El Gobierno liberó el trigo HB4: a comer pan, pizzas y pastas sabor veneno

La gestión de Alberto Fernández habilitó la siembra y comercialización masiva del transgénico de Bioceres. Se trata de un permiso único en el mundo por el riesgo sanitario y ambiental que conlleva. La “Monsanto argentina” ahora podrá colocar su manipulación de laboratorio en toda la cadena alimenticia local. El trigo tratado con un herbicida 15 veces más tóxico que el glifosato llegará de forma directa a la mesa de las y los argentinos.

Por Patricio Eleisegui

Se salió con la suya. Con Hugo Sigman, Gustavo Grobocopatel, Héctor Huergo y Federico Trucco a la cabeza –accionistas de peso y CEO de la firma, respectivamente–, con la complicidad manifiesta de un Gobierno que empata con el macrismo en términos de locura transgénica, Bioceres cumplió su sueño más tóxico y obtuvo luz verde oficial para sembrar y comercializar a gran escala, dentro de la Argentina, su variedad de trigo HB4. 
El aval quedó asentado en la edición del jueves 12 del Boletín Oficial vía un texto firmado por Luis Contigiani, actual secretario de Alimentos, Bioeconomía y Desarrollo Regional de la Nación. De esta forma, la “Monsanto argentina” podrá colocar sin restricciones su manipulación de laboratorio en la industria de los comestibles doméstica.
Semejante habilitación llegó a partir del accionar de funcionarios fáciles de identificar: al rol de Contigiani hay que adicionar la injerencia decisiva de Julián Domínguez, titular de la cartera de Agricultura, quien aceleró la liberación final del trigo saltando la traba puesta por Luis Basterra, su antecesor en el cargo, que ata la comercialización sin límites sólo si Brasil accede a la compra de los granos –hasta ahora el país vecino sólo habilitó la importación de harinas basadas en el HB4–.

“No hablemos mal del caballo, que sino no se lo vendemos a nadie”, dijo Domínguez el mismo día en que se conoció la habilitación del transgénico. Soltó la frase igual que el trigo: sin inmutarse y en plena apertura de A Todo Trigo, un evento promovido en Mar del Plata por toda la cadena del cereal. 
La frase no fue casual. 
Los popes de ese segmento del agronegocio acumulan años oponiéndose a la liberación comercial del evento porque asumen que, ampliada su siembra y contaminadas las opciones convencionales, el HB4 provocará la pérdida de mercados internacionales dado el rechazo que generan ese tipo de transgénicos. Domínguez jugó a apaciguarlos.
La Federación Argentina de la Industria Molinera (FAIM) es una de las entidades que rechaza por completo el OGM. Afirma que al menos 50 países dejarán de comprar trigo argentino y el Estado se perderá de recaudar hasta 3.500 millones de dólares si el oficialismo no revierte lo establecido en el Boletín Oficial. 
También la Cámara de Exportadores de Cereales (CEC) expuso su malestar ante lo dispuesto por el Gobierno. “Esta norma provoca un enorme riesgo comercial dado que todos los países que nos compran no aceptan #hb4. Las consecuencias económicas de eventuales pérdidas de mercado recaerán sobre el Ministerio y la empresa desarrolladora”, expresó la entidad en sus redes sociales. Tanto FAIM como CEC anticiparon que accionarán judicialmente contra la resolución oficial.

Daniel Scioli, embajador argentino en Brasil, es otro de los personajes que operó a favor de Bioceres y su negocio en torno al trigo manipulado genéticamente. 
En mayo del año pasado, y tras un mitin con Trucco en las oficinas que la empresa posee en Rosario, el ex piloto de lanchas se ufanó del lobby que activó en la nación limítrofe para lograr la exportación de la harina basada en el transgénico. Esa compra internacional que gestionó Scioli resultó el primer argumento que se tomó en cuenta a la hora de aprobar la siembra intensiva.
Otro espaldarazo contundente a los movimientos de Bioceres tuvo lugar el reciente 4 de mayo. Ese día, el presidente Alberto Fernández se reunió con Rachel Chan, la científica de la Universidad Nacional del Litoral (UNL) que generó el transgénico y apuntala el negocio de la empresa de biotecnología, en Casa Rosada. El encuentro tuvo lugar pocas jornadas antes de que China y Australia informaran su decisión de comenzar a importar variedades de soja y trigo basadas en la tecnología HB4. 
Daniel Filmus, ministro de Ciencia, también fue parte del convite. Dijo, un rato después de los abrazos y las fotos con Chan: “La aprobación por parte del gobierno chino de la soja transgénica argentina es un ejemplo virtuoso de la articulación público-privada que demuestra, además, la importancia de fomentar la inversión en ciencia y tecnología frente a aquellas voces que recomiendan no hacerlo y administraciones que hace no mucho tiempo incluso la redujeron”.

¿Por qué es peligroso para la salud?

Además de hacer gala de la presunta adaptación a suelos salinos o secos, rasgo hasta ahora no demostrado en campo, el trigo que incorpora el HB4 amplía la franja de uso de un plaguicida diseñado por la industria de los agrotóxicos para suceder al glifosato: el glufosinato de amonio.
De hecho, Bioceres mantiene vigente un “contrato de exclusividad” con la etiqueta de glufosinato de amonio “Prominens”, sintetizado por la Asociación de Cooperativas Argentinas (ACA).
El plaguicida es objeto de estudios científicos que lo señalan como un compuesto capaz de afectar el sistema neurotransmisor de los humanos para inducir desde la pérdida de la memoria hasta convulsiones.
Experiencias de laboratorio concretadas por la francesa Université d’Orléans constataron alteraciones cerebrales generadas por la exposición crónica al glufosinato de amonio.
A nivel local, investigaciones concretadas por científicos como Rafael Lajmanovich (UNL), confirmaron el rasgo genotóxico y neurotóxico del glufosinato de amonio cuando entra en contacto con especies de anfibios. Estos últimos son auténticos “centinelas” y modelos de estudio para la salud humana.
En octubre de 2020, más de 1.000 científicos, investigadores y actores de la salud de la Argentina enviaron una carta al Gobierno dando cuenta del desastre socioambiental que provocarán la siembra y comercialización del trigo HB4 tratado con glufosinato de amonio.
Comparto un fragmento: “El glufosinato de amonio es un herbicida que, mirado desde la seguridad alimentaria según FAO, es 15 veces más tóxico que el glifosato, ampliamente cuestionado y prohibido en muchos países por su toxicidad aguda y sus efectos neurotóxicos, genotóxicos y alteradores de la colinesterasa. Es letal para organismos que contribuyen naturalmente a mantener la dinámica de los agroecosistemas: arañas, ácaros, artrópodos depredadores, mariposas y otros polinizadores y microorganismos del suelo”.
Un párrafo más: “… en estos agroecosistemas desequilibrados (el glufosinato de amonio) aumenta la susceptibilidad de los cultivos a enfermedades, con el consecuente aumento en la dependencia del uso de más agroquímicos. Asimismo, deteriora enormemente la calidad del agua dulce acelerando procesos de eutrofización, siendo además tóxico para algunos organismos acuáticos. Además, penetra hacia napas subterráneas, aumentando la lixiviación del nitrógeno de los suelos”.
El HB4 no sólo intensificará las aplicaciones con este veneno junto y sobre los pueblos del interior. Será el primer transgénico en arribar de forma directa a nuestra mesa a través de los comestibles basados en la harina que se origine a partir de ese trigo. Pan, pizzas, facturas, pastas, golosinas: desde esta semana todas las posibilidades comerciales quedaron abiertas para Bioceres y su manipulación de laboratorio a partir del permiso oficial. 
Damián Marino, doctor en Química y referencia científica de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), me acercó comentarios respecto del impacto que originará la liberación del OGM.
“En función de la experiencia del modelo transgénico basado en glifosato, y también a partir de lo aprehendido desde lo científico y socioambiental, podemos afirmar que esto alentará el avance del agronegocio en zonas donde hoy no se hacen cultivos y que resultan claves como reserva de biodiversidad y para el equilibrio ecosistémico”, dijo.
“Se trata de áreas que son fundamentales para los mecanismos de resiliencia ambiental. Esos mecanismos, justamente, son aquellos que todavía pueden dar batalla contra el cambio climático y mantienen la posibilidad de que se genere una restauración. Esta producción atacará esas capacidades, las pocas que nos quedan, para reducir la afectación climática”, amplió Marino.
El experto remarcó que “hoy no existe una demanda del trigo transgénico en el campo de lo social ni de la soberanía alimentaria”. Y pronosticó “una situación de gravedad extrema socioambiental en los próximos 15 años por la combinación del glufosinato de amonio con el glifosato”. 

¿Cuál es el estado actual del trigo HB4 en la Argentina?

Por estos días, Bioceres mantiene un acuerdo con 250 empresarios agrícolas a quienes provee de semillas de trigo HB4. La superficie que se sembró con el transgénico durante 2021 ascendió a 52.700 hectáreas, según el Instituto Nacional de Semillas (INASE). 
El OGM se distribuyó en 300 lotes ubicados en las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Santiago del Estero, La Pampa, Santa Fe, Chaco, Entre Ríos, San Luis, Salta, Catamarca y Tucumán.
La cosecha dejó algo más de 140.000 toneladas –un rendimiento por hectárea muy por debajo del trigo convencional– cuyo principal destino viene siendo la molienda con perspectiva de venta de harina a Brasil. Para este año, dado el visto bueno comercial otorgado por el Gobierno, la compañía estima que podría escalar la siembra hasta alcanzar una superficie del orden de las 500.000 hectáreas. 
Esto es, un territorio ampliado que, a la par de los baños con glifosato, atrazina, 2,4-D y otros agrotóxicos típicos de cada año, ahora también resultará víctima de una lluvia letal con glufosinato de amonio. Para una producción cargada de veneno que llegará a los hogares a través de la harina, componente que predomina en la dieta de millones de argentinas y argentinos. Y un ingrediente de consumo cada vez más expandido en aquellos sectores donde hoy gobiernan la pobreza y la desnutrición. 

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