Lo que más me gusta de la siesta es subir al árbol de guayabas, que tiene las ramas flexibles, como trampolines, y acostarme cerca de la copa, donde se juntan las chicharras a cantar. Le pregunté a mi mamá y me dijo que no sabe sobre qué se tratan las canciones de las chicharras, pero me parece que le cantan al calor de la siesta, al río mansito que pasa por atrás de mi casa y a las otras chicharras, que viven en otros árboles de guayaba, en otros patios.
Sarita me había contado hace mucho que los insectos tienen una cosa que se llama exoesqueleto, que es como una armadura. Por eso también me gustan las chicharras, porque pueden cambiar de piel, que sería como si un caballero pudiera cambiarse la armadura cuando ya está muy rota. Una vez, mi tía Nora se enojó conmigo y me pegó con el cinto de mi tío Antonio, que tiene una hebilla tan grande que parece uno de esos platitos que ella tiene de adorno en la cocina. Igual, no me dolió tanto el cinto, pero me dejó unas marcas rojas que duraron hasta el domingo, que era el día que mi mamá iba a visitarme a la casa de los tíos. Mamá se enojó mucho cuando vio las marcas y la tía Nora también se enojó, porque le dijo a mi mamá que yo me hacía pis en la cama y mi mamá le dijo que yo nunca me había hecho pis encima y la tía dijo que yo era un malagradecido y mi mamá dijo que mejor me volvía a vivir con ella y la tía le dijo que nosotros éramos todos unos negros de mierda y mi mamá me dijo andá a juntar todas tus cosas y por eso no supe qué más dijo la tía, pero cuando nos abrió la puerta para que nos fuéramos de su casa, ni siquiera nos dijo chau. Esa noche, mi papá llegó de trabajar y mi mamá le contó lo que había pasado y como mi papá no sabía pedir disculpas por haberme mandado a vivir con la tía Nora, no supo hacer otra cosa que decir que le había faltado el respeto al tío Antonio y me agarró a manguerazos y las marcas que me había hecho la tía Nora en los brazos se despertaron y volvieron a transpirar rosado, como los hipopótamos.
Esa noche me mandaron a dormir sin comer, pero por suerte mi hermana me fue trayendo pedacitos de milanesa a escondidas y entonces no me morí de hambre. En la oscuridad, me pasaba los dedos por los brazos y sentía como si mi piel estuviese llena de zanjitas en las partes que la manguera me había alcanzado y ¡ay! cómo me hubiese gustado ser una chicharra, para poder cantar una canción y cambiar esa armadura que ya estaba toda rota. Por suerte, las clases ya habían terminado y a Sarita le daban permiso de venir a jugar a mi casa todos los días, pero se tenía que poner unas chancletas, porque la mamá no la dejaba venir con sus zapatillas nuevas porque se le podían perder. Lo bueno de las chancletas es que son fresquitas. Lo malo es que no sirven para trepar a los árboles, entonces nos tuvimos que quedar tirados en el pasto y ahí Sarita me contó que las abejas se mueren cuando pican a las personas porque se les sale el aguijón y yo le conté que los elefantes no pueden saltar y nos quedamos así, contándonos cosas sobre los animales, hasta que se hizo la hora de bañarse para tomar la leche y Sarita se tuvo que ir.
Cuando entré, mi casa estaba en silencio y las luces estaban todas apagadas y por un momento pensé que se habían ido todos a pasear sin mí, pero entonces entré a la cocina y ahí estaba mi mamá, sentada frente a la ventana abierta, con los ojos todos mojados y la mirada perdida en la calle ancha por donde pasaban las personas y los perros y los caballos. Mami qué te pasa, le pregunté, y recién entonces ella se dio cuenta de que yo estaba ahí y se asustó un poquito, pero enseguida se secó las lágrimas y me hizo upa y me sentó sobre sus rodillas. No pasa nada, no pasa nada, me dijo y me dio un beso con ruido en el cachete. Pero yo sabía que era mentira y que ella estaba triste. Si me contás por qué estás triste, yo te cuento una cosa sobre las abejas que seguro no sabés, le dije, y mi mamá en vez de responderme, se puso a llorar de nuevo, con todas sus fuerzas, como si alguien invisible le hubiese dicho una cosa fea al oído. Vos te vas a enojar conmigo, me dijo mi mamá, y yo no supe qué responder porque yo nunca podría enojarme con ella. Yo a mi mamá nunca le pegaría con el cinto ni con la manguera. Vos te vas a enojar conmigo y tu hermana también, me dijo. Se van a enojar porque este año no va a poder venir Papá Noel. Temblaba mucho (yo me di cuenta porque estaba sentado a upa) y tenía tantas lágrimas que ya no le entraban en los ojos y entonces se resbalaron hasta sus cachetes y hasta su cuello y hasta su blusa azul de pajaritos y algunas también se resbalaron hasta mis brazos, que la abrazaron con mucha fuerza, para que ya no estuviera más triste.
Qué me importaba si Papá Noel no iba a poder venir, si total yo ya sabía que no existía. Sarita me había contado que en realidad, el que trae los regalos de Navidad es el niñito Dios, y hacía rato que me había dado cuenta de que el niñito Dios nunca viene por mi casa. Mi mamá me seguía abrazando, como si pensara que yo me iba desarmar si me soltaba. O a lo mejor, la que se iba a desarmar era ella, porque estaba tan debilucha que parecía un castillito de arena abandonado en la orilla del río una noche de mucho viento. Perdoname, hijito, decía mi mamá y yo también lloré porque no sabía qué hacer y entonces le dije no importa mami y ella me dijo sí que importa y yo le dije que total yo no quería que Papá Noel me trajera nada y ella me dijo que perdón por arruinarme la Navidad pero no le alcanzaba la plata y yo le dije ¿sabías que las abejas se mueren cuando te pican? y ella no me respondió y yo cerré los ojos y deseé con todas mis fuerzas poder darle la mano y llevarla conmigo a la parte honda del río..
En la calle ya había olor a Navidad, que es un olor a caja de cartón nueva mezclada con cohetes reventados. Mi tío Antonio y mi tía Nora dijeron que no podíamos ir a comer con ellos porque los habían invitado a la cena del club donde mi prima Lucrecia juega al hockey, entonces nos quedamos en mi casa con mi mamá, mi papá, mi hermana Cintia y yo. Los grandes estaban tomando una cerveza y a nosotros nos sirvieron una sidra que tenía la cara de los reyes magos en la botella y mi papá hizo fuego y cocinó un pollo y comimos eso nomás y no charlamos sobre nada. Yo le pregunté a mi mamá si quería que le cuente una cosa que me había contado Sarita sobre los hipopótamos y me dijo que ahora no. Como en mi casa no hay cable, no pudimos poner el canal donde pasan los minutos que faltan para la medianoche, pero igual nos dimos cuenta porque ya habíamos terminado de comer y todos los vecinos habían salido a reventar los rompeportones y tirar las cañitas voladoras y entonces nosotros también salimos al patio y la negrita llegó moviendo la cola y parando las orejas, como diciéndonos feliz Navidad y en el cielo estallaron un montón de cañitas voladoras que se convirtieron en puntitos de colores y en eso de mirar los colores estaba cuando sentí que me tocaban el hombro y me di vuelta, pero no vi a nadie.
Entonces, de la nada me apareció Sarita con una sonrisa más brillante que todas las cañitas voladoras juntas y me dijo ¡hola! así, a los gritos y levantando los brazos y saltando un poco porque estaba muy contenta. Yo la abracé súper fuerte, más o menos como me abraza mi mamá, porque así de mucho la quiero a Sarita. Yo también le dije hola y ella me dijo que su mamá nos mandaba un beso y yo le dije que gracias y ella me preguntó que qué habíamos comido y yo le dije que pollo nomás, porque mi mamá no tenía plata y ella me dijo que en su casa habían comido un pionono de jamón y queso y tomado una Tubito de lima-limón y yo le dije que nosotros habíamos tomado la sidra de los reyes magos y ella me contó que los reyes magos viajan en camello por el desierto porque los camellos pueden guardar mucha agua en sus jorobas y yo le pregunté que qué le había traído el niñito Dios y ella me dijo que le había traído media caja de lápices de colores y yo arrugué las cejas y me puse serio y le dije que cómo era eso de la media caja y Sarita se murió de risa y sacó una bolsita que tenía tres lápices de colores de esos cortitos y me la dio y me dijo ¡lo que pasa es que la otra mitad te la trajo para vos! ¡feliz Navidad, Sergio! y me dio un beso con ruido en el cachete y ahí me di cuenta de que en realidad el niñito Dios venía siempre por mi casa, pero estaba disfrazado de Sarita.
Conseguí todos los libros de Juan Solá en Librería Sudestada https://www.libreriasudestada.com.ar/