Elián. A veinte años de una victoria

Por estas horas, se cumplen veinte años del caso Elián González, el niño cubano que naufragó en viaje rumbo a Miami y fue rescatado por una delicada y paciente operación política, dirigida por el propio Fidel Castro. Un episodio que se tranbfirmñó en una victoria de la revolución cubana. Fragmento del libro “Las batallas de Fidel” de Hugo Montero, editado por Sudestada.

Desde la playa se advierte apenas una sombra en mar abierto. Donato Dalrymple, un pescador de Fort Lauderdale, acerca su lancha y la sorpresa lo paraliza: la sombra en cuestión es un niño dormido, escaldado por el sol y flotando de espaldas sobre un neumático.
Tres días antes, al otro lado del mar, en la cubana ciudad de Cárdenas, Juan Miguel González caminaba hacia el colegio para retirar a su hijo de cinco años, como era costumbre cada viernes. Pero Elián no salió de su salón: su madre lo había retirado horas antes, sin explicarle razones a la maestra. Si bien la pareja transitaba una separación desde hacía dos años y cada uno había rearmado su vida sentimental, aquella medida intempestiva inquietó a Juan Miguel. Era extraño que Elizabeth tomara una decisión sobre el niño sin antes preguntarle su opinión. Lo que Juan Miguel ignora a esa altura es que muchas cosas han cambiado en los últimos días: el regreso a Cuba del novio de su exesposa, la oferta de viajar a Miami en una rústica balsa, la oportunidad de un nuevo comienzo, tal vez la ilusión de un mejor futuro para Elián… Lo cierto es que Elizabeth, que nunca siquiera presentó el papeleo para lograr la salida legal de la isla, se dejó persuadir por su novio, renunció a su trabajo como camarera y se metió de lleno en aquella aventura, no exenta de peligros.
Pero el primer contraste fue esa tarde en que sacó temprano de la escuela a Elián y viajó hasta la zona de Jagüey Grande: oculto en un manglar estaba un barquito de aluminio sin techo ni asientos y con espacio para ocho personas. Pero iban a viajar catorce, sin chalecos salvavidas y con un único resguardo: tres neumáticos. El motor fuera de borda, dispuesto para la ocasión, tampoco parecía el indicado para semejante travesía, más aún después de pagar los mil dólares que le costaba a cada viajero la arriesgada odisea.
La impericia de quien conducía aquella embarcación en alta mar complicó más las cosas: intentando aligerar la carga en el último tramo y cansado de lidiar con sus fallas, tiró el motor y dejó el barco al capricho de la marea. En la noche del 22, el bravo Caribe hizo el resto: tumbó la nave en mitad de la nada y, en la desesperación, pocos atinaron a buscar los neumáticos. El efecto del Gravinol, que cada pasajero se inyectó antes de salir para paliar los efectos del mareo, agravó la situación. En la oscuridad, la mamá de Elián consiguió que el niño se montara sobre una de aquellas cubiertas y hasta logró dejarle una botella de agua. Minutos después, soltó la cubierta y se perdió en el mar para siempre. Elián pasó dos días a la deriva, bajo el sol, sin poder comprender lo que sucedía. Para cuando la marea lo arrastró a la costa y lo encontraron los pescadores, estaba inconsciente. Era apenas el tercer sobreviviente de aquel fatídico viaje.
Sin preocuparse por indagar en su historia familiar, la justicia estadounidense actuó con celeridad y le entregó la custodia del niño a Lázaro González, un pariente lejano que residía en Miami pero que no había visto a Elián más que una sola vez en su vida. La torpeza legal fue el primer paso de una batalla diplomática entre La Habana y Washington que posicionó al caso Elián en la primera plana de los diarios del mundo a partir de noviembre de 1999.
Informado de la situación extrema que atravesó Elián, su padre llamó por teléfono y logró hablar con él, mientras permanecía recuperándose en el hospital. El paso siguiente fue exigir el inmediato regreso de su hijo a Cuba, como es natural en cualquier legislación internacional sobre la patria potestad. Pero para entonces, el aparato cubano-americano de Miami también seguía el caso con atención y movía sus poderosas influencias: si Cuba reclamaba por el niño, entonces aquello se trataba de un botín de guerra. Fue el inicio de una batalla absurda: sabotearon las comunicaciones entre el padre y Elián, desplegaron un ejército de abogados para garantizar que el niño no abandonara la Florida y hasta frustraron el encuentro del niño con sus abuelas, que viajaron de inmediato para agilizar los trámites.
La colonia dirigida por Fundación Nacional Cubano-Americana (FNCA) desató una guerra de propaganda con el niño como estandarte: organizaron un festejo de su sexto cumpleaños y para la foto lo retrataron vestido de marine y envuelto en la bandera de Estados Unidos. Al mismo tiempo, movían los hilos para lograr el “asilo político” del niño.
“El verdadero naufragio de Elián no fue en alta mar, sino cuando pisó tierra firme en los Estados Unidos”, sintetizó el escritor Gabriel García Márquez. Pero desde La Habana no se quedaron de brazos cruzados ante la maniobra de la FNCA: Fidel en persona encabezó la respuesta. El pueblo cubano se movilizó, una y otra vez, a marchar alrededor de la Oficina de Intereses de Estados Unidos en la capital, y en cada marcha se multiplicó el número de asistentes. En varias de ellas, fueron los estudiantes los grandes protagonistas. Fidel transformó el rescate de Elián en un tema de Estado de absoluta prioridad y el 5 de diciembre anunció un ultimátum para que Estados Unidos devolviera al niño a su hogar.
Un mes después, el Servicio de Inmigración y Naturalización (SIN), pese a las presiones y el dinero del lobby cubano-americano, falla de un modo lógico: exige que el niño sea devuelto a su padre. La fiscal Janet Reno establece el 13 de abril como último plazo para realizar la entrega. Pero no será tan sencillo. El poder de la FNCA es más importante de lo que parece, y mediante artilugios consigue un amparo en la corte de Atlanta, que posterga la entrega del niño hasta tanto se determine la viabilidad del pedido de asilo.
En tanto, Juan Miguel se apresta a viajar a la boca del lobo a recuperar a su hijo. Es la exigencia desde Miami: el único modo de aceptar una reunificación familiar es que el padre viaje. Hasta grabaron un video casero en el que el niño lee un guión en inglés, donde le pide a su padre que viaje a Miami. La maniobra es evidente: una vez en Miami, la FNCA intentará persuadir por las buenas o por las malas al padre para que se quede allí con el niño.
Fidel se reúne con Juan Miguel e intenta tranquilizarlo. Incluso le propone quedarse en Estados Unidos con el niño el tiempo que quiera. Pero Fidel sabe que aquella es una batalla entre dos morales opuestas y, para imponerse, el único modo es quitarle cualquier argumento al enemigo. Por esa razón, le sugiere a Juan Miguel que no viaje solo, que lo haga con toda su familia, incluso con su nueva esposa y su otro hijo: “Si marchas solo, cuando llegues allá van a decir que estás presionado por el Estado cubano; van a decir que tu mujer y tu hijo están de rehenes en Cuba”. La apuesta de Fidel era arriesgada, pero no tenía otra opción: tenía muy en claro que intentarían sobornar a Juan Miguel de todas las formas posibles, pero la única opción era confiar en la voluntad del padre de Elián, quien desde el primer día insistía en que su decisión era recuperar al niño y regresar a Cuba de inmediato.
Ya en la Florida, el laberinto legal irrita a Juan Miguel, quien le anuncia al propio Fidel que está dispuesto a viajar hasta la casa donde mantienen cautivo a su hijo para recuperarlo. Fidel respalda la decisión del padre de Elián, y el clima comienza a complicarse. La mafia cubano-americana anuncia que está dispuesta a todo para incumplir la orden legal, y Juan Miguel asume que llegar ante la puerta de la casa donde tienen retenido a su hijo significa estar dispuesto a recibir un disparo. La tensión llega a un punto extremo y cualquier cosa puede suceder. El propio presidente Bill Clinton debe admitir que la política no puede meterse en una disposición legal e insta a que la emigración cumpla con lo dispuesto por la ley.
Horas después, la noche del 22 de abril, se prepara un despliegue militar que prevé una respuesta armada: un grupo comando irrumpe en la casa del pariente de Elián, en Miami. El niño está encerrado en un ropero, junto al pescador que lo encontró en Fort Lauderdale, cuando un uniformado apunta su arma y se lleva al niño. Elián es trasladado de inmediato a la base militar de Andrews, en Washington, y recién allí pudo reunirse con su papá.
En un asiento en el fondo del avión, rodeado por funcionarios y abrigado por una frazada, está Elián. El abrazo con su papá es un abismo de silencio y emoción para los dos. El calvario ha terminado, o casi. Todavía resta volver a Cuba.
Minutos después de reencontrarse con su hijo, Juan Miguel recibe el llamado de Fidel, quien se comunica para saludar por la buena noticia: “Juan Miguel, ganaste la pelea. La ganaste bien ganada. Pero no debes salir de apuro –sugiere otra vez, con la destreza de un estratega que conoce bien el paño–. Debes tomarte tu tiempo y salir victorioso. Si sales rápido para el aeropuerto, sería como si estuvieras huyendo de Estados Unidos”.
Después de cuatro meses y medio de trámites, dilaciones y amenazas, el 28 de junio la justicia niega cualquier chicana legal de la emigración cubano-americana, y Juan Miguel emprende el ansiado retorno a La Habana.
A Elián lo espera un pueblo entero movilizado en las calles, que celebra su regreso como lo que fue: una victoria extraordinaria de la justicia sobre la barbarie del imperialismo.

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