La misoginia literaria y las restricciones de las mujeres para escribir y publicar


Por Esther Pineda G.

En las diferentes etapas del proceso histórico social, la literatura ha sido entendida exclusivamente como “cosa de hombres”, por eso, como he señalado en “Transgresoras. Un recorrido por la poética feminista latinoamericana” publicado en el año 2019, a través de diversos discursos y narrativas religiosas, filosóficas y científicas se intentó atacar e impedir la participación de la mujer en la producción, distribución y consumo de la literatura.

De este modo, para mantener el monopolio masculino de la literatura, las mujeres a lo largo de la historia han experimentado prohibiciones y restricciones para escribir y publicar; para hacerlo algunas tuvieron que ceder sus textos a hombres quienes se llevaron el reconocimiento por sus escritos, mientras que otras tuvieron que escribir con seudónimos de hombres para que sus manuscritos pudieran ser evaluados y publicados, por ejemplo: Cecilia Böhl (publicó bajo el pseudónimo de Fernán Caballero), Jane Austen (Mrs. Asthon Dennis y anónimo), Aurore Dupin (George Sand), las hermanas Charlotte, Anne y Emily Brontë (publicaron con los pseudónimos masculinos Currer, Ellis y Acton Bell), Mary Anne Evans (George Eliot), Matilde Cherner (Rafael Luna), María de la O Lejárraga (publicó sus obras bajo el nombre de su esposo Gregorio Martínez Sierra), entre otras. Además, la mayoría de ellas cuando lograron ser publicadas bajo su autoría, se enfrentaron a la crítica y el rechazo de la comunidad literaria.

Marguerite Duras / escritora

Así mismo, como bien señala Olwen Huftonen en su ensayo Mujeres, trabajo y familia, incluso a finales del siglo XVIII, cuando ya Fanny Burney, Madame De Staël y Jane Austen, estaban transformando los patrones de la literatura femenina, la cantidad de mujeres cultas que conseguían ganarse la vida con sus escritos podía contarse con los dedos. Penosa realidad que no logró cambiarse pues, como expone Marcelle Marini en el texto El lugar de las mujeres en la producción cultural. El ejemplo de Francia, a comienzos del siglo XX la literatura seguía siendo el único oficio que se ofrecía a las mujeres pobres y no casadas que habían recibido un poco de educación.

Las mujeres que desobedecieron el mandato de la feminidad fueron condenadas a la soledad y el oprobio literario, sus irreverencias e imprudencias no han sido celebradas como en el caso de sus contrapartes masculinas, sus excesos no son exaltados como estrategias que las llevaron a escribir sus obras maestras, y menos aún, sus actitudes han sido imitadas por escritores emergentes. Un ejemplo de ello son las escritoras que sufrieron alcoholismo como Dorothy Parker, Elizabeth Bishop, Marguerite Duras, Anne Sexton, Maya Angelou, Lucia Berlin, Carson McCullers, Shirley Jackson y Jane Bowles, quienes como ha evidenciado Begoña Gómez Urzaiz en el artículo No hay glamour para una escritora borracha, pasaron a la historia de la literatura con vergüenza y sin leyenda.

En la década de los 60 “La generación beat” hizo ruptura con los valores tradicionales de la sociedad norteamericana y se consolidó como la principal influencia de la contracultura y el movimiento hippie; pero los hombres de este movimiento monopolizaron el éxito y el reconocimiento que más tarde les fue otorgado en la comunidad literaria. La escritora y traductora Annalisa Marí Pegrum en el libro Beat attitude: antología de mujeres poetas de la generación beat, afirma que efectivamente hubo mujeres que también escribieron y formaron parte de esta generación, y que “no se limitaron a ser meras amigas, amantes, esposas o musas; eran mujeres que estaban en el mismo momento y en los mismos círculos de amigos, pero que no tuvieron la misma visibilidad que los hombres y que lo tuvieron mucho más difícil a la hora de ser publicadas o de participar públicamente en los recitales”.

Estas poetas y literatas emitieron juicios sobre el amor libre, el lesbianismo, las adicciones, el feminismo, al mismo tiempo que realizaron fuertes críticas políticas y sociales a su época, hechos que tuvieron consecuencias: sus libros fueron confiscados de las librerías, algunas de ellas acosadas constantemente por la policía, se enfrentaron a cargos de obscenidad por sus obras e incluso llegaron a ser encarceladas.

Susan Sontag / Escritora

Algunas autoras fueron expulsadas de sus hogares y en oportunidades patologizadas, así lo afirmó Gregory Corso en una entrevista: “Hubo mujeres, estaban allí, yo las conocí, sus familias las encerraron en manicomios, se las sometía a tratamiento por electroshock”. Por su parte, otras fueron llevadas a la locura y el suicidio por la férrea sanción en una sociedad machista que se negaba a reconocer la influencia y libertad de ideas en las mujeres; uno de los casos más dramáticos fue el de Elise Cowen -quien según Annalisa Marí- cuando se suicidó, su familia intentó quemar todos sus escritos para que no quedara ninguna prueba sobre su vida y lo que ellos consideraban escritos inmorales.

Durante siglos las mujeres también se enfrentaron a la prohibición de escribir por parte de sus padres, esposos y compañeros. Uno de los casos documentados por Patricia Rosas Lopátegui en el libro Cristales de tiempo, es el de la escritora mexicana Elena Garro. En este documento la autora visibiliza que el también poeta Octavio Paz durante años le prohibió escribir a su esposa Elena Garro, y cita una entrevista hecha a Helena Paz Garro -hija de ambos- en la que le consultó: “-¿Es verdad que tu padre le prohibió a tu mamá escribir poesía? Me respondió sin titubeos. -Mi papá le prohibía escribir todo. No solo poesía, todo, no la dejaba expresarse. Recuerdo que un día yo lo fui a ver y le dije que la dejara expresarse. Y él me preguntó: ʺ¿Crees que así se le quite la locura?ʺ. Yo le repliqué: ʺLa locura no, porque mi mamá no está loca, lo que se le va a quitar es la depresiónʺ”.

En este mismo libro Patricia Rosas Lopátegui afirma que “También en esta ocasión me comentó: ʺMi mamá se ponía escribir y mi papá se ponía a llorar: Ay, Helencitos -porque así le decía- tú tienes más talento que yo. ¡Quémalo, por favor!ʺ. Helena Paz ya me había expresado lo anterior en aquella entrevista que sostuve con madre e hija en el verano de 1997, cuando Elena Garro manifestó: ʺNo podía escribir porque a Octavio no le gustaba que escribiera. (…) Y escribía y lo quemabaʺ”.

Finalmente en este contexto, también destacan casos como el de la reconocida escritora Susan Sontag quien -según señalan algunas biografías como la escrita por Daniel Schreiber y más tarde la escrita por Benjamin Moser-, para poder mantener la custodia de su hijo, entre los acuerdos de divorcio con el sociólogo Philip Rieff se vio obligada a renunciar a la co-autoría del libro Freud: The Mind of The Moralist (considerada una de las obras más importantes de su ex esposo).

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