Historias de fertilidad: una sala de espera diversa

Actualmente nuestra sociedad afronta cambios socioculturales en relación con “retrasar” la maternidad y la conformación de familias más allá de la heterocisnorma. Yo cumplo ambos, arranqué tratamientos de fertilidad a un año de cumplir 40 y en un proyecto monomarental. En el proceso y la idea de este texto motivó curiosidad por datos, debates, derechos conquistados y derechos vulnerados. 

Por Constanza Rossi
Yo también tuve esos intereses al comienzo, durante el 2018, y pensé, busqué información, intercambié y reflexioné mucho. Me emocioné con series, películas, historias en grupos Facebook y notas de celebrities sobre familias diversas y la maternidad en la cuarta década. Pero cuando en el año 2019 arranqué, aún con preguntas y prejuicios, enfrenté la parte que no se cuenta: la burocracia de las obras sociales, la medicina reproductiva estandarizada, despersonalizada -de corte industrial- y la sorpresa cuando los tratos son respetuosos, personalizados, considerando mi integridad biopsicosocial -que conseguí sacando un crédito bancario para atenderme de forma particular-.
Hoy, comienzos del año 2023, habiendo atravesado varios tratamientos con diferentes “tecnologías”, todos con resultado negativo, me siento parte de un grupo de personas sumamente diverso -lesbianas, solteras, heteros, mujeres de 30, 40 años, hombres y mujeres- con quienes compartimos frustraciones, expectativas, dolores, deseos, angustias, sonrisas y lágrimas. Y me puse a escribir, por ahora sobre esto último, porque se me está haciendo largo el camino y necesito alivianar un poco el equipaje. 

En las salas de espera de los centros de fertilidad a veces estoy una hora, hora y media, si tengo suerte veinte minutos. Siempre hay varias personas sentadas, las miro, observo sus edades, veo mujeres y varones, personas solas, parejas varón-mujer y parejas de mujeres. Miro sus vestimentas y actitudes, que son de lo más variadas. Imagino diversidad de historias sobre cómo llegaron ahí y cómo se sienten por tener que acudir a la fertilidad médicamente asistida. Hay una cierta homogeneidad económica, la necesaria para tener el privilegio de poder estar ahí sentadas, sentados. Aunque luego, las distancias económicas se manifiestan en obra social, prepaga y dinero disponible para tratamiento particular o “extras” que marcarán diferencias en la atención, seguimiento, estudios, cantidad de trámites burocráticos, llamadas, demoras, cantidad de intentos -tratamientos-. 
Entre las parejas de mujeres, desde mis 42 años, veo algunas jóvenes, algunas de mi generación, otras quizás mayores. Algunas las imagino amigas, en los roles de paciente y acompañante, otras madre e hija y otras pareja deseando formar juntas una familia. Todas suposiciones según la edad y los modos de demostrarse afecto, compañía o distancia. Pero cualquier intervención médica entablilla, transmuta, invade de asepsia los vínculos. A veces, las nutren pero solo si nos animamos, y nos dejan, estar vulnerables sin miedo, sin prisa, con mucho respeto y cariño, abriendo y guardando según la ocasión. Transitando la espera. 


Los centros de fertilidad que yo frecuento no realizan subrogación de vientre -al menos eso creo ya que nunca lo pregunté directamente-. Esto hace que en las historias que imagino no haya ni varones solos ni parejas de varones buscando “asistencia” para formar una familia. Si las personas solas son hombres, imagino que esperan a su pareja, mujer, que está en alguna intervención médica a la que debemos pasar solas: punción ovárica y transferencia embrionaria, para los entendidos. Pero no siempre es así, una secretaria poco discreta en una sala pequeña me hizo saber que hay hombres jóvenes que guardan semen por sugerencia médica. Se denomina “criopreservar” lo que para el común de la gente, que nunca atravesó la fertilización médicamente asistida, es “congelar”. Cómo tantas preguntas absurdas en estos ámbitos, la secretaria indagó si estaba actualmente en pareja, y también aprendí que hay hombres jóvenes sin pareja tomando decisiones sobre su fertilidad.  
Cuando observo actitudes, veo personas incómodas, calladas, evadiéndose con el celular. Otras, parecen tranquilas, cordiales, afectuosas, conversadoras. Todas esperando. Siempre veo una o dos con algún libro, muchas veces, soy una de ellas. Están quienes se encuentran con alguien conocido, dos mujeres solas entusiasmadas de la coincidencia y poniéndose al día de sus historias en estos últimos años. También están las ansiosas, nerviosas. Una mujer se enoja por las dificultades para obtener un turno de ecografía en la fecha que le solicitó su médico. Otra interpela a la recepcionista, reiteradas veces, en voz muy alta y con pocos modales, por el orden en que están llamando a las pacientes. Alguien exclama “pobre flaco”, cuando un hombre se levanta a acompañar a esa mujer que finalmente consiguió ser llamada por su médico, y continúa “uno ya sabe cómo es esto, si no te lo podés bancar, no te metas”. Pienso en decir algo en defensa, por ejemplo “cada una lo lleva como puede, ¿tenés idea las molestias que provocan las inyecciones? ¿la frustración que se atraviesa cuando los tratamientos no resultan?”. Pero me quedo callada y hago un intento por volver a concentrarme en mi libro y continuar la espera.
Siempre veo personas solas o parejas haciendo selfies. Pienso, ¿serán para compartir con amistades o familia que están acompañando este proceso? ¿o para guardar y compartir más adelante la historia, su historia, de cuánto hicimos, cuánto insistimos, cuántas personas ayudaron para estar hoy abrazados? 
Llaman mi atención las mujeres jóvenes, muy jóvenes. Llego a escuchar a edad de una cuando llena papeles con la recepcionista: 24 años. De otra, imagino menos de 30 y pienso ¿”donantes” de óvulos? A otra la veo sola, caminando y moviéndose con seguridad, con mucha dedicación en su apariencia física -maquillaje, uñas, ropa, tintura, peluquería-.
Otra, de similar apariencia y actitud, está acompañada por un hombre unos 30-35 años mayor que ella ¿será que hoy es su ”punción” -intervención con anestesia para la que hay que ir acompañada-? Me las imagino a ambas, sintiéndose prácticas, resueltas, ¿astutas? de haber elegido entre varias opciones, esta forma poco convencional de obtener dinero. Me acuerdo que en la recepción de la planta baja una mujer, de unos 40 o 50 años, hablaba por teléfono y decía: “vine a acompañar a mi sobrina a un lugar médico, no sé para qué”. También, imaginé que aquella sobrina era una mujer joven “donante” de óvulos y que hoy era su punción. A ella, la recreé con vergüenza, necesitando el dinero y sin encontrar otras alternativas. A veces, me pregunto ¿Qué pensarán? ¿Qué sentirán? ¿Cómo nos verán? Aunque, en la sala de espera no miraban mucho a su alrededor. ¿Pensarán en algún momento “esto ayuda a cumplir el sueño de muchas personas”?, como leí en un artículo de investigación de psicología o me contó mi ginecóloga.
Entre el cuento romántico-altruista, la mercantilización del cuerpo y la desesperación económica, sin ser del todo ninguna, pero con condimentos de todas en diferentes proporciones, están las respuestas a mis preguntas. El llamado por mi apellido interrumpe mis pensamientos y la espera.   
¿Habrá otras, otros, observando, pensando e imaginando historias mientras esperan? Sintiendo, a veces, cierta compasión que es un bumerang cuando cuesta sentir la propia. También, siento asombro por la diversidad de motivos, caminos, historias con las que se llega a una sala de espera de un centro de fertilidad. Eso me resulta un bálsamo, un suspiro, para cuando reviso mí propia historia, mis motivos, mi camino. Me ayuda a sacar los “si hubiera, hubiese, habría”. 


Siento ¿comunidad? Quizás no tanto. Sin embargo, muchas personas que hoy compartimos esta sala, anoche nos aplicamos inyecciones, estamos sintiendo retorcijones y pinchazos en útero y ovarios, tenemos miedos y deseos. Ellos eyacularon en frascos, historias que desconozco porque yo soy de las pacientes que llenan los consentimientos para “persona sola sin pareja”. Pero en una sala de espera vi cuando el varón de una pareja heterosexual se levantaba de su asiento y se iba por un pasillo, luego de una rato volvió con un frasco que entregó a la recepcionista. Pese a que me ponen muy nerviosa las inyecciones, me molestan los retorcijones, me cansan las ecografías transvaginales, me da miedo la anestesia de la punción ovárica, me molesta el catéter a través del cuello uterino en la transferencia embrionaria; ese varón me conmovió. Lo imaginé solo masturbándose en un baño con la presión de saber que en el transcurso de algunos minutos debía entregar “la muestra” mientras su pareja esperaba dolorida pasar a quirófano para la punción ovárica.
Nunca había pensado en esa parte que le toca en tratamiento de fertilidad. También, están quiénes traen la muestra de su casa. Una vez recibí un mail, por equivocación, con las “indicaciones para la recolección de muestra de semen” en el que recomendaban que la muestra sea obtenida en “las instalaciones de la institución” con dos días de abstinencia sexual. Luego, decía “caso contrario, debe ser entregada como máximo una hora luego de su obtención” y aclaraban, mantener a temperatura ambiente. En mi camino de “persona sola con semen de banco”, como dicen mis consentimientos -papeles que debo firmar-, me toca imaginar las historias, motivaciones, pensamientos de “los donantes” varones.  
Allí sentadas, sentados, en la sala de espera de un centro de fertilidad, de maneras muy diversas, nos reúne un mismo sueño, un mismo deseo que seguramente tiene diversos nacimientos y recorrerá diversos caminos, a veces elegidos y otras no, con momentos alegres, felices y otros no. Sentada en una sala, esperando, imaginé a las clínicas de fertilidad organizando encuentros de egresados tipo “camada 2020, 2021, 2022, ¿2023?” y me reí sola.  
De repente todos estos pensamientos se interrumpen cuando una mujer con cofia y botitas prequirúrgicas, como las que me hicieron poner a mí, sentada al lado mío me dice “pensar que para los que trabajan acá esta es su vida cotidiana y para nosotras es un momento tan importante”, y así iniciamos una conversación que nos hizo más llevadera la espera, que no es solo la espera de ser llamadas por nuestra médica. 

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