Aquel 17 de noviembre de 2021, Lucas salió de entrenar, estaba con tres amigos y fueron perseguidos por policías de la Ciudad de Buenos Aires, que estaban sin chalecos ni identificación. Dispararon a matar sin que les tiemble el pulso. Asesinaron a Lucas. Después intentaron encubrir el hecho, plantar un arma y culpabilizar a las víctimas. En el juicio declararon -con total impunidad- que ejercieron su derecho a “legítima defensa” y que actuaron “en cumplimento del deber”. Tres de ellos asesinaron a Lucas, y 11 policías fueron responsables por encubrimiento.
Dos años después la herida duele y lastima, porque Lucas ya no camina por las calles, no puede entrenar entre pelotas, camisetas, botineros, goles y sueños. Ya no sale con amigos ni le puede dar un abrazo a su familia. Lucas ya no está entre nosotros, porque unos asesinos con chapa y uniforme así lo decidieron. La maldita policía de la Ciudad de Buenos Aires le arrebató la vida, como lo ha hecho con tantos pibes en los últimos años.
Lucas está presente, en la memoria y en corazón de sus familiares, amigos, y de un pueblo que no olvida. Que la maldita policía no nos arrebate ni una sola vida más, y que esta gran deuda de la democracia sea saldada más temprano que tarde.
