(Khalil Ashawi – Reuters)
Hace cuatro años, el gobierno turco lanzó bombardeos masivos contra la región kurda de Afrin. La zona, que había quedado casi al margen de la guerra en Siria, ahora se convirtió en el mismísimo infierno.
Por Leandro Albani
En un pequeño territorio de Kurdistán la brutalidad desplegada por el Estado turco se vive de forma cotidiana. Mercenarios que secuestran, violan a las mujeres y saquean las propiedades. Bombardeos de la aviación turca que todavía hoy destruyen hogares e instituciones. El robo sistemático de la producción de olivos y de reliquias antropológicas. El desplazamiento forzado de casi 300 mil personas y el cambio demográfico aplicado por los ocupantes.
Todo esto desde hace cuatro años en una región que, en plena guerra en Siria, era considerada la más pacífica del país, y donde se habían refugiado unos 500 mil sirios y sirias que escapaban de un conflicto bélico que parece nunca acabar.
Ese lugar en el que ahora la muerte campea por todos lados es Afrin, el cantón kurdo conformado por alrededor de 380 aldeas y pueblos, ubicado a 40 kilómetros de la ciudad de Alepo. Dividido en siete distritos, la zona tiene grandes plantaciones de olivos, debido a su geografía montañosa y con valles. La tierra de Afrin además es fértil para la producción de frutas y verduras, siendo un pequeño granero dentro de Rojava (Kurdistán sirio).
¿Ustedes escuchan a los gobernantes europeos lanzar sus lágrimas de cocodrilos por Afrin, como lo hacen por Ucrania? ¿Y al presidente de Estados Unidos, Joe Biden, que dice abrazar la democracia y la libertad? ¿Escuchan, tal vez, que dentro de la sede de la OTAN retumban las amenazas contra la administración turca, empecinada en bombardear a los y las kurdas, estén donde estén? Por supuesto que no.
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“Recité suras del Corán para salvar nuestras vidas. Si no, nos habrían matado”. Las palabras son de Emira Fuat, una mujeres de 65 que fue desplazada de Afrin. Emira cuenta que esa fue su respuesta cuando mercenarios y soldados turcos fueron a su casa y la acusaron de infiel, por profesar el yezidismo, una de las tantas religiones que hay en Medio Oriente.
La historia de Emira fue reflejada hace unos días atrás por el periodista Beritan Sarya, en la agencia de noticias Firat (ANF). En el reportaje se recordó que en Afirn vivían alrededor de 25 mil yezidíes, pero hoy solo quedan 2.000. Del total de kurdos yezidíes, unos 7.000 ahora viven en el campo de refugiado de Shehba, en el norte de la provincia siria de Alepo.
A Emira la despojaron de todas sus pertenencias materiales, pero lo más doloroso fue que los mercenarios, respaldados y financiados por Ankara que ocupan el cantón kurdo, asesinaron a uno de sus hijos. Como si fuera poco, también secuestraron a su marido. Para conseguir su libertad, tuvo que pagar un rescate: 5.000 dólares que consiguió como pudo. Cuando se reencontró con su marido, tenía un pie roto y la espalda llena de hematomas. Un marca registrada que dejan los yihadistas que controlan Afrin.
En estos cuatro años, Emira conoce muchos casos de hombres y mujeres secuestradas en Afrin, de casas saqueadas y bienes robados. “Lo que está ocurriendo en Afrin es horrible –le relató al periodista de ANF-. La vida ya no es posible bajo la ocupación y los yezidíes están siendo particularmente cruelmente oprimidos. Sólo tengo un deseo: que los turcos y sus bandas desaparezcan de Afrin. Queremos volver a nuestra patria”.
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La ocupación ilegal de Afrin se concreto entre el 16 y el 18 de marzo. Dos meses antes, la aviación turca comenzó con bombardeos masivos contra la región. Las Fuerzas Democráticas de Siria (FDS) y las Unidades de Protección del Pueblo (YPG/YPJ) en un principio resistieron los ataques, pero sus capacidades militares eran escasas para enfrentar los ataques aéreos. Entonces, decidieron trasladar a la mayor cantidad posible de población a lugares seguros.
¿Quiénes estaban en condiciones de detener a Turquía? Rusia y Estados Unidos. Pero no hicieron nada. Moscú, que controla el espacio aéreo de la zona, por su alianza sinuosa con Ankara, pero siempre redituable. Estados Unidos, que tiene tropas en el territorio, se justificó diciendo que sus fuerzas solo luchaban contra el Estado Islámico (ISIS). Excusas. Es un secreto a voces que Turquía reclutó a cientos de yihadistas de ISIS, les recortó las barbas, le cambió sus ropas negras y los sumó a las decenas de grupos terroristas que conforman el Ejército Nacional Sirio (ENS), encargado de perpetuar la ocupación de Afrin.
Los últimos informes difundidos por la Organización de Derechos Humanos de Afrin (ODHA) revelaron que la población kurda en el cantón se redujo del 95 al 15 o 25 por ciento desde que comenzó la invasión. Esto es una consecuencia “de las políticas sistemáticas de limpieza étnica y cambio demográfico”, denunciaron.
Otras cifras de la ODHA demuestran lo que implica la invasión turca a Afrin: un total de 676 civiles fueron asesinados y más 700 sufrieron heridas por los bombardeos y las torturas de los mercenarios. Entre estos últimos hay 303 niños y 210 mujeres. La ODHA también registró un aumento sistemático de femicidios: 84 fueron asesinadas por los mercenarios, de la cuales seis murieron luego de ser violadas.
Uno de los grandes negocios de los ocupantes son los secuestros: desde el 20 de enero de 2018, cuando comenzaron los bombardeos turcos, 8.328 personas vivieron este calvario. Del total, según la ODHA, se desconoce el paradero del 35 por ciento de los y las secuestradas. En estos cuatro años, 1.000 mujeres fueron raptadas por los ocupantes.
Con respecto al cambio demográfico, la ODHA señaló que desde la invasión de Turquía entre 400 y 500 mil personas fueron trasladadas de otros países para establecerse en Afrin. En una entrevista reciente, İbrahim Şexo, portavoz de la ODHA, recordó que el pueblo de Afrin resistió durante 58 días los ataques turcos. El representante kurdo agregó: “Afrin fue asaltada por 72 aviones, decenas de tanques, 25.000 mercenarios y miles de militares. En algunos casos, también emplearon gas químico. En los últimos días de la ocupación cometieron principalmente atrocidades contra civiles”.
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La ocupación de Afrin por parte de Turquía no es un hecho aislado. En Rojava, las fuerzas mercenarias respaldadas por Ankara también controlan las zonas de Al Bab, Gire Spî y Serêkaniye, todas arrancadas a sus pueblos originarios y que eran gobernadas por la Administración Autónoma del Norte y el Este de Siria (AANES), la máxima autoridad que reúne a kurdos, asirios, armenios y árabes de diferentes pensamientos políticos y religiosos.
Para el gobierno del presidente Recep Tayyip Erodgan lo que sucede en Rojava es inaceptable. Sobre todo, teniendo en cuenta que en el sudeste turco viven más de 20 millones de pobladores kurdos. Y que una gran mayoría apoya al Movimiento de Liberación de Kurdistán y al confederalismo democrático, el paradigma sintetizado por Abdullah Öcalan, que impulsa la liberación de las mujeres, el ecologismo, la organización comunal y una economía anti-capitalista. Por levantar las banderas del confederalismo democrático, Öcalan hace más de 20 que está prisionero en la isla-prisión de Imrali, una base militar en el corazón del mar de Mármara.
Con la ocupación de Afrin, Turquía viola las más básicas leyes internacionales. Pero a Estados Unidos, Rusia y la Unión Europea (UE) no les importa demasiado. Todos siguen vendiendo toneladas y más toneladas a Ankara. Y todos quieren tener a Erdogan de su lado. No importa que el presidente turco encabece un régimen represivo y autoritario. Para Washington, Moscú y Bruselas es contener y utilizar a Erdogan según su conveniencia. Los lamentos de la población de Afrin que sobrevivió a la masacre y ahora sobrevive en campos de refugiados, por lo visto no llegan a los despachos donde se definen las estrategias para repartirse, otra vez, a Medio Oriente.