La construcción de la “Mala madre”

Cualquier madre que haya presentado una denuncia por violencia contra ella o contra sus hijos conoce una verdad: el aparato judicial es frío con las víctimas y su primer reacción es negar y descreer. El siguiente paso, es forzar revinculaciones con padre violentos o abusadores, sin tomar en cuenta el daño generado o el deseo de los más pequeños y pequeñas. El “síndrome de Alienación Parental” es la excusa que asumen para justificar su línea machista estructural. En un par de casos registrados en esta crónica, queda al desnudo la verdad de un sistema incapaz de otorgar una respuesta a una situación límite y que, en cambio, procede a estigmatizar a la madre y negar su testimonio.

Por: Agustina Lanza

Brillante como el Sol”. Ese significado tiene el nombre que Valeria eligió para su bebé cuando se enteró de que estaba embarazada. Un nombre al que también se lo asocia con un Dios de la mitología romana. Fue el mismo que ella repitió desesperada durante tres meses cuando la justicia le prohibió ver a su hijo, que en ese momento tenía 5 años, para revincularlo forzosamente con su ex pareja y papá del niño.

Valeria convivió dos años con Javier Otranto. Él viajaba seguido por su profesión de mecánico de barcos y, cada vez que se iba de la casa, la controlaba para que no saliera sola. Poco a poco empezó a ejercer violencia verbal, psicológica y económica. En octubre de 2012 ella hizo la primer denuncia de las más de 40 que haría por violencia de género. Fue en la Comisaría de la Mujer de San Justo, la única cerca de la zona donde vivían. Javier le había dado una golpiza. Los meses siguientes solo quiso alejarse de él, intentó separarse y buscó un lugar seguro con el hijo de ambos. “Nunca quiso sentarse a hablar. Era drástico. Repetía una y otra vez que, si no volvía con él, me iba a matar”, contó Valeria a Sudestada.

Habla bajito porque está en una sala de espera. En el mientras tanto, J. de 9 años, conversa con la psicóloga; la que ve cada semana. Dice que la necesita a causa de una serie de recuerdos traumáticos que le costará olvidar. En esos recuerdos está su papá irrumpiendo en la casa con la propia policía (incluso pese a una restricción perimetral), la frase: “señora, tómese un café con el hombre y chárlelo” con la que insistían los oficiales, el botón antipánico y los golpes que Javier les daba a él y a su mamá, algunas veces tan hostiles que los dejaba a ambos en la guardia del hospital. Valeria dice que a ella también le quedaron secuelas. Porque la violencia no sólo la ejerció Javier, sino la justicia cuando la separó tres meses del niño.

En primera instancia el caso cayó en el Juzgado de Familia N°4, a cargo del juez Juan Manuel Delfino. Pero Valeria lo recusó junto con su abogado, Fabio Sánchez, después de la indiferencia que mostró el magistrado cuando Javier le pegó en medio de una reunión, en su despacho. A Delfino ya le habían llegado rumores de los arranques de violencia que el hombre tenía en los pasillos del juzgado. Pero ni siquiera le alcanzó con verlo con sus propios ojos.

Semanas después, Valeria tampoco tuvo suerte con María Petrona Martínez, la jueza del Juzgado de Familia N°5 que reemplazó a Delfino, cuando se fue de la causa con una denuncia en el control disciplinario. A la falta de perspectiva de género se sumó un “dilema” personal de Martínez que Valeria nunca supo entender. “Ambos jueces eran íntimos y ella me dijo que nunca me iba a perdonar la denuncia que le había hecho a su amigo, que yo iba a tener que hacerle caso a todo lo que me dijera”, contó.

En diálogo con Sudestada, Virginia Berlinerblau, psiquiatra infanto-juvenil y perito del Cuerpo Médico Forense, advierte que, más allá de la falta de capacitación en género, existe un problema interdisciplinario en la justicia: “En este tipo de casos es notable que la formación de abogadas y abogados no está orientada a lo que le ocurre a los niños, niñas y adolescentes. Los jueces, en cambio, deberían actuar en base al trabajo de los profesionales que están especializados en otras disciplinas. Escuchar, saber entender que no hay un patrón, que cada menor tiene su reacción particular frente a los hechos y, sobre todo, no prejuzgar. Las opiniones previas impiden ver lo que ocurre y tomar ese camino puede traducirse en un castigo. Una cosa es la verdad del expediente y otra muy distinta es la verdad del caso”.

Es por eso que los sentimientos del hijo de Valeria no fueron escuchados y ella sintió que la trataban como si estuviese loca cada vez que intentaba exponer la violencia de Javier. La relación con la justicia empeoró y en abril de 2015 la jueza insistió con que J. debía tener un vínculo con su abuela paterna. El 3 de mayo la señora tocó el timbre con un regalo en la mano, pero su nieto no la quiso en casa. Una semana después, un patrullero estacionó en la puerta del jardín de infantes y un oficial bajó decidido a llevarse al niño por la fuerza, como si fuese un paquete: la magistrada había amenazado a las autoridades escolares si no lo entregaban.

“Nadie me notificó y estuve varias horas sin saber dónde estaba mi hijo. El nene se descompensó de los nervios, llamaron a una ambulancia y lo tuvieron que sedar. Estuvo internado varias horas en el Hospital Italiano de San Justo”, recordó Valeria. Recién a las once de la noche logró descubrir el traslado. Entró, pidió por su hijo y él escuchó su voz. “¡Auxilio, mami!”, le gritó el niño. Pero la jueza no la dejó verlo: “Hay videos filmados por las cámaras del hospital que captaron el momento justo en el que Martínez me pega una patada para evitar que atraviese la puerta”.

Hubo un cambio de cuidados. J. tendría que acostumbrarse sí o sí a la figura de la abuela paterna. Pero su mamá insistió con que se trataba de una estrategia para revincularlo con Javier. La restricción perimetral la alcanzó a ella y a su familia; al padre del niño también, pero a las pocas semanas la justicia le levantó la medida. “Sentía que me moría sin él. Dormía abrazada a su almohada para que me hiciera menos falta”, dijo Valeria y con esa frase resumió los meses que estuvo incomunicada y separada de su hijo.

Sólo le permitieron llamarlo para su cumpleaños, el 12 de julio. Lo primero que le dijo J. fue: “Mami, ¿cuándo me venís a buscar?”. Entonces Valeria supo que no podía resignarse. Hizo ruido. Contó su caso a los medios. Recibió los apoyos de la intendenta de La Matanza, Verónica Magario, de la organización Mujeres de la Matria Latinoamericana (MuMaLá) y de Norita Cortiñas, de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. Insistió para que la misma justicia revisara el comportamiento de la jueza y logró que quedara en evidencia “la enemistad manifiesta” contra ella, lo que significó que la apartaran. En agosto, ya con un nuevo juez a cargo de la causa, pudo ver a su hijo dos veces. Y a fin de mes, J. volvió a su casa.

Por su parte, Javier Otranto no tiene permitido el contacto. Valeria mira la pantalla de su teléfono y cada tanto mira a la puerta. J. pronto saldrá de la terapia. “Recién está narrando lo que vivió. Tiene pesadillas y duerme en estado de alerta”, dice. En ese tiempo que pasó con el niño, Javier aprovechó para insultarlo, despertarlo a cachetazos y amenazarlo de muerte. Hasta le llegó a meter la cabeza adentro del inodoro. A los pocos meses de vida lo revoleó y su tía lo atajó en el aire, y a los tres años le sacó un hombro de lugar en un local de Mc Donalds, en una visita frente a los abogados. Pero la violencia incontenible empezó cuando ni siquiera había nacido: le pegó una piña en la panza a su mamá, que aceleró el parto. Valeria vuelve a insistir con que a su hijo le va a costar salir adelante: “Me lo dijo su psicóloga, le hicieron un gran daño”. Pero ya no pueden arrebartarle estar juntos.

Las “mentiras”
Lo llamativo es que el caso narrado no es algo que suceda de vez en cuando. Como este hay cientos de madres que ven al aparato judicial mostrar frialdad y descreimiento frente a la violencia. Los jueces y juezas poseen una muy buena excusa para dar fin a las discusiones, una figura que estaba escrita en el expediente de Valeria y su hijo por la misma María Petrona Martínez: el Síndrome de Alienación Parental (SAP).

Allá por el 1992, el psiquiatra estadounidense Richard Gardner inventó el término que, a grandes rasgos, señala que los niños, niñas y adolescentes se convierten en grandes “fabuladores” cuando hablan mal de sus padres y eso tiene una justificación: las mismas madres son las que les “llenan la cabeza” en su “despecho”, en su “odio” al género masculino, en su “deseo de venganza” después de una separación. Para Gardner esa mala influencia se convierte en un desorden psicopatológico que desemboca en un señalamiento falso al progenitor.

Este síndrome, a pesar de que no tiene apoyatura científica, sigue siendo validado por la justicia argentina. Incluso, y peor aún, en los casos en los que emerge el abuso sexual en la infancia y obligan a esos niños, niñas y adolescentes a vincularse con su propio victimario. “La pedofilia es una práctica generalizada y aceptada entre literalmente billones de personas. El niño tiene que ser ayudado a apreciar que en nuestra sociedad tenemos una actitud exageradamente punitiva y moralista sobre los encuentros sexuales con un adulto”, había escrito Gardner sobre en el texto “True and false accusations of Child Sex Abuse”.

Una investigación de las organizaciones Hamartia y La Simón Bolívar en 2016, basada en 40 expedientes judiciales de causas por abuso sexual en la infancia de la Ciudad de Buenos Aires aseguró que el SAP estaba presente en más de las tres cuartas partes de los casos. Y hay otro dato sobresaliente: el 95 por ciento de los pedófilos fueron absueltos o sobreseídos.

Valeria no sólo recusó a Martínez, sino que también inició el Jury de Enjuiciamiento. Pero la magistrada se adelantó a la movida, pidió licencia y a las pocas semanas se jubiló. “Con el mayor daño hecho se fue. Muchas mamás le rogaban para que no entregara a sus hijos e hijas a los padres que lxs abusaban. Pero firmaba las revinculaciones de todos modos”, afirmó Valeria, que el camino conoció a otras mujeres que pasaron por lo mismo que ella.

Pero, ¿qué importancia tiene la voz de un niñx o adolescente para la justicia? En el libro Incesto Paterno/Filial de la psicóloga feminista Eva Giberti queda explicitado que el o la menor “no aparece como sujeto que produce lástima dada su condición de víctima, lo que facilita que quienes escuchen su relato puedan hacerlo desde una escucha fenoménica; es decir, resistencial, que los conduzca a pensar: ‘No habrá sido para tanto’, sentimiento que pone a la vista la existencia de una coraza de sobreadaptación a los hechos al margen de la ley”.

En otras palabras, deciden no ponerles atención a su relato. Al ejecutar las revinculaciones forzosas olvidan la Ley 26.061 de Protección integral de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes que deja en claro, en el artículo 9, que “tienen derecho a no ser sometidos a ninguna forma de explotación económica, torturas, abusos o negligencias, explotación sexual, secuestros o tráfico para cualquier fin o en cualquier forma o condición cruel o degradante”. Tampoco respetan la Convención Internacional por los Derechos del Niño, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1989, que lxs respalda.

El perfil de una “mala madre”
Ya era de noche. El feriado del 1º de mayo de 2017, Natalia acostó a su hija de 3 años y buscó hacerla dormir. Entonces la niña, con su inocencia, le contó un secreto sin conocer la gravedad: dijo que las veces que iba a la casa de su papá, mientras ella estaba en el trabajo, él la abusaba. Lo primero que se le ocurrió a Natalia fue llamar a una de sus amigas, especialista en psicología infantil. Al día siguiente la llevó al pediatra, que validó el relato. Y un mes después la niña diría lo mismo en la instancia de cámara gesell para confirmarse, una vez más, en los escritos.

Natalia milita en el Frente Popular Dario Santillán. Es por eso, dice a Sudestada, que en la Oficina de Violencia Doméstica (OVD) pusieron atención a su caso a diferencia de los de otras mujeres pobres que esperaban con ella para hacer sus denuncias: “Mientras aguardaba que me llamaran para dar declaración terminé de entender cómo funciona este sistema perverso. Sólo te dan bola si te ven que estás bien plantada. Vi cómo a otras las convencían de irse a su casa sin haber hecho el trámite. Ese día estaba totalmente sola y me parecía raro el proceso, me encontré ahí sin saber cómo había llegado”.

A las semanas Natalia consiguió una restricción perimetral por tres meses y un botón antipánico. “Nos hicieron pericias psicológicas a mi y al progenitor de mi hija. En las de él hubo rasgos llamativos: arrojó que era un tipo que controlaba impulsos, que no tenía capacidad de autocrítica y que era egoísta”, contó. El acusado negó el abuso frente al fiscal al momento de la indagatoria, en octubre de 2017, y meses después el juez Guillermo Carvajal, a cargo de Juzgado Nacional en lo Criminal de Instrucción N° 3, ordenó el sobreseimiento. Es decir: suspendió el proceso judicial por falta de pruebas u otro motivo.

En 2016, Unicef creó una guía para tomar acciones y proteger los derechos de los niños, niñas y adolescentes. El informe señala que hay un mito: los abusadores no son “personas aisladas socialmente que tienen un perfil de personalidad específico y algún tipo de enfermedad mental o perversión”. Todo lo contrario. Cualquier persona puede serlo sin distinción de género, edad u orientación sexual, esté o no dentro del propio entorno. “Circulan en la sociedad y pasan desapercibidos porque su conducta social (lo que se ve) no muestra su conducta sexual (aquello que no se ve)”, indica el texto.

Tanto en la historia de Valeria como en la de Natalia hay pruebas concretas de la violencia y el abuso. Sin embargo las palabras de sus hijxs fueron desoídas; se solaparon con la figura que pesó sobre ellas, la de la “mala madre”: aquella que no soporta más el maltrato, la que puede sola, se enfrenta y pone el cuerpo. “Es la misma lógica con la que se maneja la sociedad: la culpa siempre la tiene la mujer, incluso si ella resultara dañada”, dice Natalia. Entonces a las víctimas se les quita la calidad de tales.

La psiquiatra Virginia Berlinerblau piensa parecido: “El argumento se basa en que las madres quedan ‘desequilibradas’ por la violencia doméstica. A su vez se les exige más por ser mujeres. Es una trampa. Si no denuncian son encubridoras y si lo hacen son falsas. En otro plano la mujer puede ser vista también como una ‘denunciadora serial’. Lo cual es exagerado. Muchas de ellas no pueden costear los procesos judiciales, ni siquiera acceder a una representación legal. El no tener un buen ingreso es un obstáculo porque trabajar con menores requiere recursos”. A su vez, Berlinerblau insiste con que quienes están menos empoderados son los niños, niñas y adolescentes: “El trauma se potencia cuando a pesar de superar barreras tales como el miedo de ‘no me van a creer’ se ignora o minimiza el relato”.

En manada
El jueves 15 de marzo Natalia fue a Tribunales acompañada de la agrupación de mujeres Mundanas. Gracias a la adhesión de varias organizaciones sociales y feministas a su causa y a la presión social la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional revocó el fallo; volvió a abrir la causa para seguir con la investigación.

“Es una decisión política acompañar casos como este. Es aquí y es ahora porque el Estado no está. Somos militantes y feministas porque luchamos para que el sistema sea otro. No nos enfrentamos a un ‘loco suelto’ sino a un sistema patriarcal”, le dice a Sudestada Yamila Corin, presidenta de Mundanas. Desde ese espacio mapean fiscalías y juzgados donde hacen uso del SAP. A la vez poseen un equipo de psicólogxs y abogadxs especializados en abuso sexual en la infancia y al ser una asociación civil se presentan como amicus curiae (amigos del tribunal) en ese tipo de casos. “A mi hija también la abusó su papá. Ella fue el faro en nuestro camino. Estudié para dar una mano a otras, pero lo que no nos puede faltar es ser sororas”, agrega Yamila.

La mala madre defiende sus hijxs. Nadie espera que patee el tablero, ponga un freno al abuso y no sea una víctima pisoteable. “Hoy puedo decir que, por fin, lo vieron a mi hijo”, había dicho Valeria en aquella sala de espera con los ojos húmedos. De eso se trata su lucha para que las escuchen y para que, de una vez por todas, dejen de ser invisibles a los ojos de los poderosos.

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