Montero: reivindicar el arte popular y darle lugar a las voces que están por fuera de los circuitos culturales hegemónicos. Así como el neoliberalismo propone mercantilizar el arte a través de la cultura del ego y la supremacía del individuo, nuestra resistencia propone redistribuirlo todo: hasta la belleza.

Por Nina Ferrari

“El Nico” de Anto Gasparto
Ese día todo le había salido para el orto. En el Call center su jefe le había enviado un mail con los nombres de los despidos que debía informar. Era martes, último día del finde largo de carnaval, y a Nico le tocaba trabajar. Saber de antemano que tendría que dar esa mala noticia con cara de buen amigo le provocaba unas ganas terribles de vomitar. Le partía el corazón. Temiendo el día en que el karma hiciera de las suyas, y fuera él, el de la mirada de perro mojado. 
Sumado a eso, esa mañana recibió los resultados finales de sus análisis de sangre. Hacía ya varios meses que sentía un cansancio extremo e incluso había bajado de peso. Lo atribuía a pasar muchas horas frente a la computadora, en un trabajo de oficina, 24/7, sin francos pagos y en un país donde la inflación constantemente le ganaba al sueldo. Una semana atrás había consultado con un médico clínico amigo quien le había solicitado estudios. Al final del informe se leía: “Por favor, comunicarse a la brevedad con el Sanatorio. Hemos intentado contactarnos con Ud pero sus datos personales se encuentran desactualizados”. 
—Ey Carlitos, soy el Nico, ¿Cómo estás? Che, me acaban de mandar los análisis del Sanatorio. ¿Querés fijarte qué onda? Porque me dicen que me comunique con ellos a la brevedad. Viste que yo trabajo en recursos humanos, y bueno, para mí es moneda corriente dar malas noticias. Suena a que algo no me dio bien. Si me hacés ese favor, loco, te voy a agradecer -le mandó en audio de Whatsapp a su amigo. 
Mientras tanto aprovechó para almorzar y durante la siesta se puso al día con el resto de tareas que le habían asignado. Salió al patio interno del edificio, se fumó un pucho, aprovechó para llamar al Geriátrico y ver cómo andaba su madre. La dinámica de su familia siempre había sido la misma. A su viejo nunca le habían durado los laburos y solía gastar la poca plata que ganaba en unos cuantos vasos de vino en el bar de la esquina. Su mamá era la que mantenía a todos en su casa, hasta que de rompe y raje, cuando Nico tenía 18 años y estaba por empezar la facultad, empezó a olvidarse ciertas cosas. Primero pequeños detalles como dónde guardaba la plata y luego datos tan importantes como la cara de sus cuatro hijos. Nico y sus hermanos no tuvieron otra opción que ponerse a laburar e internar a su mamá en un Centro de Cuidados. 
La vida parecía no darle un respiro de tantas pálidas, hasta que conoció a Javi. 
Javi siempre había tenido la habilidad de aparecer en los momentos en que Nico más lo necesitaba. Cómo olvidar aquella vez en que sin conocerse, Javi salió a fumar un porrito y salvó a Nico de ser golpeado por otros pibes a la salida del boliche. Desde ese entonces Nico y Javi se habían vuelto como uña y carne. Salían a jugar fútbol, se juntaban a tocar la guitarra y pese a no ir al mismo secundario, se reunían a estudiar para los exámenes. Ya en ese entonces Nico tenía fama de trolo pero a Javi parecía no importarle lo que los demás dijeran. Todo lo hacían juntos. Y aunque Javi no se animaba a blanquear lo que le pasaba, Nico se aferraba con todo su ser a esa amistad, que para él era mucho más. 
Cuando Nico se sentía debajo de una nube gris, se reconfortaba con sólo recordar los momentos compartidos con Javi. Y aunque hubiese terminado roto, el recuerdo de Javi le entibiaba el corazón. 
A veces los días eran así, algunos buenos, otros malos. Por suerte eran 24hs que en algún momento terminaban. Y al llegar la medianoche, el reloj comenzaba a contar desde cero nuevamente. 
Esa noche le dio ansiedad no tener ninguna respuesta por parte de Carlitos pero se imaginó que capaz estaba de guardia y que al día siguiente le contestaría. 
Era miércoles y se había despertado con tiempo suficiente para tomar unos mates en el balcón antes de ir al trabajo. Checkeó el celular en busca de alguna contestación por parte de Carlos. Ningún mensaje nuevo. Antes de ir a la estación, aprovechó para llegarse hasta la panadería del barrio, comprar algunas medialunas y llevárselas a su madre al geriátrico.
—Tu vieja siempre te espera y nos pregunta que cuándo vendrá el buen mozo de las medialunas – le dijeron esa mañana las cuidadoras del Centro. 
—Acá estoy viejita linda. Pedido para la mejor mamá del mundo… ya sabés.. cualquier cosa levantás la medialuna y me pegás un tubo.. – Le decía Nico con el ademán de llamarla por teléfono. 
Eran las 7:45 y ya había llegado a la estación. Como todos los días se subió al segundo vagón de la línea Sarmiento. 
—¿Está ocupado? 
—No, sentate tranquilo. 
—Gracias. 
—De esa panadería son las mejores medialunas que probé – le dijo la pasajera observando la bolsita de papel madera ya media vacía. 
—Si, viste.. Se las trato de llevar calentitas a mi vieja al geriátrico. Cuando éramos chicos nos llevaba a la panadería y nos compraba una para comer en el recreo. Nos hacía el gesto de que eran como teléfonos mágicos de pan. Que si nos pasaba algo, la llamáramos con la medialuna. 
—Ojalá mi hijo también me visite al geriátrico. Tu mamá debe de ser una genia – le dijo tocándose la panza.
—Sí, mi mamá es una maga – le contestó Nico con los ojos brillantes. 
Miró el reloj nuevamente, eran las 8:28. Ya faltaba poco para llegar a destino cuando vibró su celular. Un número desconocido apareció en su lista de conversaciones de WhatsApp. Le había mandado un audio. Presionó el triángulo gris y apoyó el celular sobre la oreja con rapidez, sintiendo que al fin tendría noticias acerca de los estudios médicos. 
Percibió como el tren aumentaba la velocidad al llegar a la plataforma. Pensó que era la emoción de escuchar, luego de tantos años, la voz menos esperada. Un audio que le había enviado Javi. Fue como si flotara más allá del vagón por unos segundos. 
Sintió el impacto, seguido de gritos y cómo cuerpos se abarrotaban unos sobre otros. En su retina quedó grabada la hora 8:32 del día 22 de febrero. Momento en que empezó a grabar una respuesta para ese Javi que tanto había querido. 
En ese mismo instante, Javi, sentado en el sillón de sus viejos, miraba la tele mientras desayunaba. Un escalofrío corrió por su espalda al escuchar el “ÚLTIMO MOMENTO” en Crónica Tv. Vio cómo bomberos y policías llegaban a la estación de Once.

“KNOCK OUT” de Romina Querro. Romina D´Andrea 
Jorge cerró la ventana del dormitorio, prendió la radio y buscando calor agarró la bolsita de agua caliente. Afuera nevaba, los árboles y los pisos daban un paisaje no visto en más de 30 años en el pueblo de “La Carpincha”. Esa tarde había decidido quedarse en la cama porque no se sentía bien, seguramente  se estaba por agarrar una gripe. Era conocido por su voz gruesa, vibrante y sus lentes de culo de sifón. De chico hacía publicidad en unos altoparlantes que recorría en una renoleta vieja. La gente del pueblo lo quería mucho porque alegraba las tardes. Pero otras veces lo insultaban porque no conocía la hora y algunas mañanas muy temprano se ponía a propalar y despertaba a medio mundo. Era tan flaquito que de  sobrenombre le pusieron  “palito”. Soltero, no se conocía sobre novias, pero siempre estaba en la boca de alguna vieja chusma que lo señalaban por algún comentario desubicado. Le prometió a su madre antes de morir que no se casaría para ser santo y honrar el apellido. Pensaba que su padre era un ángel que había subido al cielo cuando él llegó a este mundo.
Amante del boxeo, podía mirar en la tele mil veces una misma pelea. Se ponía muy nervioso, se comía las uñas, se friccionaba las manos y tiraba gancho derecho, izquierda, se paraba, sentada, arrodillaba hasta terminar exhausto por la pelea. A veces se iba al club “juveniles” a mirar alguna pelea y más de uno se reía por cómo se movía.
Esa tarde mientras escuchaba la radio y se cebaba unos mates, escuchó que golpeaban su puerta, no pensaba levantarse. No esperaba nadie, además con esa nevada ¿quién podría ser?. Se acomodó la almohada y siguió escuchando su programa. Un instante después, de nuevo los golpes pero esta vez más insistentes. Mientras se incorporaba con una mezcla de pereza e incertidumbre, no llegó a terminar de ponerse las pantuflas qué los golpes sucedieron por tercera vez,. Una voz entrecortada y temblorosa decía: ¡Por favor, abra la puerta, tenga piedad que hace mucho frío!
Cuando Jorge se acercó a la puerta no pudo terminar de abrirla y una joven mujer casi desvanecida terminó de empujarla. Junto con ella entró una  porción abundante de nieve. Antes de que pudiese pronunciar palabra, le tapó la boca suavemente con la mano en un gesto de silencio y mirándolo profundamente a los ojos como nunca antes lo habían mirado, le dijo: ¡¡Salvame!! y se desplomó en el suelo.
Con dificultad logró sentar a la mujer en el sillón y vió que era hermosa. Estaba vestida demasiado elegante. Se fue de inmediato a sacar las paladas de nieve para poder cerrar la puerta. Se acercó de nuevo a la mujer vio que tiritaba y trataba de decir algo, agarró la gruesa manta que estaba en la cama, la bolsa de agua caliente y la cubrió.
La mujer hizo un gesto de agradecimiento y a los pocos minutos se durmió. Jorge la miraba un poco confundido, pero con menos interés del que podría despertar una situación semejante.. 
Jorge veía a esa mujer como un objeto extraño, no parecía herida, simplemente exhausta, no tenía teléfono para llamar a un hospital o para ofrecerle que hable con alguien cuando se despierte para que la vayan a buscar. Hacía ruidos en la cocina para ver si se movía, conteniéndose de imaginar una fantasía prohibida. La observaba como se acomodaba en el sillón y seguía durmiendo. Se preguntaba ¿Cómo sería vivir con una mujer que no sea su madre? se le cruzó ese pensamiento y siguió de largo, además, esa mujer no era del pueblo.   ¿ Cómo llegó hasta ahí con ese clima?
Era sábado y eso significaba una sola cosa: noche de boxeo. Esa vez peleaba por el título mundial  Nicolino Locche, ´el intocable´. Jorge había esperado esa pelea durante meses y nadie, ni siquiera una desconocida durmiendo en su sillón, lo impediría. Aun así , no paraba de mirarla de reojo, entre asombrado y un poco fastidiado por no saber cómo reaccionar.
La tele estaba en su cuarto, la pelea estaba por empezar, sus nervios y ansiedad aumentaban cada vez más. Locche peleaba último, era la estrella del momento y su ídolo indiscutible. Mientras pasaban las últimas publicidades se asomaba  a observarla.
Así hasta que apareció ´el intocable´ , ahí Jorge se transformó, todas sus células se emocionaron al verlo, empezó a dar saltitos y tirar las primeras trompadas al aire para calentar, tenía puesta una bata de toalla que se sacó y tiro al piso al mismo tiempo que Locche la suya de satén celeste y blanco, subió el volumen de la tele sin importarle su extraña visitante y se sumergió en lo que fue una de las peleas mas épicas de la historia del boxeo. Ver la danza de Locche esquivando los puños casi como jugando hizo que Jorge comenzará a imitarlo en sus pasos y sus jetoneos de guardia baja. Hasta que en un momento de gran entusiasmo y embriaguez deportiva, los pies de Jorge en plena danza se enredaron con la bata y cayó al suelo. Se golpeó la cabeza contra la punta de la cama y se desmayó. No llegó a ver el formidable uppercut que le dio a Locche el título mundial. Al despertar sintió el dolor del golpe que se había dado en la cabeza, tenía la manta sobre su cuerpo, se levantó lentamente, agarró sus gruesos lentes y vio que el sillón estaba vacío. Recorrió la casa con la mirada y se dio cuenta que estaba solo.
Parecía que la extraña mujer había desaparecido sin dejar rastro, las huellas afuera en la nieve estaban borradas , se había ido hacía un largo rato. Era de día pero no sabía la hora.
Cuando se sentó en el sillón, desconcertado aún del dolor de cabeza, vio un pequeño papel, una nota que decía: Gracias por abrir la puerta, me salvaste la vida, sos un ángel.
A la mañana siguiente escuchó unos pasos sobre la nieve y de inmediato unos golpes sonaron  a su puerta. En ese momento, sin aliento -como que hubiera recibido una terrible piña- se acercó a la puerta lentamente con la ilusión puesta y se dio cuenta de que era su amigo Javier.  
Jorge fue a abrir la puerta mientras su amigo le seguía hablando del otro lado: 
—Te traje los recortes del chancho que carneamos ayer y el vino que sobró. ¿Prendiste la radio? 
—¡No, estuve ocupado!
—Están todos como locos. Una mina se escapó en plena boda del salón parroquial.  Estos no eran de acá, son familiares de los Carrera que tienen plata y campo en el sur. Dice el cura que estaba a los gritos ¡¡no me caso nada!! Se fue y no saben donde mierda pasó la noche. La están buscando por todos lados ¿te imaginas? todo pago la fiesta, la carneada,  los regalos, el novio la estaba esperando en el altar como boludo. Salieron a repartir toda la comida y el chupe por el pueblo. ¿raro que no anduvieras metido ahí?. ¡Qué desgraciada! ¡ojalá se quede para vestir santos!  che viste la pelea anoche?

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