El patrón oculto de la industria ladrillera

Foto: Edwin Bayona

La actividad ladrillera artesanal actualmente está catalogada como una actividad minera ya que realiza la extracción de la materia prima para realizar el producto. En algunos casos ya no se da así por el agotamiento del suelo y compran la arcilla, pero siguen produciendo de la misma forma. 

Por Fernando Berguier 

En la economía popular se trabaja en una informalidad total o casi total y en muchos lugares se realiza un agrupamiento de los emprendimientos productivos, incluso en algunos casos llegan a constituirse en barrios informales, como ser el caso de Entre Ríos o La Pampa donde está el barrio Los Hornos. Allí se puede observar el desarrollo de la actividad ladrillera familiar, e incluso la contratación de trabajadores de manera informal por parte de los productores de la economía popular; pero en un análisis más general nos tenemos que preguntar: ¿Cómo es posible que muchas personas migrantes (internas o extranjeras) de tan bajos recursos sean dueñas de las tierras donde estaban viviendo y produciendo? 
Si se empieza a indagar, se puede observar que todos los “productores independientes” de esa zona le alquilan el espacio a una misma persona. De esta forma, el propietario les “ayuda” a los “productores independientes”, consiguiéndoles la materia prima y les cobra con un porcentaje de su producción -obviamente la de mejor calidad- y los “productores” se quedan con la peor producción para vender. 
Pero la operatoria con el “locador” no terminaba ahí, ya que éste les ofrece venderle la producción que los “productores independientes” se quedan. Ya que posee un contacto para vender los ladrillos que les cobra a los trabajadores propone usar a la misma persona para vender la parte que se quedan las familias; pero quién realizó la producción no genera el vínculo por lo que no sabe cuál es el precio real de venta.
Se podría pensar que los “productores” tienen la posibilidad de buscar sus propios compradores, pero al encontrarse en una ubicación lejana y no poseer los medios para realizar esa actividad pasa a ser una falacia. Además, como se paga tan poco por los ladrillos y trabaja toda la familia, salir a buscar un comprador significa parar la producción y entran en un círculo vicioso.
Además de “alquilarle la tierra”, el dueño “los ayuda” con los insumos, elementos y herramientas que necesiten (por ejemplo la contratación de un tractor para remover la mezcla o una pala excavadora para extraer la tierra) que los “productores” les pagan con más producción. Entonces quien realiza la producción no es dueño del terreno donde trabaja y vive, no puede adquirir los materiales y elementos necesarios para producir y ni siquiera efectúa la venta de su producto.
Si le sumamos que todos esos conceptos son entregados por la misma persona que le cobra en producción se empieza a vislumbrar otra realidad económica.
Dadas esas circunstancias obviamente esta persona tiene influencia sobre el “dueño” del horno, que en algunos casos aprendió el oficio de quien le arrienda el campo. De esta manera, ese trabajador no es un productor independiente, sino que se está encubriendo una relación de dependencia.
Esas personas están trabajando para un patrón y deberían estar en relación de dependencia ya que no pueden compartir el riesgo empresario con quien es el dueño de todos los medios de producción. Salvo que se constituyan como una sociedad de Capital e Industria. Este tipo societario está justamente para establecer uno parte capitalista y una parte que aporta la industria (que como en este caso los hornos se arman con la propia producción podría ser el trabajo); pero no es la intención del dueño del terreno exteriorizar esa situación porque al momento de llegar una inspección del ministerio de trabajo el patrón oculto desconoce su participación y responsabilidad en el proceso productivo. 
Este encubrimiento de la realidad económica no se puede lograr sin convencer a la persona explotada. No solamente para que no genere una acción legal o intente realmente que sea un alquiler de las tierras y negociar las condiciones, sino también para que se haga responsable de la producción y las consecuencias legales de las mismas; para que trabaje con toda su familia o que busque a quién contratar.
Acá volvemos al punto de partida: es tan maquiavélico que no solo explota al trabajador y a su familia, sino que también lo pone en la posición de “subcontratar” a alguien que debe pagarle de sus propios ingresos (este gasto no lo adelanta el dueño del terreno).
Para completar los males, la actividad ladrillera de producción artesanal es muy desgastante físicamente por lo que los y las trabajadoras saben que tienen fecha de caducidad y si no pueden ser reemplazados por sus hijos, tendrán que ver cómo se sostienen llegado ese momento. Esto lo hace más perverso todavía ya que se fomenta que las propias personas sometidas sean las que se aseguren de replicar la situación.
Por otro lado, no todos los pequeños productores individuales se encuadran en esta situación de explotación. Existen verdaderos pequeños productores de la economía popular; en algunos casos derivados de estas situaciones. Se dieron casos en que el patrón oculto ni siquiera era el dueño de la tierra y usurpaba terrenos fiscales, cuando salió a la luz el Estado les dejó seguir produciendo y viviendo en esos terrenos y se convirtieron en pequeños productores familiares reales.
En el 2017 me tocó conocer un caso en que se quería constituir una cooperativa de trabajo ladrillera. Viajé para encontrarme con el grupo. Primero hablé con el futuro presidente de la cooperativa y me contó que era un trabajador ladrillero que, por la edad y un accidente, tuvo que dejar de producir y buscó a unas personas para enseñarles el oficio y poder continuar con la producción ya que era su sustento. Para ello llevó a dos familias de San Luis a que se instalen en el campo (que no tenía ningún tipo de comodidad para vivir) para que se construyan una choza y puedan trabajar ahí.
Luego llegué al campo para hablar con los dos “dueños” de los hornos que me contaron que viven ahí y trabajan con toda la familia (incluso los niños y las niñas que “ayudan cuando no están en el colegio”). Ellos no sabían ni siquiera qué era una cooperativa, cuando les expliqué el funcionamiento, las obligaciones, beneficios y costos que conlleva la constitución de una persona jurídica me plantearon que ellos no querían eso porque no veían que se pudieran dar los beneficios y sólo podían visualizar los costos y que la situación económica no se los permitía. Por lo que claramente dijeron que deseaban continuar como venían trabajando.
La última etapa fue reunirme con el resto de las y los interesados, ya en la ciudad. La situación fue diferente, las comodidades eran otras y el fin era muy claro: generar una cooperativa poder solicitar beneficios (subsidios) al municipio, la provincia o la nación. Este grupo estaba conformado por cuatro personas, padre con su hija y su hijo y un amigo de la familia que no sabía nada de la producción de ladrillos, pero haría tareas administrativas.
Entonces tendrían a dos personas trabajando en los hornos (obviamente iban a incluir en la cooperativa solamente a los dos hombres ¨jefes de familia¨ y no a las mujeres que también trabajan en la producción), el presidente que se encargaría de supervisar la producción y conseguir los materiales que sean necesarios, el secretario y la tesorera que se iban a dedicar a la comercialización y el síndico que se iba a dedicar a la parte administrativa. Muy bien estudiado lo tenían ya que incorporaron a una cuarta persona no familiar para poder ocupar el cargo de síndico así no le daban ningún ámbito de poder a quienes están trabajando en el horno.
Ellos justificaban la necesidad de armar la cooperativa como un paso a la formalización de lo que venían haciendo, pero cuando les dije que en la otra reunión las personas que están en los hornos no querían dar ese paso y que yo no veía que sean un grupo real, la respuesta fue insinuarme que si ellos no querían firmar buscaban otras personas. Muy democrático no era el grupo.
Yo presumo que esto se dio porque fue creciendo un poco la actividad en ese pequeño pueblo y empezaron a aparecer compradores de los ladrillos a los otros hornos de la zona por lo que el patrón oculto no iban a poder controlar la venta de la producción de los supuestos dueños de los hornos. Necesitaban conseguir un mecanismo para seguir teniendo el control.
Consultando el hecho con un abogado, me planteó que hasta ese momento el único delito que se podía observar era el del trabajo informal, pero como se encuadraba en el formato de patrón oculto era muy difícil de establecerlo como denuncia; y que el hecho de querer hacer una cooperativa para encubrir una realidad económica, aún con el dicho de que si no quieren participar buscarán otras familias (que no se puede probar), no es un delito en sí mismo porque no se concretó y podrían plantear que solamente fue un asesoramiento. En la actualidad no sé cómo terminó el proceso ya que no volví para allá.

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