Juventud, clase obrera y ciencia: el masivo debut del ecologismo en 1970

Por Valeria Foglia | @valeriafgl

El 22 de abril de 1970 veinte millones de personas se unieron de costa a costa en Estados Unidos para una jornada de protesta ambiental. Tal vez sin buscarlo, ese día de performances, ciclismo y muchedumbres en parques públicos pasó a la historia como el debut en sociedad del movimiento ecologista contemporáneo.  

Contaminación del agua, el aire y la tierra, “ciudades fantasmas”, captura de energía solar, pronósticos de crisis políticas, sociales y económicas que “amenazarán las instituciones”, olas mortales de calor e inundaciones masivas. No sin hipocresía, todos los presidentes norteamericanos al menos desde la década de 1960 se habían referido a la catástrofe ecológica por venir. Ese escenario -distópico por entonces- es hoy nuestra realidad: calentamiento global, fenómenos climáticos extremos y virus de origen zoonótico son resultado de décadas y décadas de explotación capitalista de la naturaleza. 

Aunque en su tiempo los medios intentaron presentarla como una suerte de “feria ecologista” cándida y de buenos modales, e incluso formalmente se llamó “foro ambiental” (Environmental Teach-In) hasta poco antes del lanzamiento, esta primera gran gesta se había construido durante años con el activismo contra la energía nuclear, los derrames de petróleo, la contaminación de los ríos y el smog. 

Tapa del New York Times el 23 de abril de 1970

Convocaron el evento el senador demócrata y exgobernador de Wisconsin Gaylord Nelson y el congresista republicano Paul “Pete” McCloskey, de California, quienes sumaron a Denis Hayes, joven activista y graduado en Derecho de Stanford, para que se organizara desde abajo y a nivel local.

Pero a Hayes y su equipo de ochenta y cinco personas no les gustaba el nombre escogido por Nelson: el formato de seminarios no iba en sintonía con un movimiento moderno y espantaba a “mucha gente que quería protestar y cambiar las cosas, no debatirlas”. Julian Koenig, un redactor publicitario neoyorquino que cumplía años el 22, envió varias propuestas, pero les aconsejó que no dejaran escapar el nombre definitivo: Día de la Tierra (Earth Day y Birthday sonaban, además, muy parecido). El staff juvenil dio visto bueno la noche siguiente entre cervezas y pizza.

En una entrevista a propósito del 50º aniversario, Hayes contó la locura de ese día: amaneció en una ceremonia de nativos americanos en Washington y voló a la Quinta Avenida en Nueva York, donde habían cerrado unas cuarenta cuadras al tránsito. De ahí a Chicago, donde la protesta fue más combativa: la organizó principalmente Saul Alinsky, un activista comunitario progresista. Hayes volvió a Washington, hizo rondas de prensa y acabó el día celebrando entre cervezas con su staff.

Nadie quiso quedarse afuera del Día de la Tierra, y algunos activistas protestaron porque fuerzas políticas tradicionales y corporaciones intentaron apropiarse del evento. Aunque marcharon jóvenes y adultos, conservadores y radicales, no todos pedían lo mismo. Más allá de intenciones individuales, por su pertenencia partidaria los convocantes demócratas y republicanos estaban más emparentados con el problema que con la solución. 

El presidente Richard Nixon no era ajeno al tema y hasta había dado discursos “verdes”, pero un dato de la convocatoria de Nelson, McCloskey y Hayes lo puso nervioso: la fecha coincidía con el natalicio de Vladimir Ilich Ulianov. Nixon encargó a J. Edgar Hoover, el temible director del FBI, que siguiera muy de cerca los acontecimientos que, en plena Guerra Fría y con el país movilizado contra la guerra de Vietnam y por los derechos civiles, parecían posar la “amenaza comunista”.

Pero la coincidencia entre la fecha de nacimiento de Lenin y el Día de la Tierra fue solo casualidad. Para alentar la participación juvenil, los organizadores buscaron un día entre las vacaciones de primavera y los exámenes finales. En 2013, durante un panel sobre la ley de especies en peligro que él mismo promovió, McCloskey aseguró que Nixon estaba “muy paranoico” por el hecho de que el Día de la Tierra fuera una reunión de “chicos pacifistas”, en referencia al movimiento antibélico que su Gobierno reprimía con dureza.

McCloskey, que acabó pasándose a las filas demócratas tras una vida como republicano, leyó pasajes hilarantes del informe de Hoover para Nixon: “’Hay un montón de chicas con flores en el pelo” que “no usan corpiño”, “un poco de porro” y “amor entre los arbustos”. Más allá de lo “benigno” del reporte, casi un año después se reveló que formaba parte de todo un entramado de espionaje estatal sobre organizaciones políticas disidentes de Estados Unidos, como las Panteras Negras y el trotskista Socialist Workers Party.

Los organizadores querían imprimirle al Día de la Tierra la fuerza de las protestas juveniles contra la guerra de Vietnam. Por eso en un primer momento se pensó el Día de la Tierra como una gran jornada educativa: se calcula que, ante el llamado en medios de comunicación, participaron unos dos mil colegios y universidades, diez mil escuelas públicas y veinte millones de personas -cerca del 10 % de la población norteamericana por entonces-. 

Cerraron casi la mitad de las escuelas y el Congreso. Hubo cerca de veintidós mil eventos en ciudades grandes y pequeñas. Las masas tomaron las calles y aprovecharon que las rutas estaban libres de tráfico para circular en bicicleta, mientras “tropas” de jóvenes recogían basura en parques y avenidas.

Podría decirse también que fue la primera jornada masiva de artivismo: los manifestantes portaban máscaras de gas, vendas, barbijos y esqueletos en miniatura, los niños reversionaban canciones populares como “Jack and Jill went up the hill” -aunque los protagonistas corrían peor suerte aún que en la original, y en lugar de un chichón contraían hepatitis.-. Al clásico de B. J. Thomas le alteraron la letra para hablar de que “gotas de petróleo siguen cayendo sobre mi cabeza”.

Aunque al principio la comunidad negra de Filadelfia temió que distrajera de la pelea por los derechos civiles, luego se sumó con todo al evento, que duró una semana porque un solo día les parecía poco. El cast completo de Hair, musical de Broadway, interpretó canciones como “La era de Acuario” y “Aire” ante unas veinte mil personas.

Más allá del clima en apariencia “festivo”, también hubo acciones de impacto, en especial contra las petroleras. Algunos activistas exhibieron peces muertos en la Quinta Avenida, en Nueva York, como forma de denunciar la contaminación del río Hudson. 

Jóvenes estudiantes de Nuevo México protestaron contra los senadores que se oponían a una ley contra la contaminación. En San Francisco un grupo dirigió su protesta a la sede de la Standard Oil Company de California: le echaron petróleo a un espejo de agua frente al edificio. 

Para Nelson, el éxito del Día de la Tierra se debió a que “se organizó a sí mismo”. En una suerte de confesión, reconoció que demócratas y republicanos eran incapaces de reunir a veinte millones en defensa del planeta. Tras aquellas jornadas se fundaron las principales organizaciones ecologistas de Canadá, Estados Unidos y Europa.

***

Nada de esto había caído como rayo en cielo sereno. El boom económico de posguerra introdujo el plástico y los automóviles, lo que disparó el consumo masivo: emisiones industriales, centrales eléctricas, pesticidas y vehículos alimentados a gasolina con plomo se apoderaron del aire. Así se respiraba el “sueño americano”, y durante décadas fue aceptado como señal de prosperidad y bienestar. 

La contaminación del agua también era un problema a causa de vertederos y depósitos tóxicos, como cuenta la película Dark Waters sobre el caso de los “químicos eternos” de DuPont. En los años previos al Día de la Tierra los continuos derrames petroleros en ríos y otros cursos de agua habían encendido la alarma en la población. Según la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica, el río Cuyahoga de Ohio se prendió fuego varias veces entre 1936 y 1969 por los derrames de petróleo, químicos y desechos industriales que se acumularon en su superficie. Y en enero de 1969 una plataforma había volcado millones de litros de petróleo frente a la costa de Santa Bárbara, en California. 

Cuyahoga en 1952

La década también implicó una destrucción de biodiversidad “sin precedentes en millones de años”: según el Informe Planeta Vivo 2020 del Fondo Mundial para la Naturaleza, desde 1970 las poblaciones de mamíferos, aves, peces, anfibios y reptiles se redujeron un 68 %.

Pero la fauna, la flora y la salud humana estaban en peligro desde antes por el uso masivo de pesticidas en granjas, jardines, bosques y hogares de Estados Unidos. Ese fue el tema de Primavera silenciosa, que la bióloga marina Rachel Carson publicó en 1962. Aunque recibió una dura campaña de ataques por parte de las corporaciones –sí, la llamaban “comunista” e “histérica”-, el libro fue best-seller y la científica instaló la problemática ambiental en la conciencia de masas. 

“Fue el momento adecuado, el libro adecuado y la personalidad adecuada”, afirma Paul R. Ehrlich -reconocido biólogo y autor de La bomba P– en Earth Days, la película de 2009 dirigida por Robert Stone que dedica un tramo importante al legado de Carson.  

Aquel 22 de abril Anthony Mazzocchi, dirigente del Sindicato de Trabajadores del Petróleo, Químicos y Atómicos, presidió oficialmente la manifestación en Nueva York. A la “pata obrera” del Día de la Tierra lo llamaban “el Rachel Carson de los lugares de trabajo”. No era algo insólito: la obra de la bióloga norteamericana había dejado huella en el líder obrero, que comenzó a hablar de “transición justa” por el cierre de industrias consideradas insostenibles por su impacto ambiental y riesgos a la salud de las comunidades.

“Iban a tratar la suciedad mejor que a los trabajadores”, protestaba Mazzocchi. La clase trabajadora no podía cometer un “suicidio económico” para proteger el ambiente, y el futuro de las próximas generaciones no debía ser sacrificado únicamente para mantener empleos en el presente. 

La “transición justa” de la que hablaba Mazzocchi no debía ser a expensas de la clase obrera: “Entendemos la naturaleza de lo que producimos y nos preocupa. Y si estas sustancias tienen que ser eliminadas del ambiente creemos que los que generan contaminación deberían verse obligados a pagar para que los trabajadores reciban un trato igualitario en esa transición”. 

Tony Mazzocchi, que había luchado gran parte de su vida contra la asbestosis y otras enfermedades laborales, falleció de cáncer pancreático en 2002. Hoover y Nixon algo de razón tenían: las dos hermanas y un tío del dirigente sindical sí eran comunistas. 

***

Al día siguiente The Guardian lo definió como “el primer recordatorio masivo de nuestro planeta contaminado y en descomposición”. Su valor reside en gran medida en haber agrupado a quienes antes luchaban en forma fragmentada por causas que tenían un origen común. 

El movimiento ecologista nació en pleno auge del activismo contra la guerra y la lucha antirracista. Aunque fue víctima del espionaje de Nixon, en su debut no hubo choques con la Policía, como sucedía con aquellas causas. The New York Times, que dedicó una cobertura especial a la manifestación, consignó que “solo seis meses antes del Día de la Tierra los manifestantes contra la guerra habían sido gaseados en Washington”, y dos semanas después cuatro fueron asesinados a tiros en la Universidad Estatal de Kent en Ohio. 

Manifestantes en Nueva York

El impacto de la primera gran protesta ambiental fue enorme: a partir de ella se creó el grueso de las leyes y las agencias ambientales norteamericanas, en 1972 se publicó Los límites del crecimiento -un informe pionero encargado por el Club de Roma- y tuvo lugar la primera cumbre ambiental, que se realizó ese año en Estocolmo.

Para su vigésimo aniversario, el Día de la Tierra movilizó a doscientas millones de personas en 141 países. Actualmente, mil millones en 192 países participan de la jornada, cuyo lema de 2021 es “Restaurar nuestra Tierra” contra la idea de que las únicas opciones sean “mitigar o adaptarnos a los impactos del cambio climático y otros daños ambientales”. 

A causa del covid-19, este año hubo paneles virtuales desde el 20 de abril, otra vez con la juventud como protagonista. En 2018 fue una adolescente de quince años que protestaba en soledad frente al Parlamento sueco la que despertó un movimiento por el que llegaron a marchar casi ocho millones de personas durante la semana climática mundial de septiembre de 2019. Ahora Greta Thunberg -que se ausentará de la COP26 en Glasgow en protesta por el reparto desigual de vacunas- será la mayor en el panel “Mi futuro, mi voz”: la participante más joven, la activista india Licypriya Kangujam, tiene solo nueve años. Sin embargo, el porvenir de la Tierra no se dirimirá en cumbres climáticas y paneles del “capitalismo verde”, sino con la lucha y la movilización de la juventud, la clase trabajadora, los pueblos originarios, las comunidades y los científicos comprometidos contra un sistema que todo lo destruye y consume.

Anterior

Los sueñeros del Che

Próxima

¿Quién es Juan Solá?