Hoy, 22 de marzo, se cumple el primer aniversario de la partida física de nuestro querido Hugo. Lejos de homenajes pomposos y vacíos, elegimos hacer memoria a partir de la palabra de quienes aprendimos a hacer periodismo y a resistir con la escritura al lado de un imprescindible. Lo colectivo es la columna vertebral de Sudestada y es por eso que convocamos a escribir (le) a Hugo desde el pulso de quienes hoy formamos parte de ese sueño creado en 2001, de quienes compartieron sus pasos y formarán parte de su mundo eternamente.
Por Editorial Sudestada
Vos me estabas esperando
(Por Juan Solá)
Es curiosa la forma en que aquellos que amamos vuelven a nosotros constantemente y desde todas las direcciones, acaso confirmando la redondez del mundo, acaso construyendo un puente entre la carne, que se pudre, y la eternidad, como el horizonte, siempre un poco más allá, siempre ajena a los trozos del ahora y sin embargo, del despedazado ahora hecha.
Hace unos días, durante un programa de radio, una periodista me habló de vos, Hugo. Me leyó un fragmento de una nota que escribiste sobre mí hace unos años. De repente, cerré los ojos y otra vez aquel café por Tucumán y vos hacías preguntas y cuando yo respondía, vos me escuchabas como pocas veces me escucharon y me mirabas como ningún otro extraño. Pronto sabría que aquel café resultaría ser una invitación a quedarme para siempre en ese mundo que vos y tus amigos construyeron para darle batalla a la hostilidad que arrebuja el mundo. Desmontaste la mamushka de sangre y adentro, bien adentro, encontraste un pibe muerto de miedo y le dijiste vení conmigo. Es como si solo allí pudiéramos haber estado aquella tarde, para que vos me encontraras, para que yo te contara. Tu humanidad se expande en mí y ha de sobrevivir, como han sobrevivido al progreso las reglas de los juegos infantiles. Tu nombre me sabrá siempre a fruta y al verde patio de mi infancia. Yo nada más vine a jugar, y vos me estabas esperando. Te extraño, no como si estuviera convirtiéndote en un extraño, sino más bien como si fuera yo todavía tan ajeno a tu ausencia.
Ese detalle
(Por Ignacio Portela)
Tomamos el tren en Lomas, media hora después bajamos por las escalinatas de Constitución para subirnos al Subte que, combinando en Diagonal Norte, nos llevaba a nuestro destino. Nos bajamos en la estación Congreso de Tucumán del subte D. Dialogamos en ese viaje de hora y pico sobre cómo encarar la entrevista, repasamos las notas que conformaban el sumario de la que sería la revista Nº 108. Teníamos todos los espacios tomados pero aún faltaba la nota de tapa. A eso fuimos con el viejo grabador de casetes y uno digital (de quien siempre desconfiamos por si fallaba, cosa que ocurrió en otra ocasión). Nos separaban unas 8 cuadras del Tugurio, lugar donde Osvaldo Bayer nos recibiría, una vez más, para charlar sobre actualidad, historia y libros. Estamos en abril de 2012, el kirchnerismo goza de una popularidad que repele críticas y cuestionamientos. “El periodismo es libre o es una farsa” sentenció Walsh y tras esa bandera nos encolumnamos desde siempre. Osvaldo, de esa escuela de pensadores que no claudicaban por ningún puesto ni tenían aspiraciones a ocupar sillones vacíos de rebeldía en algún gobierno, era de los nuestros. Sentíamos que podíamos hablar con sinceridad de todos los temas. Y así fue.
Meses antes de esa entrevista, el café literario Osvaldo Bayer, que era la puerta de entrada al edificio de Madres de Plaza de Mayo en la Ciudad de Buenos Aires había sido borrado del mapa. A decir verdad, lo que hicieron fue quitar el cartel, darle una pintada y bautizar el espacio como “bar El revolucionario”. Un gesto miserable que Osvaldo no merecía, pero era el castigo impuesto por no estar alineado con el gobierno y esbozar algunas críticas a la gestión. Entonces Osvaldo se lanzó a hablar del tema y no paró. La nota era una bomba, cualquier medio quería ese testimonio, había muchos textuales para encender el fuego. Así que terminado el encuentro, volvimos al subte de regreso a Lomas con esa papa caliente. Hugo apuntó: “Nada de eso puede ir al título de tapa, lo van a aniquilar, Clarín se hace una panzada”.
Al día siguiente, con la nota desgrabada, nos enfrentamos al clásico dilema del recorte. Era demasiado, así que focalizamos la nota en otros temas y le dedicamos solo unos párrafos al conflicto. Igualmente la nota circuló y fue el fin de su amistad con Hebe -que igualmente había dejado de serlo hacía tiempo-. Osvaldo habló y dio la cara de un tema que susurraban en otros ámbitos. En ese detalle, en esa elección de titular cuidando al viejo Bayer está la huella de Hugo Montero. Así te recuerdo amigo, fiel a tus principios y con el cuidado por quienes nos formaron y no claudicaron. Se cumple un año de tu ausencia física y acá seguimos pensando que es una broma de mal gusto, seguimos esperando verte entrar con tu mochila colgada de un hombro para charlar, al menos una vez más, sobre cómo seguimos adelante.
Convivir con tu ausencia
(Por Vanesa Jalil, mamá de Camilo, hijo de Hugo)
Recién un año. Y sin embargo pareciera que fue hace un siglo que viniste a dejar a Camilo con la promesa de un pronto reencuentro. Solo un año de un tiempo que recién empieza. Porque acá estamos, aprendiendo cada día a convivir con tu ausencia. Acá seguimos, lejos ya de buscar explicaciones a lo inexplicable, elegimos reencontrarnos con aquellas cosas tuyas que dejaste en cada uno de nosotros.
Tenés un hijo que crece increíblemente rápido. Inventa historias todo el tiempo que recrea para quien quiera ser su espectador. Como en esas “películas” que me pedía que filmara para vos porque “seguro que con eso te ibas a poner bien pronto”. Un día me dijo que cree que lo venís a ver mientras duerme. Otro día me dijo que tal vez estás en la Luna. A veces, te habla porque sabe que lo escuchás. Hace sus preguntas y también busca sus respuestas y por acá anda el enano, acompañado y rodeado de todo el amor del que somos capaces. Pero qué difícil es no pensar en todo lo que les quedó pendiente…
Él tiene sus recuerdos y de a poco, iremos rearmando para él lo que haga falta. Tu papá y tu mamá le contarán infinitas historias de cuando eras chico. Santi le hablará de River y de tu admirada Generación Dorada. Nacho y los demás le dirán que una vez te tiraste de cabeza a ese sueño al que llamaron Sudestada. Male le contará de la música que compartían, de los helados después de la escuela y de las tardes con Cindor y galletitas en la redacción porque nunca parabas. Y yo le hablaré de cuando lo dormías con canciones de Aute. Le diré que lo consentías, que juntos buscaban la Luna cuando volvías del trabajo y que disfrutabas mucho de ser su papá.
Nos falta tu presencia en este raro oficio de vivir y criar. Pero estás. Sé que estás por acá rondando. Estás en Male. Si vieras qué linda que está. Se parece a vos en muchas cosas. Tiene ese sentido del humor con un toque ácido tan tuyo. Inteligente, graciosa, ocurrente. También estás en Camilo, en su mirada pícara, en algunas de sus salidas, en su creatividad inagotable.
Estás en cada artículo, en cada libro que escribiste, en cada idea, en cada calle de Lomas. Y estás en quienes te conocimos y compartimos con vos un cachito de tu vida. Acá seguiremos, entonces, amuchados para darnos fuerza entre todos, gambeteando la tristeza y recordando las anécdotas que nos saquen una sonrisa. Gracias, Hugo.
Estás acá
(Por Jorge Ezequiel Rodríguez)
Nunca pudieron robarnos la Memoria, y estos recuerdos caídos de un otoño dan caricias a un por qué que ya duele demasiado. Y llega ese llamado para salvar el último número de una revista que la peleó hasta donde no pudo más, y vos lo hiciste posible, y salió Luciano como bandera para que la despedida sea a la altura. Y un mensaje en un día cualquiera sonó y retumbó para devolverme una parte que tenía perdida, como medicina al dolor de un espacio vacío, y ante la primera nota para Sudestada me tiraste “¿de dónde lo sacaste?” Y otro grande como Nacho me llamó para que sintiera a Sudestada una familia. Y entre migajas de imágenes, mates, libros, y una redacción que siembra sueños y batallas, supiste con la palabra precisa alimentar eso que no describen las palabras para que los brazos no caigan y estemos de pie siempre. Y llegamos los dos con el mismo grabador que se llevó una carcajada a esa casa que emociona a penas tocás el timbre. Estela sonrió cuando te vio, y vos también. No se agregó más nada. Y pude compartir esa entrevista a la enorme Abuela con el mejor de todos, para irnos después a la marea verde del Congreso. Me hablaste de Camilo y yo de Tania, y fuiste uno de los primeros en saber que mi compañera estaba embarazada. Justo un 24 de marzo en la Plaza. Y con dos palabras me dijiste todo, mientras Nacho traía los de salame de ese pibe que revolucionó las redes.
Y estás acá hermano, y te llamo así a pesar de no haber conocido tu casa ni vos la mía, aunque ésa es una forma de decir bastante incoherente. Estás acá, porque cuando sopla el vientito del mar, el bosque grita libertad y aquellos innombrables se llenan la boca hablando de “periodismo” te veo riendo y sufriendo por lo injusto de este sistema, con esa seriedad sonriente, con el chascarrillo justo, con las manos en los bolsillos y la remera batallada. Y duele todo, pero da bronca porque te quedaba muchísimo por dar a pesar de habernos dejado enormidades, y esa trinchera de lo colectivo, de la pluralidad, de la humildad y de cagarte de risa de los egos, eso que para vos jamás fue motor. Y que los eunucos bufen, que la lucha siga, que tus palabras retumben, que los “nadies” sueñen y griten, y que el periodismo aprenda de una puta vez de un verdadero periodista, de ese narrador que enamora, de aquel que sintió y mostró que la lucha nunca es individual. Que el periodismo aprenda de Montero, de vos Hugo, porque por más que lo repitan y que estas lágrimas tengan sentido, vos estás acá. Nunca te fuiste. Gracias.
Hugo Montero: la pluma firme y urgente
(Por Natalia Bericat)
La muerte es una trampa, una mentira decía Galeano cuando narraba los nacimientos de los pueblos latinoamericanos. ¿Cómo creer, entonces, que la muerte es un punto final? No existen fechas ni horarios que pongan fin a una vida. Existen calendarios, almanaques de cartón donde marcar en rojo esos días que se nos grabaron en el cuerpo. Arbitrariedades del tiempo que nos reúnen para escribir (le) a nuestro compañero Hugo Montero.
Un 22 de marzo, las manos de Hugo dejaron de escribir. Hasta el último segundo su pluma siguió trazando ese pulso de lo urgente, de lo que no puede esperar. Esas historias de los márgenes que necesitaban ser contadas. Esos relatos escondidos que latían en alguna parte y que él tenía el oído para escuchar. “Escribir es escuchar”, nos decía el propio Hugo sobre Rodolfo Walsh. Un periodista con la capacidad y el compromiso de oír lo que a los medios hegemónicos siempre le dio repulsión, rechazo, odio. Del otro lado de la vereda, del lado desde donde se apedrean las injusticias, un hombre dedicó su vida a retratar con palabras un mundo crudo, pero con la belleza única de quien sabe trazar en el lienzo los colores de las orillas.
Un buscador de poetas, un observador empedernido, fue leyendo nuestros versos hasta encontrarnos. A cada unx nos leyó con el amor con el que alguien observa un objeto por primera vez. Con ojos de asombro, Hugo nos fue abriendo la puerta de Sudestada. A medida que pasábamos el umbral nos daba la llave para entrar a su casa, a su espacio pequeño en la redacción donde no cabían más que algunos papeles acumulados, un grabador y algunos libros que iba leyendo mientras escribía. Todavía están las marcas de la ausencia en el hueco de su silla, algunas cosas olvidadas en los rincones, algunos borradores con su tinta en medio de una montaña de hojas junto al teclado.
En el aire: su nombre. Ahí presente como dictándonos las palabras justas para que a la nota no le falte ni una coma. Ahí firme con su pluma revolucionaria recordándonos que lo importante está ahí nomás. Acá cerquita, presente, en cada paso que damos para cambiar este mundo con la palabra y con la lucha de todos los días.
Entre las flores, la primavera
(Por Gabriel Rodríguez Molina)
Esas manos aún escriben
esas manos, cansadas ya
escriben
en la lenta noche
que en los sueños se posa
esa estrella quizá, sí
o ese silencio
o esa luna
también escriben
junto a esas manos de tierra
que entre las flores
se esconden
como un pájaro tímido
que espera callado
la primavera.
Crónica de una amistad anunciada.
(Por Emilio Mendoza, docente y compañero de fútbol de Hugo)
Mi DNI denunciaba como 20 años de vida y mi escasa (o abundante) suerte decía que patear el microcentro repartiendo sobres y pagando voluminosas tarjetas de los abogados de oligarcas apellidos, era la única salida para gambetearle al hambre de inicios del siglo.
El corralito abrió sus puertas y el piquete y la cacerola dejaban de ser una lucha sola. Muchos fuegos se habían apagado y las tapas de los diarios que se dedicaban a transmitir que la paz ganaba las calles, olvidaban el hambre que persistía detrás de las barricadas. Pese a los gritos, las piedras, la sangre, los caídos, ninguno se había ido y eso tampoco era nota de tapa.
El camino al laburo se vestía de color desesperanza, el tren abría sus puertas en las estaciones fabriles, pero allí no bajaba ni un solo mameluco. En ese camino en otra daguerrotípica mañana, una revista que colgaba de uno de los laterales del kiosko de diario de Constitución tuvo la magia de irrumpir la monotonía de ese andén. Allí posaba Galeano en blanco y negro y el logo de Sudestada ganaba la parte superior de la tapa. Con un puñado de monedas pagué aquella revista y aunque fueron muchos años después, cuando una pelota me presentó a ese flaco que se escondía entre las páginas, desde aquella mañana pude sentir que tenía un ladero que andaba haciendo realidad todo aquello que muchos habíamos soñado. Y es en esos sueños y páginas que aún faltan leer, donde persiste la amistad, la nuestra, la que no claudica ante el galopante calendario y los nuevos tiempos, la que se planta para ver en su legado más futuro que pasado.