“El año 1989 fue muy traumático para mi generación”

Silvia Horowitz, autora de la novela “1989: un país embrujado”, nació en Buenos Aires en 1961 y se recibió de médica en la UBA en 1983 y se especializó en Psiquiatría y Psicoanálisis. 
Realizó estudios de canto y música e integró coros vocacionales. Desde fines de los ochenta se ha desempeñado como solista en espectáculos de varieté. Grabó un casete y dos CD en forma independiente.

Ha publicado tres novelas: La verdad sobre el Adagio de Albinoni (Simurg, 2004), El alma que canta: un folletín judío y porteño (Milá, 2011) y A la sombra de Beatriz (Letra Viva, 2016). Esta última fue finalista del Concurso Clarín de Novela 2014 y obtuvo una Mención en el Concurso Municipal de la Ciudad de Buenos Aires. En diálogo con Sudestada, hablamos del proceso de escritura de su última novela y los motivos que la llevaron a escribir una historia contextualizada en aquella época.

Por Natalia Bericat

¿Cómo nació la idea de la novela, Silvia?
Mi primera novela salió en 2004 y la segunda en 2011. Ni bien terminé la primera, empecé a escribir esta historia que, en un principio, iban a ser dos historias en paralelo. El tiempo del relato, iba a ser 1989 con una protagonista de 30 años, alguien más o menos de mi generación, que se iba a ir del país porque había perdido todos sus ahorros. En paralelo, la idea era escribir la historia de la abuela, que estaba internada en un geriátrico. Cuando empiezo a trabajar, veo que era demasiado, que se me iba de las manos. Ahí decido escribir solo a la abuela, una historia novelada de mi familia. Y ahí quedó un archivo llamado “1989”. De ese archivo surgieron unos cuentos inéditos, uno de ellos se llama “Taragüi sin palo”, donde empiezan a aparecer algunos personajes de la novela. Ahí conocemos a Tucho por primera vez y hay algunas escenas que las retomo en la novela, como la del saqueo en el supermercado. Hay una mujer que se desespera por llevarse pañales descartables y me llevó al origen de Patricia, otro personaje importante del libro. Me gusta hacer mucho trabajo de archivo que creo que se nota en la novela. A mi eso me ayuda a ordenarme.
Yo lo que tenía era una serie de viñetas sobre el año 89 que no se articulaban en una trama. Ahí es donde decido tomar un caso policial: el caso real de “las primas de la bañera”. A mí se me ocurrió que fueran gemelas por la cuestión del doble que quería trabajar a partir del personaje de Patricia.
También tomé una novela de Ariel Urquiza, que creo que tiene un sistema de escritura que es una relojería y me ayudó a ordenar. Me compré una pizarra de corcho y armé, al estilo policial, el esquema de la novela. Con él trabajamos juntos la estructura del libro. También lo hablé con amigas. Una de ellas me marcó muchas cosas como por ejemplo cuestiones de edades y características de los personajes. La tercera edad, en el 89, no es la misma y no tiene la misma vitalidad de ahora.

¿Cómo fuiste construyendo el género policial?
A partir de que tomo este caso para trabajar, empiezo a construir otros personajes relacionados con lo policial: los chicos del juzgado y todos los que giran alrededor del caso. Mi novela anterior también es un policial. El género me ordenó mucho. Yo tenía como un álbum de fotos, una historia de una familia. Para mí el genero más riguroso, que me iba a ayudar a ordenar, tenía que ser el policial. Había hecho una investigación propia, a partir de mi trabajo en el Hospital Moyano, sobre el caso Giublileo y ya estaba familiarizada con los trucos del policial. La novela se llama “A la sombre de Beatríz” trata sobre una psiquiatra que desaparece en un neuropsiquiátrico. Fue muy desafiante porque está contada por un hombre. Esa novela fue finalista del premio Clarín y fue una de las experiencias que tuve con el género. Esta vez quería hacer algo distinto. Es como una parodia de un policial, como un montaje.

¿Qué ocurre en el texto con el universo construido a partir de la vidente, lo oculto, las creencias paganas? ¿Cómo se conjugan esos elementos con la historia y ese subtítulo de “un país embrujado”?
Si bien algunas cuestiones vinculadas con la llamada “magia negra” aparecen en la novela, yo estaba segura de que no quería introducir elementos sobrenaturales. Quería registrar algunas cuestiones absurdas de la época, pero sin caer en eso.
La que inauguró esta cuestión de la magia fue mi abuela materna. Ella era de tomar yuyos, de ir a la curandera. Tenía la ruda atrás de la puerta, la estampita de Ceferino Namuncurá.
Hay algo que se dice mucho en nuestro país que es que “estamos condenados al éxito” y si eso no pasa es que estamos embrujados. Hay algo de lo siniestro y de los ciclos que se repiten.

Es interesante el trabajo de archivo y como vas introduciendo otros textos de los medios de comunicación en la historia (fragmentos de notas, noticias, cosas que pasaban a fines de los 80´) ¿Hay una intención crítica de como los medios comunicaban en aquel momento? Vemos a Clarín y a muchos otros realizando, como pasa también ahora, un espectáculo de la realidad política del país…
Si se nota, no fue consciente. Yo tuve una época en mi juventud donde fui alfonsinista. Discutíamos mucho con mi ex marido sobre el tema porque él criticaba a Alfonsín. Cuando empecé a hacer archivo y a investigar me di cuenta de que tenía razón. Esas cosas las fui descubriendo mientras escribía. Si hay una crítica a los medios, puede ser. Yo descubrí que el caso de las primas de la bañera, que yo lo había seguido diariamente como mucha gente, como lo sigue el personaje de Tucho, había sido un montaje. Me di cuenta escribiendo.
Creo que 1989 está como reprimido por la Literatura, casi no hay nada escrito sobre ese año. Hay un montón de literatura sobre la Dictadura y sobre el 2001, pero no sobre ese periodo. El año 1989 fue muy traumático para mi generación. Era una situación imposible de procesar. Por algo ese archivo, desde lo personal, estaba ahí esperando. Hoy siento que es un trabajo logrado haber escrito la novela.

Hay un registro de época que también creo que tiene que ver con la investigación que realizaste. Frases populares, la música del momento, la vestimenta, algunos guiños que el lector que vivió la época puede reconocer inmediatamente…
Mucho tiene que ver conmigo. Con cada novela que escribí fui descubriendo algo propio. Soy cantante y por ejemplo la fecha del estreno y ese contexto fue algo que me tocó vivir. La música aparece como postales. Yo soy muy visual para escribir. Veo las escenas y a veces tienen como una música que las acompaña. Es la música que yo escuchaba, de mi adolescencia. Me fueron apareciendo las imágenes: pedirle el teléfono a la vecina, el bíper (que yo usaba para trabajar), los estéreos de auto.
Me empezaron a llegar frases a la cabeza que me resonaban. Por ejemplo, en esa época se hacían chistes sobre el SIDA y cosas que ahora nos hacen ruido.
Hay algo sobre la maternidad que salió en la historia que también me identifica. Esa mujer que enloquece porque no puede más. Ahora se habla mucho más de la idealización de la madre con la que nos criaron, pero en ese momento, el estar encerrada sola con un bebé, era terrible. Creo que la Literatura no ha reflejado tanto eso.
Hay muchas cosas que se siguen repitiendo hoy. La inflación, la crisis económica y sobre todo hay un espíritu de desilusión.

¿Cuánto hay de tu profesión de médica en tu tarea de escritura y el proceso de esta novela particularmente?
Cualquier teoría sobre el funcionamiento del psiquismo queda corta. Siempre hay algo que se escapa. Cuando alguien produce algo artístico es diferente. Por eso nunca me dediqué a teorizar. En la Literatura hay síntesis que no se puede lograr de otra manera. Cada libro tocó algo mío y creo que por eso llega al lector, toca puntos tan sensibles. En ese sentido, trabajo igual como analista. Soy muy honesta. Trabajo visceralmente cuando escribo.

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