Amor es otra cosa

Foto: Juliana Miceli

Foto: Juliana Miceli

Por Zuleika Esnal

Si te controla es porque se preocupa, pobrecito.
Si se preocupa es porque te ama, pobrecito.
Si te ama, te cela.
Si te cela, no es porque quiera, es porque te quiere, pobrecito.
¿No ves?
No. No veo.
Pero miro para atrás y lo que sí veo es la escuela donde si el nene te tiraba del pelo tenías que estar contenta porque gustaba de vos. Aunque doliera.
Me pellizcó: Que afortunada, gusta de vos.
Me puso el pie: Que afortunada, gusta de vos.
Me humilla delante de los otros: Que afortunada, gusta de vos.
Se muere por vos ¿No ves?
No, no veo.
Lo que sí veo todos los días son montañas de “Afortunadas” llenando morgues.
“Muertos de amor” que nunca mueren por nadie pero terminan matando.
Mientras escribo estas palabras ya escucho las mismas voces de siempre: “Che pará un poco. No podés comparar a un femicida con un nene de primaria”.
No se trata de comparaciones.
Se trata de hacerse cargo de este sistema nefasto que enseña a esos niños a pegarle a la nena que les gusta.
Hacerle daño.
Ridiculizarla como un gesto de amor.
Someterla.
Carlos Monzón no nació tirando a ninguna mujer por el balcón después de reventarla literalmente a golpes.
Ni Fabián Tablado traía impresas en el ADN las 113 puñaladas que le metió a la novia porque se negó a quedar embarazada.
En pleno siglo XXI, el fiscal de Rawson, Chubut, utilizó la frase “desahogo sexual” para no decir que entre más de cuatro adolescentes, violaron a una piba de 16 años.
¿Se entiende?
La Justicia avala que se “desahoguen” con nosotras, “pobrecitos”.
Todavía hoy, me consta, niñas de sexto grado son llamadas a la dirección de la escuela para retarlas por usar calza.
Porque provocan a los varones “pobrecitos”.
Absolutamente nadie llamó a esos niños para explicar que no se toca el culo ni ninguna otra parte del cuerpo sin consentimiento.
Ya desde la infancia indigna más la ropa que el abuso.
Miles de personas cada día se indignan, eso sí, mirando para otro lado, tapándose la cabeza, cerrando los ojos para no ver la sangre chorreando por el tabique de la “afortunada” de turno y preguntan ¿Pero cómo puede ser?
Simple: Si los niños crecen pegando y manoseando a compañeras, los hombres van a continuar haciéndolo.
Si las niñas son continuamente señaladas, si el “Callate y bajate esa pollera” es la respuesta de los adultos que debieran protegerlas, las mujeres seguirán aterradas de denunciar abusadores porque lo que ayer fue la Dirección de la escuela hoy es la comisaría.
Cambia el uniforme, el discurso no.
Y llueven las mismas excusas berretas, vergonzosas , patéticas e insostenibles cuando la verdad es una y es muy simple:
El que te quiere no te pega.
Y si te pega: no te quiere.

Anterior

“El reino”. De eso no se habla

Próxima

Trelew, un dibujo en la celda del guerrillero