El 25 de mayo de los desposeídos

Las efemérides son una tentación irresistible no sólo para las personas de a pie, sino y sobre todo, para los Estados Nación. Como afirmó el pensador Benedict Anderson, las naciones son comunidades imaginadas, creadas con la intención de construir una unidad de sentidos, o como afirma la antropóloga Rita Segato, los pueblos son el proyecto de ser una historia. De esta forma, los símbolos patrios, los mitos fundacionales, las efemérides, las escarapelas, las flameantes banderas y los himnos, constituyen el arsenal simbólico desde el cual construir dicha historicidad común, lo cual no siempre incluye a todxs. Sin embargo, la construcción de ciertas efemérides de gran calibre, como la de 1810, desdibuja otras que bien merecen su lugar en el firmamento.

Por Carlos Álvarez

Es por ello que hoy podemos bregar por una larga lista de efemérides alternativas que buscan hacer justicia a lxs desposeídxs de la historia, a todas aquellas vidas que fueron cayendo a los márgenes de los libros de historia para indignación del gran Walter Benjamin, quien nos enseñó a peinar la historia a contrapelo, para identificarlxs y restituirlxs al infinito pentagrama de la historia humana. Pero conforme la historia se fue transformando no sólo en un potente instrumento de construcción nacional, sino también en un campo de batalla por los sentidos, la tarea de restitución de identidad de lxs excluidxs comenzó a resultar necesaria y urgente. Por ello es que Bertolt Brecht se preguntaba quiénes habían construido Tebas o Babilonia, o la Gran Muralla China, o cocinado el banquete de los reyes, invitándonos a problematizar y pensar a lxs “nuevxs” excluidos del moderno sistema mundial capitalista de fines del siglo XIX e inicios del XX.
La Argentina agroexportadora del cambio de siglo, sólida y consolidada como orden político después de setenta años de conflictos y guerras internas, comenzó a conocer un nuevo actor social que, progresivamente, se fue constituyendo en una preocupación para los sectores dominantes: la clase trabajadora. Si bien hoy día los estudios sobre el mundo del trabajo ya cuentan con varias décadas y avances destacables, perviven sentidos comunes en la sociedad que vinculan la existencia del movimiento obrero con el peronismo, como un fenómeno nacido en aquel nublado —aunque insistan en que fue diáfano— 17 de octubre de 1945.
Sin embargo, estxs otrxs desposeídos, cuentan —o, mejor dicho, contamos— con una larga historia de luchas y organización. Esta nueva forma de desposesión aglutinó a buena parte de los que antaño no habían ocupado parte de la historia oficial, pues trabajadorxs han sido todxs aquellxs sin un destino de privilegios de cuna. Es por ello que esta fecha patria, el 25 de mayo de 1810, merece ser apretada para hacer lugar a otra que incluya un hito clave para la historia nacional del siglo XX y el actual.
Entre los días 25 y 26 de mayo de 1901, un número significativo de trabajadores se congregaron en la Sociedad Ligure del barrio porteño de La Boca, con la finalidad de abrir sesiones de un Congreso que sería histórico y que reclamaría su lugar en las efemérides de cada 25 de mayo. Después de dos décadas de ensayos y experiencias, la clase trabajadora logró construir su primera central obrera duradera, la Federación Obrera Argentina (FOA), conocida desde 1904 como Federación Obrera Regional Argentina (FORA). Ya constituye un lugar común nombrar a la Sociedad Tipográfica Bonaerense nacida en 1857 —un 25 de mayo también— como el primer puntual de la construcción de la historia obrera del país. Sin embargo, habría que esperar inicios de los años 70 del siglo XIX para ver nacer proyectos tendientes a dar solución a los tantos males que aquejaban a lxs trabajadorxs de la aluvional Argentina de entonces. El primero de mayo de 1890, las diversas organizaciones y tendencias obreras del país confluyeron en la realización del primer acto de conmemoración a los Mártires de Chicago en el país, abriendo una tradición de lucha y memoria cada vez más desdibujada hoy día.
No se trata, la fundación de la FOA, de una efeméride más o de una experiencia obrera de las tantas habidas en el país, sino de un hito clave que marcaba la irrupción decidida de un sector social que reclamaba su propia agencia en la historia. Conformada por trabajadorxs locales, migrantes internos e inmigrantes de ultramar, la FOA logró aglutinar a un movimiento obrero compuesto por diversidad de tendencias ideológicas, siendo las principales el socialismo —cuyo Partido Socialista había sido creado tan sólo cinco años antes— y anarquistas, quienes lograron ser la fuerza de base más fuerte del país por entonces. Si bien la convivencia armónica entre tendencias duró poco, la experiencia organizacional pervivió y sentó las bases de las futuras hasta el día de hoy.

Primer encuentro socialista. Buenos Aires, 1892

Aquel 25 de mayo de 1901 vería nacer una de las décadas más convulsas de la lucha social por mejores condiciones de vida —incluida la vivienda—, salarios dignos y jornadas de trabajo de 8 horas. Tal fue el peso de sus luchas, de su organización y solidaridad, que las élites y los sectores concentrados de la economía reprimieron con gran violencia casi todas las huelgas y manifestaciones. El martirologio obrero sería largo, caracterizado por hitos como la represión de Refinería en Rosario en 1901, a los Dependientes de Comercio en 1904, la del primero de mayo de 1905, la Semana Roja de 1909, las del Centenario en 1910, la Semana Trágica y en La Forestal en 1919, así como la Patagonia Rebelde en 1921, entre otras muchas.
Al interior del socialismo, tras romper filas con los anarquistas en 1902, comenzó a delinearse una corriente interna conocida como sindicalismo revolucionario, tendencia que sería la más importante desde la década de 1910 hasta la creación de la Confederación General del Trabajo (CGT) en 1930, delineando el sindicalismo que iría a caracterizar a nuestro país. Tres décadas de organización y lucha confluyeron en la ansiada unificación en una sola central unificada. Los años treinta vieron crecer en peso tanto al socialismo como al nuevo actor que al calor de soviets rusos había crecido en el país: el comunismo. El peronismo llegaría al gobierno al frente de un país que contaba con al menos 60 años de organización obrera, luchas reivindicativas, emprendimientos editoriales excepcionales —como La Vanguardia de los socialistas o La Protesta de los anarquistas— y muchxs caídxs bajo el yugo de la represión estatal-patronal y sofocantes jornadas de trabajo.
El gobierno de Perón caería a fuerza de balazos, pero la resistencia peronista y del resto del arco obrero de las izquierdas y el clasismo, seguirían luchando como ya lo hacían desde fines del siglo XIX y bajos formas organizativas que tenían en la FOA de 1901 un mojón de referencia ineludible. Aquella larga experiencia acumulada de luchas permite comprender hitos como los “azos” que sacudieron a Córdoba, Rosario, Mendoza y otras regiones del país entre los años 60 y 70 del pasado siglo.
Ya no merece la pena aclarar que las dictaduras llegaron con el principal objetivo, entre otros desde luego, de domesticar al indómito movimiento obrero que testarudamente se negaba a aceptar una vida de miserias y oprobio. Sin embargo, la última dictadura cívico-eclesiástica-militar fue mucho más eficaz en sus golpes, haciendo que la recomposición sindical del recupero democrático fuese lenta y débil. El menemismo logró, por vía democrática, consolidar lo que las desapariciones y represiones militares no habían concluido: regalar el país al capital extranjero y doblegar la lucha obrera. Sin embargo, al calor de las luchas populares abiertas por la crisis del 2001, el movimiento obrero recobró algo del brillo de su antiguo bronce, aunque muy deslucido.
Hoy día, generaciones enteras de pibxs crecieron pensando que “sindicalismo” y “solidaridad obrera” eran malas palabras o remansos de un pasado que con nostalgia algunxs aún reclamamos. La historia sirve, entre otras cosas, para aprender a leer un diario, para inscribir los discursos de falsos “libertarios” y profetas de la meritocracia en su verdadera dimensión histórica: remakes bochornosas de un pasado lamentable y fracasado. Pero también para inscribirnos en la larga historia de luchas del movimiento obrero más importante y mejor organizado del continente del siglo XX. 
A más de 120 años de aquella inspiradora experiencia obrera queremos recordar a todxs aquellxs que, exhaustxs por largas jornadas de trabajo, por el oprobio de la miseria y por la inseguridad en el futuro, decidieron organizarse, apostar por un mundo mejor, y sin quienes el actual sería aún peor.   

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