“La bruja de Hitler”: la monstruosidad del silencio

Si comprender es imposible, conocer
es necesario porque lo sucedido
puede volver a suceder, las conciencias
pueden ser seducidas y obnubiladas
de nuevo; las nuestras también.
Primo Levi
Sobreviviente de Auschwitz

Virna Molina y Ernesto Ardito estrenan su nuevo material cinematográfico el 1 de junio en el Cine Gaumont y otras salas del país. La bruja de Hitler tuvo su estreno mundial en el Festival de Calcuta donde obtuvo el Tigre de Oro a la Mejor Dirección y su estreno europeo en el Festival de Málaga, donde generó un gran impacto. Centrado en la vida cotidiana de la colonia de nazis que llegaron sin demasiado ruido a Argentina, el filme, con un reparto interpretativo formidable, tiene la virtud de evidenciar toda la basura ideológica del autoritarismo sin apenas recurrir a la violencia explícita y al recuento de cadáveres, dijo Ernesto en una entrevista.

Por Mariela Gurevich

Los discursos de odio han justificado la violencia de grupos de poder sobre distintas minorías. La historia de la humanidad está plagada de ejemplos de crímenes atroces cometidos a través de la imposición de voces perversas que intentaron aniquilar a los otros por no pensar, sentir o verse como ellos. A pesar de tener historias horribles para contar en relación al accionar del odio, lo más terrible es que sigue sucediendo. Hoy, en nuestro país y en el mundo, vemos el avance de grupos que promueven e incitan lo que con la experiencia de la segunda guerra mundial parecía acabado. La organización, incluso a través de partidos políticos que ganan elecciones, de estas formas de la violencia reaparece nuevamente para hacernos entender que nunca se termina.

 
De esto nos habla La bruja de Hitler, una película de Virna Molina y Ernesto Ardito que se estrena el 1 de junio y que fue presentada en el Festival de Calcuta, donde ganó el premio a Mejor Dirección. El film habla tanto del pasado como del presente, de los monstruos que habitan entre nosotros y dentro de nosotros mismos.  Ambos directores provienen del campo del documental y esta es su segunda película de ficción en la que se ocuparon de la realización integral. Según Ardito, el film cuenta desde la estética la narración misma, se presenta como una fábula que permite cuestionar lo que sigue pasando aún hoy en el mundo: el avance de los discursos de odio. Por eso, ambos directores comentan que uno de los autores que más los inspiraron fue Primo Levi, quien sostiene que la humanidad sigue siendo la misma y el nazismo puede volver a aparecer de diferentes formas, con diferentes máscaras, pero siempre acecha para resurgir a través de la actitud cotidiana de las personas. Para Ardito, el silencio también es una forma de la monstruosidad, el silencio cómplice, el silencio de la perversión. 


La película nos muestra a una familia de origen alemán que recibe a otra recién llegada a la Patagonia argentina durante la década del sesenta. En la bienvenida, los protocolos europeos están a la orden del día. Todo es seriedad y cordialidad. Pero los días se van sucediendo y detrás de esos semblantes adustos se van percibiendo las crueldades de los sujetos: incesto, perversión, muerte, persecución, violación. Esto va emergiendo en la intimidad agreste y densa que se construye poco a poco en el film. Y los sonidos que se contraponen con los silencios son clave para lograr esta atmósfera que va creciendo y nos asfixia. El canto de los pájaros, el movimiento de las hojas, las pisadas de las botas en la tierra húmeda se mezclan con los gritos, los gemidos y el llanto. 
Uno de los personajes, Frida, hija de una alemana vinculada a los horrores de los campos de concentración, intenta salirse de esa herencia de perversión que la condena, salirse también de las normas estipuladas de lo que está bien o mal, de lo que es aceptado socialmente y de lo que no. Así se involucra en una relación amorosa con otra mujer y este vínculo estará signado por las marcas de la clandestinidad. 

El film abre temáticas porque, como comentaron los directores en otra entrevista dada a Sudestada, “la idea era hablar sobre la esencia del nazismo. No hablar de una película de nazis, sino ir a las entrañas de esa oscuridad del alma humana”. De esta manera, el film también encuentra lugar para tratar sobre la persecución a los pueblos originarios y otras prácticas como el chineo, donde los sectores blancos y de poder usan y desechan a su antojo los cuerpos de jóvenes mujeres. El cuerpo termina siendo el lugar donde se origina la perversión y el lugar donde se reciben los mayores horrores. Pero de alguna manera, la juventud, los herederos, los que observan y viven el accionar de los adultos pareciera que pueden torcer esas formas de la violencia o por lo menos desvelarlas. Quizás, pensando en que hoy en día los discursos de odio se manifiestan y se reproducen enérgicamente entre la juventud, el film nos viene a mostrar también que la mirada de lxs niñxs y lxs adolescentes es crucial para poner en duda y controlar el avance de estos grupos siniestros.

No sólo, como dice Virna Molina, la película apuesta a un juego estético experimental y rompe con simbolismos de belleza impuestos, sino que se termina transformando en una experiencia sensorial donde los colores y las formas se amalgaman con lo auditivo, y nos parece estar inmersos en esa tensión familiar, en un espacio que, si bien es abierto, todo el tiempo nos tensiona, nos quita la respiración, se hace cada vez más pequeño, más secreto, más oscuro. 
La bruja de Hitler, en definitiva, nos interpela, nos muestra un poco de nosotros mismos y de los que nos rodean, nos pone alerta para que lo que siempre acecha no pueda saltar y destruirnos de nuevo. 

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