La educación rural en pandemia

Las docentes mujeres de la provincia de Buenos Aires son las que le ponen el corazón a la educación. Frente a la falta de recursos económicos y tecnológicos, el Aislamiento Social y Preventivo obligatorio (ASPO) complicó el acceso a clases de los jóvenes del país. ¿Qué sucede en las escuelas rurales?

Por Anabella Roldán

Los medios de comunicación hegemónicos, utilizaron la falta de recursos tecnológicos para recalcar en sus noticias el “esfuerzo” del docente y el alumnx. El portal de TN publicó una nota llamada “Super Joaquina”, la nena que se sube a un molino para tener internet y hacer la tarea, como si fuera una hazaña. Así mismo, Radio Mitre título Un maestro recorre kilómetros en un triciclo para dar clases a los alumnos que no tienen acceso a internet, naturalizando situaciones de pobreza como La Nación que escribió Un joven no tenía internet y rindió examen desde la parada de un colectivo.

Estos titulares que aparecen en los medios más consumidos del país, no deben ser visto como un sacrificio que tienen que hacer lxs jóvenes y maestrxs rurales, sino como la desigualdad social y económica en la que se encuentran.

La Ley 26.206 de Educación Nacional sancionada en 2006 establece “la importancia de que la escuela rural alcance niveles de calidad equivalentes a su par urbana”. Sin embargo, la realidad nos demuestra el incumplimiento de la misma.

La CEPAL explica que “existe un grupo considerable de estudiantes que están completamente excluidos, en especial en los países con menos recursos”. Esta desigualdad atenta contra las oportunidades educativas por la vía digital y aumenta las brechas en materia de acceso a la información y el conocimiento. Es decir, que “dificulta la socialización y la inclusión en general”

Historias de vida

Es un domingo soleado, Francisca agarra su bicicleta y se asegura que las ruedas estén en perfecto estado para comenzar la travesía. Toma un camino de tierra angosto y comienza a pedalear con la vista firme en el paisaje de campo. Tiene el viento en contra pero eso no es impedimento para seguir. La polvareda la despeina un poco cuando las camionetas 4×4 le pasan por el costado mientras la saludan. Media hora después por fin llega, se baja de su medio de transporte y se dirige a un pequeño edificio. Entra y toma una máquina de cortar pasto, para dejar el jardín de la Escuela Número 25 Joaquín V González en perfecto estado. 

Francisca Cocirio fue maestra en la ciudad de Rauch, provincia de Buenos Aires. Comenzó a dar clases en 1980 y recorrió escuelas rurales en tren y “a dedo”. “Los chicos en el campo llevaban lo justo y necesario. No les compraban libros, nosotros teníamos que pensar cómo íbamos a hacer para tener todas las cosas y ayudarlos. Los recursos económicos eran muy escasos y los educativos también”, explica la ex docente.

Entre 2006 y 2010, la coordinación del Mapa Educativo Nacional informó el relevamiento de 15.596 escuelas rurales de gestión estatal en Argentina. Así mismo, la periodista Lorena Peverengo aseguró en El explorador de los chicos, un ciclo de podcast sobre educación, que “en la provincia de Buenos Aires hay alrededor de 3.000 escuelas rurales de todos los niveles, 1.600 son de educación primaria y de esas, más de 800 son de personal único donde el maestro asume todos los cargos, incluso el de la limpieza”.

Un camino de tierra seca

Al costado del Río Chubut asoma un edificio pequeño con ladrillos colorados y sin revoque. Tiene dos ventanas pequeñas y una puerta angosta en la entrada. A la derecha hay un pizarrón verde musgo que lleva unos garabatos escritos con tiza. No hay pasto, ni vereda, apenas una tierra seca y un par de rocas típicas del sur argentino.

Frente a la construcción, una mujer de sonrisa amplia y ojos pequeños se encuentra parada. Tiene el cabello corto y de color azabache. Una polera blanca la protege del frío y por encima, un traje inmaculado. Esta sostiene un cartel negro y en él, hay escrito una indicación: Escuela N°100 Maestro Luis Iglesias, Arroyo “Las Mnas”, Rio Negro.

Laura Núñez nació en Lincoln y trabajó treinta años en escuelas rurales de la provincia de Rio Negro y Buenos Aires. Es delegada bonaerense de la Asociación de Maestros Rurales Argentinos (AMRA). Escribió el libro Jugada maestra, que relata las vivencias del maestro rural a través de historias, paisajes y personas. “El grupo de docentes, la comunidad educativa es la que sostiene en realidad la escuela”, confiesa Laura y agrega: “En toda mi carrera he puesto bastante plata de mi bolsillo, así como ponían otras personas también”.

Ella cuenta que ha tenido que afrontar adversidades como estar algunos meses sin cobrar, sin tener cosas básicas para atender el comedor o el desayuno que les daban a los chicxs, tenían que buscar todas las formas para conseguir la mercadería: “Las autoridades desconocen la vida, el diario, el día a día de la escuela rural”.

AMRA nació en 1979, a través de un grupo de docentes en Ezeiza. Maestros y profesores rurales se encuentran todos los años para hacer charlas, jornadas, capacitaciones y hablar con especialistas. “La escuela rural, merece ser considerada y consultada porque incluye y enseña, asumiendo el gran desafío de las adversidades”, declara la escritora.

Las desigualdades de la educación en pandemia

La campana suena y anuncia que ya es hora de jugar. Niñxs, de primero a sexto, salen corriendo al patio con una pelota gastada. Mientras tanto, Pascuala se queda adentro del salón con un ojo en los chicos y otro en la limpieza. Mira el reloj haciendo cálculos: tiene media hora para preparar la leche y dejar el piso reluciente. 

A las ocho de la mañana, ya fue por la galleta de campo para los padres de los alumnos, compró sus medicamentos en la farmacia de la ciudad, pasó por la panadería y por el almacén que tiene mate cocido para los chicxs. 

Pascuala Cocirio Veloz empezó a dar clases en el año 2000 en escuelas rurales del centro-este de la provincia de Buenos Aires. “En la escuela rural no teníamos luz eléctrica, usábamos pantallas solares que se abastecen con unas baterías por medio de la energía solar”, narra la maestra recordando los inconvenientes por los que tuvo que pasar.

La tarea de Pascuala se vio afectada por el virus mundial COVID-19: “La pandemia fue un desafío porque los alumnos que concurren a la escuela son de bajos recursos económicos y no todos tienen conexión a internet, hay un solo celular en la casa que es de la mamá con cuatro hijos. Imagínate, un solo celular para cinco personas con tareas”.

La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y la La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) realizaron un informe este año y dijeron que los países de América Latina y el Caribe están desigualmente preparados para enfrentar esta crisis. “Cuando quería hacer una videollamada me decían ‘espere que voy a cargar crédito seño'”, relata.

El encuentro

Es septiembre de 2019 y un grupo de niños se sienta en el patio de una escuela. Sin sillas, ni mesas, eligen de la libertad del pasto mientras degustan un picnic primaveral. Sobre sus cabezas, llevan coronas de papel con los colores de la Whipala, parecida a aquellas que usaban los caciques de nuestra América Latina. A su alrededor, mujeres con delantales les sonríen sin saber que un año después la pandemia los pondría a prueba.

Marcela Cousté es directora de la Escuela N°22 Esteban Echeverría, paraje “La Andorra” del partido de Rauch y trabaja allí desde hace dos años. Cousté dice, ante esta nueva dificultad: “Tratamos de hacer llamadas por teléfonos, nosotros cada 15 días nos encontramos, repartimos las tareas y bolsones de comida”. La delegada provincial de AMRA explica: “Ha quedado todo en evidencia, sabemos que los niños rurales no tienen los medios como para conectarse con un docente”.

Una mujer de cabello claro se baja de un auto. Viste un barbijo que le cubre la boca y apenas se le ven los ojos color miel. Tiene un guardapolvo de blancura envidiable y en la mano derecha lleva una montaña de cuadernillos. Aplaude frente a la puerta de una casa y espera. El edificio tiene una habitación con cocina-comedor y está dividido por una cortina que simula ser una puerta. Del otro lado, hay camas pequeñas y apenas un rincón que acumula tareas. Unos minutos después, le dan la bienvenida y ella hace entrega de los cuadernos a un niño que sonríe, porque sabe que alguien se acordó de él. 

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