La rebelión de los carpinchos / Juan Solá

Querido Sur,
Una de las cosas más ridículas con las que me encontré estos días fue la página de los vecinos de Nordelta, que cuenta un poco la historia del barrio, exaltando las figuras de Julián Astolfoni y Eduardo Constantini, bichos de jet-set, en partes iguales aristócratas y ecocidas, ideólogos de esta planificación urbanística caprichosa que ofrece falsamente una vida integrada a la naturaleza cuando en realidad se trata de su condena a muerte, un destino de concreto que al mismo tiempo protege y aísla a las coquetas familias de la ciudadela náutica.
El orgullo con el que se exalta la intención de Astolfoni de reproducir las Villes Neuvelles parisinas no esconde otra cosa que una tradición de explotación colonialista alienada y hostil, ajena al territorio, reproductora de la lógica europea de conquista y apropiación. Si bien el objetivo principal del plan francés fue evitar las concentraciones urbanas, en nuestro caso hace falta tener en cuenta que esto fue posible gracias al terreno ganado al humedal, hábitat natural de un centenar de especies autóctonas que hoy se encuentran amenazadas por estos emprendimientos. Si para evitar la concentración urbana hace falta deshacerse de nuestros espejos de agua, algo estamos haciendo mal.
Las imágenes que nos llegan desde los medios de comunicación no muestran nada inesperado: una gran comunidad de carpinchos a las anchas en su hábitat. Sin embargo, quienes retorcidamente defienden el derecho humano a apropiarse del paisaje, entienden esta imagen como una invasión, como si se tratara de la rebelión de un grupo de animales que buscan perturbar el sueño de vecinos y caniches. ¿Y cuál es el sueño? La ilusión de exclusividad. Desprenderse de la vulgaridad citadina en pos de una vida rodeada de naturaleza es loable sólo si la naturaleza no debe pagar el precio de esta arquitectura clasista, una cicatriz blanca sobre la faz potámica del mundo.
La rebelión de los carpinchos podrá ser el cuento que Horacio Quiroga jamás escribió, nunca esta burda intención mediática de justificar el inminente ataque humano a esta comunidad de roedores que “destruyen los jardines del barrio”. No sé si es más difícil explicarle a un carpincho que no debe destruir un jardín o hacerle entender a uno de estos seres humanos que los carpinchos no tienen ni la más puta idea de lo que son los jardines. Que el único bicho parquizador es el humano alienado del mundo. La naturaleza es una casa sin jardines. De cualquier forma, la imagen del carpincho embistiendo a un motoclista resulta, cuanto menos, poética, y sé que Quiroga daría buen uso literario a todo este asunto (o volvería a tomarse un trago de cianuro, ya no sé).
Las elecciones se aproximan y la importancia de exigir el tratamiento de asuntos ambientales por parte de lxs candidatxs resulta crucial, no sólo en cuestiones de carpinchos rebeldes, sino también en torno a la cajoneada Ley de Humedales o al peligroso avance de las megafactorías porcinas en territorio nacional, punto cero de la peste y la pandemia.
A veces me siento una tarada soñadora separando el plástico y el vidrio mientras el gobernador de mi provincia, Jorge Capitanich, dispone de los recursos del territorio como si se tratara del patio de su casa. El año pasado, mientras se nos exigía el encierro, podía escucharse en la quietud de la noche los trenes de carga llevándose el monte en pedazos.
Es momento de entender (¡vaya demora!) que el ambientalismo urge como estructura madre de cualquier forma que ose adoptar la política moderna para sobrevivirle al deterioro de la fe en sus gobernantes. La naturaleza nos enrostra la gravedad de nuestra forma de vincularnos con ella y no hacemos otra cosa que ignorarla. A nuestra noción de ser le sobra cemento y le falta monte y humedal, le sobra barrio y le falta ecosistema.
Esa conexión con la naturaleza prometida por magnates que sueñan la Europa Latina nada tiene que ver con robarle al Paraná sus márgenes. Hace falta dejar de ser tan insoportablemente humanos, volcarnos humildemente a la animalidad. Si los carpinchos están en rebelión, quiero ser carpincho.

Buenas noches,
Juan.

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