Si me quiero sacar una foto me pongo un filtro, así me veo más linda. Busco entre las opciones que me ofrece Instragram, y hay de todo: labios más grandes, ojos claros, pómulos marcados, maquillaje, pestañas largas y peelings virtuales que me borronean todas las facciones. Pero de repente se me salen todas las opciones y me quedo con mi cara lavada. Soy otra, distinta a la que estaba en la pantalla e incluso me veo más fea. Mis ojos ya se habían acostumbrado a ver la cirugía virtual. Pero ¿cómo nos afectan los filtros? ¿Qué consecuencias traen para la salud mental?
Por Florencia Da Silva
Hasta hace pocos años atrás, para photoshopear una imagen tenías que saber de edición. Ahora caímos todes en la misma trampa de tocar nuestras fotos. Todes con filtro, algunos más notables que otros, e inevitablemente afecta a muchas personas. Nos bombardea la hegemonía y se vuelve difícil escapar de la presión de pertenecer al ideal de belleza. Las consecuencias existen: tanto mentales como después físicas.
Todo comenzó con Snapchat y los filtros eran un modo de diversión. Lo entretenido eran las orejitas de perro y las modificaciones en la voz. Ahora se centra en la estética, en escondernos detrás del filtro para sentirnos mejor e intentar encajar en lo que nos indican las normas de la belleza. Los filtros vinieron a ser el reemplazo temporal de las cirugías y el photoshop. Hay efectos para tener labios más grandes, para adelgazar la cara, eliminar arrugas, manchas, para blanquear u oscurecer la piel y todo lo que vaya pidiendo el señor hegemonía. Y como repite Lala Pasquinelli, fundadora de Mujeres que no fueron tapa: lo que se muestra es siempre el mismo tipo de persona. Suele referirse a las tapas de las revistas, pero también se puede aplicar a los filtros de las historias. Si todes usamos el mismo filtro, terminamos con la misma cara.
“Los filtros están dirigidos a modificar la apariencia física con el objetivo de acercarse a los estereotipos de belleza. Estos son los que representan un problema porque distorsionan la imagen que tiene la persona (principalmente mujeres) de sí misma, al eliminar signos de cansancio, envejecimiento, manchas, ojeras, imperfecciones. Al mismo tiempo adelgazan las mejillas, perfilan la nariz, aumentan el tamaño de los labios, agregan maquillaje y blanquean el tono de la piel”, explicó Esther Pineda G, socióloga y autora del libro Bellas para morir: Estereotipos de género y violencia estética contra la mujer.
Y agregó: “Esto afecta a las mujeres por distintas razones: primero pone a su disposición, de forma muy fácil y accesible, un modelo de belleza. Después les permite ‘probar’ cómo se verían con determinados cambios en su físico y crea las condiciones para que la persona se acostumbre a esa imagen ficcional que los filtros le ofrecen, pudiendo generar malestar, inconformidad y rechazo con su imagen real. Además puede generar adicción al uso de los filtros al recibir recompensas por parte de otras personas en la red social, que puede expresarse con likes, reacciones o comentarios de aprobación. Y por último, esta imagen irreal generada por los filtros puede convertirse en la motivación o incentivo para la realización de procedimientos estéticos y quirúrgicos para satisfacer el estereotipo de belleza”.
Es una realidad que ya existen muchas personas que intentan parecerse a los filtros. Algunas prueban con el maquillaje y otras optan por acceder a cirugías estéticas. No hay estadísticas sobre esta situación en Argentina, pero tal vez estos datos puedan ayudar a ilustrar la situación: el 10,5% de les pacientes acude a un cirujano por la influencia de los filtros de las redes sociales, según afirma la Sociedad Española de Cirugía Plástica, Reparadora y Estética. Y por otro lado, la Academia Estadounidense de Cirugía Plástica Facial y Cirugía Plástica Reconstructiva declaró en 2017 que el 55% de los cirujanos informaron que los pacientes que solicitaron cirugía se veían mejor en selfies.
Ya bastante era la presión que teníamos cuando nos comparábamos con las personas que veíamos en las publicidades y revistas, que obviamente estaban maquilladas y photoshopeadas. Y ahora se suma la comparación con nosotres mismes. La nueva aspiración estética es parecernos a esa versión nuestra que vemos con un filtro y que claramente no es la misma que vemos en el espejo. Las consecuencias están a la vista. La autoestima queda estrellada en el piso y muchas veces se genera una obsesión por lo que consideramos un defecto físico. “Cuando era niña estaba con las revistas, pero nada tenía que ver con tener un dispositivo 16 horas por días en la mano, scroleando imágenes que no se te parecen. Ya estamos viendo los casos de bulimia y anorexia en nenas y nenes de cuatro o cinco años. Eso no sucedía de esta forma. Lo mismo con los niveles de bullying y los suicidios adolescentes o en la infancia. En gran parte es consecuencia de estas imágenes que todo el tiempo nos bombardean”, sostuvo Pasquinelli.
Las redes triplicaron este bombardeo de fotos de cuerpos que no se parecen a los nuestros. Con el celular en nuestras manos todo el tiempo, vemos constantemente imágenes de esas personas que parecen alcanzar ese ideal de belleza e inevitablemente aparece la comparación, sobre todo en las juventudes. Sobre este tema, Esther Pineda afirmó: “Lo preocupante de la época actual es que la hiperconexión hace que las infancias y jóvenes estén expuestas permanentemente a los estereotipos y mandatos de belleza difundidos en las redes sociales por los medios de comunicación, artistas, influencers. Están más expuestas a la evaluación de su imagen y su cuerpo por parte de otras personas -conocidos o desconocidos- en las redes sociales, y reciben un mayor flujo de publicidad para la realización de procedimientos estéticos de los que podían consumirse antes a través de los medios de comunicación tradicionales”. Además, explicó que esto puede generar trastornos dismórficos corporales, adicción a los filtros y el rechazo a interactuar en las redes o subir una imagen sin edición. También ansiedad y aislamiento social por miedo a ser vistas y evaluadas negativamente al interactuar con su imagen real no intervenida por los filtros. “La realización de procedimientos estéticos y quirúrgicos sucede a edades cada vez más tempranas, ya que reciben una mayor presión para su realización y porque se volvieron más accesibles por su masificación y abaratamiento”, sostuvo Pineda G.
Parece redundante decir que esto también es violencia. Detrás de algo que empezó como un juego, se esconden las exigencias del patriarcado para que todas seamos flacas, jóvenes y perfectas. “Los filtros pueden considerarse una forma de violencia estética porque son sexistas al estar dirigidos principalmente a las mujeres, y porque son racistas, gordofóbicos y gerontofóbicos; ofrecen y reproducen estereotipos de belleza hegemónicos, tradicionales y mediatizados, es decir, que siempre apuntan a blanquear, adelgazar y rejuvenecer a quienes los usan”, afirmó Esther Pineda G.
Mujeres y disidencias que militamos en el feminismo, leemos y escuchamos sobre los modelos de opresión hacia nosotres, y logramos identificar ciertas violencias. Sin embargo, no tenemos nada asegurado. No hay vivas ni tontas. Somos todas y todes víctimas de este sistema patriarcal que nos crió. Mamamos estas violencias y las construimos como propias. Tenemos internalizadas ciertas exigencias y es un trabajo enorme el desarmarlas.
Sin embargo, no podemos seguir sumando más demandas a nosotras mismas y exigirnos que nos amemos como somos. Tampoco significa que a partir de ahora no vamos a usar más filtros, porque cada une hace lo que puede. Lo mismo con las cirugías estéticas. Pero sí es importante que podamos entender que nada que modifique nuestra imagen es inocente. Detrás de los filtros hay historia y mandatos.