Ana Sicilia: “Hay que sanar el sistema penitenciario”

Nacida en Burzaco, al sur del conurbano bonaerense, Ana Sicilia se define como etnógrafa en cárceles. Además de ser periodista en radio y televisión, la Licenciada en Comunicación por la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) milita por los derechos de las personas privadas de su libertad. Desde hace tres años lleva adelante un proyecto con el que dicta talleres de escritura en distintas unidades penitenciarias. Ya logró construir diez bibliotecas en pabellones del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB) y el Federal (SPF). “La cuestión carcelaria es pianta voto, pero es un debate que nos debemos”, plantea en esta entrevista con Sudestada.

Por Sol Martínez Ferro

Ana Sicilia no cree en las casualidades. Después de recibirse de Licenciada en Comunicación en la Universidad de Quilmes (UNQ), en el 2012 empezó una Maestría en Medios de Comunicación y presentó un proyecto de tesis en el que se proponía hacer un trabajo de campo sobre la mirada de las personas privadas de su libertad en los medios de comunicación. Aunque no pudo sostener la cursada, cinco años después el periodista, escritor e investigador Julián Maradeo, la contactó a través de un blog donde escribía sobre mujeres trabajadoras y le ofreció ir a contar su experiencia de escritura a la Unidad N.º 9 de La Plata. “Terminé entrando por la ventana, desde otro lugar, y sentí que se reavivó en mí esa llama, esa incertidumbre y esas ganas de tratar de entender un mundo poco transitado por la gente de la calle”, recuerda.

— ¿De dónde viene tu interés por la literatura?

En realidad afloró a edad tardía. No nací con un libro abajo del brazo, todo lo contrario. Mis papás no vienen de una cultura lectora y en casa escaseaban los libros. Cuando iba a lo de alguna amiga que tenía una biblioteca me quedaba maravillada tocando todo. Mi amor por la literatura lo fue construyendo la educación pública, desde El principito y Mi planta de naranja lima. Cuando me mandaban a leer un libro yo ya sabía que no me lo podía comprar, entonces me tenía que anotar en la biblioteca del colegio con tiempo para ser la primera en tenerlo y llegar bien a la prueba. Cuando llegué a la Universidad de Quilmes, la bibliografía obligatoria me fue marcando el rumbo, pero el interés por la lectura por placer se fue despertando desde la secundaria hasta la universidad. Por eso agradezco mucho poder haber ido a la universidad pública. Hoy con casi 10 bibliotecas armadas miro para atrás y digo ‘qué loco, tengo una biblioteca a mi nombre en un un pabellón y cuando era chica no tenía ni una en mi casa’.

— Entonces ya había algo que te llamaba la atención desde que eras chica.

Sí, el tema de aprender a leer no me lo olvido más. Mi papá era muy exigente en eso. Él me cuidaba la mayor parte del día y lo tengo muy presente enseñándome las sílabas, con aplausos y todo. Yo tenía cinco años y cuando íbamos en el colectivo quería que frenara para poder leer los carteles en la calle. Son mis primeros recuerdos de momentos de lectura. Mi primer libro lo recuerdo siempre porque me lo regaló mi papá a los siete u ocho años. Fue 20 poemas de amor y una canción desesperada, de Pablo Neruda. No sé por qué divagó por ahí, pero fue como un tesoro y todavía lo tengo en mi biblioteca en Burzaco. Mi segundo libro fue El principito, que me lo regaló un doctor que me operó cuando tenía nueve años. Los conservé y apenas tuve una biblioteca de pino pintada con barniz los guardé ahí.

Cuando se recibió como comunicadora, Sicilia no tenía ningún contacto en los medios de comunicación ni sabía cómo insertarse en el mundo laboral. Además de escribir en su blog, trabajaba como modelo publicitaria o, como ironiza hoy en su biografía de Twitter, “modelo proletaria”. El mensaje de Maradeo la sorprendió mientras estaba trabajando en Chile, pero pudieron coordinar el encuentro y en octubre de ese año entró por primera vez a una cárcel.

— ¿Cómo fue ese primer acercamiento presencial?

Ese día les conté de mi blog y les propuse que escribieran sobre cómo les gustaría reinventarse. Todavía tengo guardados esos textos. Apenas salí, escribí una crónica sobre mi experiencia donde contaba que había visto que tenían un hueco como para una biblioteca pero que solo tenían tres o cuatro libros llenos de humedad. Al tiempo me volvieron a invitar y la tercera vez que fui me ofrecieron que me quedara como tallerista. Cuando llegué, vi que el estante estaba acomodado y los libros no tenían humedad. Seguían siendo pocos, viejos y estaban rotos, pero estaban acomodaditos. Ahí les dije que si queríamos seguir escribiendo teníamos que leer, y empecé pidiendo donaciones por Twitter. Jamás en mi vida pensé que iba a suceder todo lo que sucedió. Se me fue de las manos. Cada vez que estoy armando una biblioteca no lo puedo creer. Esa vez entré 350 libros, y justo les habían donado una biblioteca con puertitas y entraron perfecto. Ahí, sin querer, empezó la historia paralela a la de Ana tallerista y aparecieron las bibliotecas.

— ¿Qué libros hay en esas bibliotecas?

Hay de todo. Al principio recibía todo lo que llegaba y trataba de descartar el manual de contabilidad de 1995, porque si no lo leés vos, no lo leo yo y no lo lee nadie. En la primera biblioteca que armé en la Unidad 9 de La Plata hay varios cuentos policiales, que ahora trato de evitarlos. Las últimas las fuimos perfeccionando y fueron más disruptivas. Armé una en una cárcel de mujeres con perspectiva de género. Esa está en el pabellón 4 en la Unidad 40 de Lomas de Zamora y tiene todas autoras mujeres y feministas. Después en Los Hornos llevé literatura. Cortázar o Galeano nunca fallan. Empecé a sumar poesía, por ejemplo, de Alfonsina Storni. Me puse más exquisita porque no quiero que donen lo que tendrían que tirar. Eso no es ser solidario. Es una caridad careta. Además, sin subestimarlas, son personas que en su mayoría no terminaron el colegio. Tenés gente entre 30 o 40 años que por ahí jamás leyó un libro. Entonces caerles con un libro viejo, de 800 páginas, todas amarillas y que no leyó ni la abuela, no es incentivarlos. Estoy tratando de llevar literatura simple, sencilla, que los invite a leer. Incluso a algunos que están aprendiendo a leer les he llevado cuentos infantiles porque permiten volar con la imaginación. El año pasado leímos a Borges, Antología poética. Leíamos una frase cada uno y divagábamos y tirábamos cosas distintas. Yo me reía pensando ‘si Borges nos viera, sería muy gracioso’.

— En relación a los talleres de escritura, ¿cómo es la dinámica que proponés?

Cuando arranco siempre les digo lo mismo: ‘Yo quiero que el que venga acá lo haga con las mismas ganas que yo traigo. Nadie los obliga. Yo vengo con mucha pasión y convicción de que esto puede llegar a ser un punto de inflexión en la vida de alguien. Está en ustedes’. Ese es el contrato que les propongo. Y enseguida se ponen todos derechitos y cambian la postura. Por lo general hay buena recepción. Soy bastante sensible a las energías y cuando entro ya percibo cómo están todos o si hubo una requisa más violenta de lo normal. El taller de la 9 es más improvisado. A veces meditamos y les pido que escriban sobre qué les pasó. Si me dicen que no les pasó nada, les pido que escriban sobre eso. Y se quedan. Cuando les das mucha libertad, no saben qué hacer. Yo se los planteo todo el tiempo. Si les pongo mano dura, andan, pero cuando les doy libertad de que fluyan les cuesta. ‘Vayan pensando, porque con la libertad tienen que hacer algo, y lo mismo va a ser afuera. Si ustedes no pueden hacer nada con su libertad, van a volver acá adentro’, les digo. Entonces es una constante reflexión y charla. En la 43 tuve que presentar un proyecto un poco más formal. Trato de atraparlos por algún lado para que se les encienda la llama de algo.

Desde que comenzó esta iniciativa -con la cual Sicilia no cobra ni un centavo-, todos esos libros empezaron a girar de celda en celda y se empezó a correr el rumor en las distintas unidades. A través de un interno de González Catán, se enteró que en la Unidad 40 de Lomas de Zamora estaban pidiendo una biblioteca. Hace un mes, logró desembarcar en el Sistema Penitenciario Federal. Su sueño es poder llegar a todas las cárceles del país.

— Tu propuesta es bastante disruptiva. ¿Qué trabas encontraste desde el sistema penitenciario para llevarla adelante?

Fundamentalmente, el desgaste continuo que nos hacen a los talleristas. Llegar y tener que estar en la puerta esperando 40, 50 minutos, una hora. Quieren medir su poder, buscan que no vuelvas más, porque a ellos no les sirven las narices y los ojos ahí adentro. Pero yo lo tomé como un desafío para lograr esperar un poco menos cada clase. Y así fue: al año esperaba 10 o 20 minutos. De repente ves una policía limándose las uñas, otra tomando café, otro tomando mate, otro haciendo que anota en un cuaderno, y a las personas que van llegando las tienen ahí esperando. Ese desgaste es muy perverso. Ojalá se termine, porque nos permitiría entusiasmar a más personas a comprometerse con la población carcelaria. Tenemos gente que probablemente tenga que cumplir una perpetua, pero otro gran porcentaje vuelve a la sociedad porque ya cumplió su condena. A esos tenemos que abrirles las puertas de esta república como corresponde. Con más personas comprometidas con lo que pasa en las cárceles podemos llegar a minimizar un poco la corrupción que hay ahí adentro.

— La problemática carcelaria es sumamente difícil de abordar a nivel social. ¿Por qué despierta odios tan profundos? ¿Cómo se puso en juego esto en los discursos mediáticos que afirmaban una “liberación masiva de presos” por el coronavirus?

Creo que hay cierta hipocresía de un sector de odiadores seriales. Dentro de esa moda de odiar todo, ven a las personas privadas de su libertad como la resaca, lo peor de lo peor, y creen que se tienen que morir ahí adentro. El odio se vuelve cegador de todo, anula todo pensamiento, y no entienden que es como un círculo. Les encanta decir ‘yo con mis impuestos pago esto’, y es cierto, pero no entienden que esa plata que están gastando no le llega a los presos, que hay un eslabón en el medio que falla, y que entonces hay alguien que es más chorro que esos chorros. Me encantaría invitar a esas personas que hablaron de la liberación masiva de presos a que vayan a las cárceles, porque no estarían atestadas como están. Hay que hacer un mea culpa de los últimos años de democracia, porque desde la reforma penitenciaria del peronismo para acá no se hizo nada. Las cárceles siguen siendo viejas, sucias y deshumanizadas, y lo mismo sucede con la vida post-carcelaria. Ahora se empezaron a anunciar medidas como la creación de nuevas unidades hospitalarias carcelarias, pero son parches. Hay que sanar el servicio penitenciario. 

— Al ser un tema tan sensible, es una deuda que arrastran todos los gobiernos. Ninguno se quiere meter en estos debates.

La cuestión carcelaria es pianta voto. No va a servir más presupuesto, ni más cárceles, porque los que la administran no están haciendo las cosas bien. Desde hace mucho venimos con problemas estructurales en el servicio penitenciario, y eso deriva en otra cuestión, porque no podemos hablar de inseguridad por un lado y de las cárceles por otro. Si no resolvemos la cuestión carcelaria y los pibes que salen en libertad no se reinsertan en la sociedad, no podemos resolver el problema de la inseguridad. Es algo muy complejo y no estamos atacando lo que pasa de fondo. Todos sabemos que las cárceles son un asco, que es una desidia absoluta, pero nadie baja a los pabellones. Si vos no recorrés el territorio es muy difícil que entiendas la problemática desde adentro, tripa corazón.

En este escenario, la pandemia por coronavirus obligó a Sicilia a poner en pausa sus talleres, pero el mes pasado recibió una buena noticia: en uno de los pabellones ya le dieron autorización para realizar sus encuentros, por primera vez, de manera virtual. Si bien esto supondrá nuevas dificultades en términos de acceso y conectividad, habrá un protocolo que permitirá evitar el hacinamiento y prevenir los contagios masivos. “Mirá de quién te burlaste, destino”, festejó la tallerista en sus redes sociales.

— ¿Cómo se está manejando la crisis sanitaria al interior de los contextos de encierro?

Dentro de todo lo malo, este año se empezaron a poner algunos parches a raíz de la emergencia penitenciaria y sanitaria. Hubo un llamado muy grande de alerta con todos los motines y lo que se generó de diciembre para acá, y desde el Gobierno de la Provincia no les quedó otra que poner el foco ahí, entonces se fueron generando cosas positivas. Ahora se está desarrollando un proyecto para que todas las cárceles tengan un pabellón literario. En paralelo, apenas comenzó la pandemia se prohibieron las visitas de los familiares en las cárceles y en el Servicio Penitenciario Bonaerense se habilitó el uso de celulares. Es paradójico porque estamos en una emergencia penitenciaria pero en este período corto de gobierno se empezó a poner la lupa ahí y se incorporó alguna tecnología para que no queden más aislados de lo que significa estar privado de su libertad. En algunas unidades pusieron algunas computadoras o laptops para que puedan hacer teleconferencias con familiares o incluso con sus abogados. Eso se gestionó desde la provincia.

— Teniendo en cuenta las condiciones precarias de las unidades penitenciarias, ¿cómo se va a implementar la virtualidad?

El taller va a ser en un aula de la escuela y va a haber solo 15 internos con protocolo. De todos modos, es paradójico porque ellos ya están hacinados, pero la idea es que no se mezclen entre pabellones. Como sé que van a ser 15, les estoy preparando dos libros a cada uno para que tengan en sus manos antes de arrancar. Ya pedí la lista de nombres de pila para ponerle una dedicatoria a cada uno y que los libros sean más personales. Yo le pongo mucho amor a todo esto porque confío plenamente en que un libro te puede transformar la vida. Soy una utópica, lo que quieran, pero de todos ellos, le entrás a uno con un libro como una bala y por ahí rescatás una familia. Ya intentamos de todo menos con libros. Siempre lo digo: probemos lo imposible hasta que salga bien.

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