El forastero deseable / Juan Solá

Querido Sur,
¿Será que hay un puente que conecta el instaladísimo quedate en casa, que a futuro marcará un discurso de época, con el brote xenófobo que por estos días ha recorrido el globo en forma de tweets racistas, de imágenes de palazos texanos sobre lomos haitianos y cochecitos de bebés venezolanxs ardiendo bajo el sol de Iquique? Al mismo tiempo, un corredor seguro se propone como exitosa medida para habilitar el ingreso de personas extranjeras que llegarán a nuestras tierras a “reactivar el turismo” (y a lo mejor también las alarmas sanitarias, quién sabe). Solamente puedo pensar en cuánto desamor encierra, querido Sur, la construcción que hemos hecho del forastero deseable
Quien migra, como quien escribe, sabe que el mundo es más grande de lo que parece. Quien migra, como quien escribe, sueña con fronteras pulverizadas. Quien migra, como quien escribe, anhela la bondad del papel y la tinta. Quien migra, como quien escribe, sabe que tiene ese derecho, que la huella que permanece es testigo del paso por el mundo; y qué es migrar, y qué es escribir, sino dejar constancia del camino andado.
Las fronteras son líneas imaginarias que separan a quienes creen que la humanidad se ajusta a parámetros limítrofes antes que territoriales, los que piensan en muros antes que hogares, dueños de una ignorancia que acaba siendo toda una sola cosa transfronteriza, demostrando que la cultura y el sentido común (o la falta de él) no reconoce líneas punteadas en ningún mapa, sino más bien busca cómplices aquí y allá, cruzando el río o la montaña, sin importarle demasiado de qué lado queda cada cosa. 
Me preocupa con qué cinismo se afirma que quien migra está huyendo y al mismo tiempo se le dificulta la evasión deliberadamente, se le entorpece hostilmente la fuga. Con qué cinismo alimentamos al monstruo que le persigue. 
De mis días de migrante en Brasil recuerdo especialmente la falsa ilusión de pertenencia que durante un tiempo me acompañó. La gente que migra llega a esas ciudades vidriera a servir o a ser servida, no a escribir poesía. Todo pareciera estar codificado en términos de consumo. Por aquellos pagos, el arte deja de ser un suceso político y se parece más a una distracción para la melancolía de los turistas que avanzan mansamente sobre el empedrado, como uniformados de blanco, dopados de sol y alcohol, observándolo todo con una tristeza que pareciera fuera de lugar y que sin embargo, marca hasta el ritmo de sus carcajadas etílicas y el anhelo de eterno paraíso. Qué decirte, querido Sur: me da la sensación de que en realidad, el que escapa es el turista. El migrante, por su parte, es la encarnación de la guerra contra las cercas, rebelión en una granja planetaria. 
Las políticas restrictivas fomentadas por los Estados obligan a las personas que migran a enfrentarse a situaciones de riesgo para llegar a destino. Ilegalizan su humanidad, privan a sus existencias del derecho básico a vivir plenamente, sin miedo, sin hambre, en igualdad de condiciones con el resto de la ciudadanía. Políticas restrictivas como máquinas de parir enemigos que serán arrojados oportunamente a las fauces del lobo de la xenofobia, que más que xenofóbico es aporofóbico y más que lobo es bien humano, patriota hasta los huesos, clasista como él solo, para así distraerlo del saqueo que los forasteros deseables vienen ejecutando desde hace siglos de este lado del mundo. Qué cosa asfixiante, querido Sur, esta globalización selectiva.

Buenas noches,
Juan.

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