“Quizá algún día cansado de rodar por el mundo vuelva a instalarme en esta tierra argentina y entonces, si no como morada definitiva, al menos como lugar de tránsito hacia otra concepción del mundo, visitaré nuevamente y habitaré la zona de los lagos cordilleranos”.
Ernesto Che Guevara, Diario de viaje, 1951/52
Por Sebastián Carapezza (Incluido en el libro “Por los caminos del Che. Crónicas de viaje por Latinoamérica” de Editorial Sudestada)
Bariloche, Argentina. Verano de 2010.
Atrás habían quedado los 30 kilómetros que caminamos hasta el refugio Laguitos, partiendo desde Mallín Ahogado, cerca del mítico pueblo rionegrino de El Bolsón. Ahora los cuatro amigos que encaramos este periplo mirábamos para adelante. Nos esperaba otra caminata brava. Sobre todo sin certezas. Con destino incierto. Porque encarábamos nomás para el lago Soberanía, pasando por el lago Montes y de ahí sí llegar al tan nombrado, y a la vez desconocido (al menos para la inmensa población de la zona), Lago Escondido.
Lo concreto es que lo que queríamos hacer nosotros no figuraba en ningún mapa de montaña –ya que esta picada no se encontraba habilitada al menos hasta ahora–: unir Mallín Ahogado con el Foyel a pie y bordeando los lagos anteriormente mencionados, en un recorrido de más de 55 kilómetros de marcha. El acondicionamiento y mejoras en este sendero permiten a la empresa Hidden Lake (propietarios del lugar) justificar que no hace falta abrir un camino público vecinal por sus tierras, ya que este acceso se encuentra “en condiciones”.
Este trayecto de montaña (aunque mucho más largo) es, con el sendero que comienza en la ruta Nacional 40 a la altura del paraje Tacuifí, el único acceso al Lago desde que el magnate financiero Joseph Lewis compró hace una década y media las 14.000 hectáreas que bordean a este espejo de agua. El camino desde Tacuifi, el único vehicular existente, se encuentra bajo propiedad privada, por lo que queda filtrado el acceso público y libre a la voluntad del dueño de estas tierras. Si bien, tras numerosas movilizaciones populares, el fallo del Tribunal Superior de Justicia dictaminó la reparación y apertura en 120 días del camino, a más de tres años de esa sentencia, no se registran novedades.
Se sabe; el lago es de todos, pero si no hay acceso o caminos habilitados… bienvenidos a un lago Escondido.
“No van a llegar con ese calzado”, nos vaticinó Mario desde su camping donde empezamos a transitar el sendero en el Cajón del Azul. Nos habló de pedreros filosos y de lo largo del camino. Pero él no lo había hecho nunca. Lo que más nos sorprendió ese primer día de marcha es que la totalidad de la picada hasta los Laguitos (unas 8 horas de recorrido a muy buen paso) era ancha como para que pase una camioneta 4 x 4 o un fourtrax, y no un clásico sendero de montaña. Esto hacía que el estado de la picada (sendero) fuera malo y uno caminara sobre cañas recién cortadas, con tierra revuelta y sobre un terreno plagado de ramas y troncos caídos. No le encontrábamos sentido a eso, y el deterioro de la vegetación fue una constante a lo largo del camino. Cuando le preguntamos a Mariano, refugiero del Retamal, nos explicó que creía que era que el Polaco (dueño de los Laguitos) tenía que justificar avances en la apertura del sendero ante el juez que ordenó que se abriera un camino vecinal hasta Lago Escondido.
El segundo día de caminata era incierto porque tanto los refugieros del Cajón del Azul como de los Laguitos nos dijeron que no sabían si la picada se encontraba abierta; si te dejaban pasar, te sacaban en lancha o te mandaban de regreso por tus mismos pasos. Eran todas especulaciones las que nos daban, ya que no conocían a nadie que hubiera realizado este recorrido, pero recomendaban no ir y en el mejor de los casos nos despedían con frases como: “ojalá que no los manden de vuelta”, “no sé por dónde pasa la picada”, “no los van a dejar acampar o hacer fuego”; frases que sumadas al agotador trajín del primer día de marcha, hacen titubear a más de uno que se quiera arrimar para esos pagos.
Nos sorprendió su desconocimiento, su desinterés y hasta si se quiere, su funcionalidad con uno de los lugares más exclusivos de la Patagonia. Y no porque quede lejos, sino por sus condiciones de acceso. Así se esconde cualquiera.
Lorena, la refugiera de Laguitos, nos comentó que tiempo atrás a unos chicos los hicieron volver (o no los dejaron pasar, cosa que es lo mismo) y en el Cajón del Azul nos habían asegurado que nos iban a cruzar en lancha de punta a punta del lago, gesto que se puede incluir dentro del catálogo de “sacarte de encima”, pero con altura. Esta misma refugiera nos había regalado una reflexión: “No sé por qué hacen tanto escándalo con que no te dejan pasar por el lago Escondido. En el peor de los casos es un lago más. ¿O me vas a decir que si querés dar la vuelta al lago en el Nahuel Huapí te van a dejar?”.
¿Refugieros de quién?
Ya en Bolsón habíamos ido al Club Andino Piltriquitrón (CAP) a averiguar sobre la picada pero estaba cerrado. “Es que tienen un horario muy raro”, argumentó el muchacho que atiende en turismo en El Bolsón, que de picadas sólo sabía de una que lleva quesos y salamines.
En el Cajón del Azul sobra la buena “vibra”, pero te cobran unos 20 salados pesos por persona por “tirar” la carpa, aunque sea solo para pasar la noche. No importa que seas sueco, turista argentino o que duermas en bolsa de dormir sin carpa. Eso sí, no te cobran el agua para mate. Sin distinciones.
En el refugio Los Laguitos la cosa se pone peor. Si bien el lugar no cuenta ni de cerca con la infraestructura del Cajón del Azul (agua caliente, duchas, un amplio comedor), cobran 25 pesos por persona, por noche. Especie de resort campestre pero en el que vos cargás todas las comodidades que quieras en tu espalda.
Luego de discutir con la refugiera dándole a entender que era un abuso que después de caminar todo el día te digan que no existe ninguna otra posibilidad de acampe, compartimos unos mates con un anarco bolsonero que andaba desde hacía días recorriendo los refugios de la zona y escogiendo los que no tenían aún refugiero, para evitarse estos problemas de dinero. Sabia decisión. Cuando salió el tema de lo destruida que vimos la senda/camino hasta el refugio, nos dio a entender que bajo la excusa de que pueda ser útil ante cualquier accidente, lo seguro es que le va a servir al refugio para traer su mercadería y aumentar el consumo transportando los víveres e insumos en vehículo, y no a caballo como en la actualidad.
También nos contó que en El Bolsón casi todos los refugios son privados y por ende te cobran por acampar en su alrededor, y que además esos lugares son las únicas áreas habilitadas en todo el trayecto. Un debate actual que nunca termina. Por un lado se argumenta el peligro del fuego y la intención de poner controles sobre todo en temporada alta, y por el otro se distingue el ocaso de las áreas libres de acampe y el lucro sin fronteras, sin distinciones de nacionalidad, de temporada o de utilización de servicios.
“Tendría que haber una legislación que regule el uso de las áreas de acampe libre en la montaña y que no queden sólo los lugares privados”, fue la frase que nos quedó de la conversación que tuvimos. Cada uno por dentro, contemplando el fuego, se imaginó en qué medida esto puede o no ser posible.
Lo maravilloso del lugar
Dicen que la felicidad sólo dura unos minutos y puede que tengan razón. Son pocos los momentos en que todo es perfecto. Hasta el mínimo detalle. Ese lapso ocurrió en el lago Soberanía Argentina. Paradójico el nombre si se lo lleva al terreno geopolítico, ya que este lugar es casi la aduana del comienzo de las 14.000 hectáreas que el señor Lewis, bajo la firma de Hidden Lake, compró en 1996. Soberanía Argentina se llama este lugar de frontera entre lo que es de todos y algo que no es tan claro como este espejo de agua tan helado como siempre.
La escena era para poner en un marco: mientras uno se tiraba en esas aguas azules, el otro contemplaba la cascada de enfrente, y el resto reposaba sus huesos tirados al sol sobre esas playas increíbles, mientras ya se olía el reparador almuerzo.
Alerces al costado del lago, aguas transparentes y azules, truchas que saltan delante nuestro, ese aire que solo tiene la Patagonia, ese suelo que no son muchos los que lo han pisado y un sinfín de maravillas más te dicen que estas vivo para contarlo. Carajo.
Las dudas de por dónde seguía la picada (si es que seguía) y en qué estado se encontraba se disiparon de pronto como las escasas nubes que había en el cielo. Nosotros debíamos bordear este lago por el margen sur y allí estaba: nueva, prolija, recién abierta. Incluso nos encontramos con herramientas y con un campamento de quienes estaban abriendo ese sendero. No sabemos si ellos son personal de Viarse (la empresa Vial Rionegrina SE, encargada de las rutas provinciales), Codema (Consejo Provincial de Ecología y Medio Ambiente) o de Hidden Lake. Comentamos que seguramente seríamos los primeros en andar por ese recorrido, por la reciente apertura de la picada. Más tarde lo confirmaríamos: estábamos en el Lago Escondido.
Algo Escondido
La picada bordea todo el lago Soberanía, llega al lago Montes, y hasta la punta del Lago Escondido, donde se encuentra la casa del poblador Muñoz, quien según nos alertaron era el que decidía si podíamos pasar, si nos llevaba en lancha (por pura amabilidad o como una forma elegante de expulsarte, depende de la óptica con la que se lo mire) o nos obligaba a desandar los propios pasos, algo que desde ya teníamos decidido no hacer de ninguna manera.
Después de dos horas de marcha, una casa hermosa de piedras y madera nos recibió. Su construcción resulta muy alejada de la que suelen albergar los días y noches de los paisanos patagónicos. En realidad, parece más un puesto de vigía que una casa permanente. Muñoz no estaba para preguntarle. Tampoco su lancha. Sí llegamos a ver (en esa hora en que aprovechamos para tomarnos unos mates), un pudú pudú encerrado en su huerta que nos miraba como quien mira a alguien de otro planeta.
Nos quedó la duda de si el tal Muñoz era un poblador “desde antes” de que Lewis comprara toda esa zona, o un empleado de este último, que funcionaba como una especie de “campana” de seguridad. O las dos cosas.
Las ventanas de su casa estaban abiertas de par en par. Se ve que el flagelo de la inseguridad por estos lados no se vive tan de cerca…
A una hora y media de marcha de ahí ya no pudimos resistirnos más a las mesas y tocones de madera que había sobre sus playas (la única manera de llegar a ellas es recorriendo este sendero o por lancha, porque el único camino vehicular es propiedad de Lewis) y nos aprestamos a pasar la segunda noche de recorrido. Las truchas saltaban para saludarnos.
Lago Escondido. Lago Encontrado
Sí, existe. Nosotros tocamos sus aguas. Es verdad que es tan hermoso como muchos otros lagos de esta capital lacustre. Pero tiene un gustito especial. Mezcla de la incertidumbre, lo prohibido, llegar a un lugar que no son muchos los patagónicos que tienen la oportunidad de conocer, con el sabor del descubrimiento y con el esfuerzo que cuesta cada cosa. Transcurría el tercer día de marcha.
La pregunta salió durante la caminata. En esos largos minutos en que íbamos conectados con nosotros mismos, sintiendo el cuerpo y haciendo catarsis con las piernas. ¿Qué es lo que más nos molestaba de esta situación? ¿Que hubiera que caminar 55 kilómetros para llegar a un lugar porque te prohíben el acceso? ¿Que todo esto fuera de una sola persona en la misma ciudad que tiene una crisis habitacional declarada y donde no hay tierra para sus propios hijos? ¿Ver la obscenidad de una mansión “al estilo Dallas” pero en Foyel? ¿Que no fuera un lugareño el dueño de todo esto, sino un inglés? ¿Qué era lo que más nos picaba además de los tábanos que ya estaban fastidiosos a esa altura de diciembre?
Hablamos poco y pensamos mucho en esas dos horas que nos llevó divisar la mansión de Lewis desde una roca que sirve como mirador. Allá lejos se veía el techo de esta residencia que sólo conocíamos por fotos de revistas. Sinceramente, jamás pensamos que íbamos a estar tan cerca de “esa casa”. Las bromas al respecto eran repetidas y una constante a lo largo del camino. Que ya nos habían largado los perros, que tal árbol tenía una alarma, que ya se activó el radar y así. Son esas cosas que se dicen como broma, pero a la vez contienen altas dosis de veracidad. O viceversa. Estábamos convencidos de que sólo era cuestión de tiempo que nos encontraran. Porque eso estaba más que claro. Eran ellos, los guardianes, el personal de Hidden Lake, los que nos iban a encontrar.
Sacamos unas fotos a la mansión que se veía cada vez más inmensa. Para dejar un testimonio, por las dudas, ¿no? Uno sugirió cambiarse la remera naranja que llevaba puesta para no hacerles la tarea tan fácil a los francotiradores.
Estando a metros de la residencia, fueron cuatro caballos sin montura, hermosos y esbeltos, lo primero que nos llamó la atención, aunque a decir verdad eran ellos los que estaban más sorprendidos. “Se nota que por aquí no pasa mucha gente”, nos convencimos.
Mi casa es su casa
El primer ser humano que cruzamos a 100 metros de la mansión era un pibe que estaba destapando una canaleta drenante. El segundo era un jardinero. El tercero un “maquinista de máquina de césped”, al igual que el cuarto. Ninguno sabía qué queríamos, de dónde habíamos salido, o si veníamos en son de paz. Pero éramos extraterrestres. Al menos para ellos. Sobre todo con el trajín de tres días de caminata y campamento.
Les preguntamos por el camino a Tacuifí, trecho donde continuaba nuestro recorrido. Se miraron entre ellos. Nadie sabía nada. Nos mandaron a “la oficina”. Había que rodear la casa principal. Una mezcla de emoción con náuseas se revolvía dentro nuestro. Todo impoluto. Una estatua de quién sabe qué cosa sobre esa pradera de un pasto que parece alfombra y dos jabalíes bebés en un corral pulcro fueron las primeras cosas que nos llamaron la atención. Después hubo una docena más que no sé cómo definirlas. No pudimos con nuestro ego. Con la sensación de estar en la escenografía de una novela, de sentirnos dentro de una película, empezamos a sacar fotos de esa escena bizarra para cuando nos volvieran las palabras. Era como estar desencajado en un lugar. Después de tres días de no dormir más que en carpas y refugios, caer a un espacio como ese fue un cimbronazo gigante. La imagen era rara, incómoda. Casi imposible. Pero bien real.
Nos sacamos una foto como un equipo de fútbol, otra con cara de culo, otra “para la revista Caras de Los Coihues” (barrio donde vivimos)… Hasta que una puerta de la mansión se abrió y salió una muchacha con una mirada que tenía una mezcla de curiosidad, indignación y miedo. Con la boca nos preguntó que necesitábamos, pero quedó claro que lo que más le interesaba era saber de dónde carajo habíamos salido. Mientras le contamos, sentíamos que nos escaneaban a los cuatro desde todos lados. Tenía un acento inglés. También nos mandó a la oficina. Hacia allá fuimos. No llegamos.
En el camino alguien desentonaba con esa parsimonia que tenían como denominador común todos los laburantes que allí había. Era un cuatriciclo que venía rapidísimo y hacia nosotros. Traía un handy. Se presentó. Mocho. Aunque no lo aclaró, a la legua se veía que era seguridad de la empresa y si alguien iba a tener que dar explicaciones de qué hacían esos barbudos en el jardín del señor Lewis, ese alguien era él.
Lo primero que preguntó básicamente era de qué planeta veníamos. Lo segundo cómo no nos habíamos cruzado con “nadie”. Esa última palabra sonaba rara dicha en boca de él. “Mierda que caminaron”, fue lo que dijo cuando le mencionamos nuestro punto de partida. Lo tercero y último que nos comunicó (y con mucha cintura) fue que “justo” estaba saliendo un vehículo que nos podía llevar así no caminábamos. Se comunicó por el handy. Milagro. Efectivamente había uno a disposición. Acá sí funcionan las cosas.
En menos de lo que tardamos en llegar a la oficina (unos 200 metros), consiguió una 4×4 para acercarnos a la trafic que prácticamente puso en forma exclusiva para nosotros. “Los acerca hasta donde ustedes quieran”, nos dijo. Nosotros, con patologías de eternos malpensados, guardamos la secreta convicción de que si hubiéramos llegado en cualquier otro horario de cualquier otro día del año también habría sido de exclusividad para nosotros. “Debe ser el único servicio lacustre/terrestre gratuito del mundo que te saca rapidito sea por agua o por tierra. ¡Y con qué rapidez y servicio trabaja!”, ironizamos.
Agotados por más de 55 kilómetros recorridos en tres días, no le pudimos decir que no. Sépanos disculpar. Si no eran casi 20 más hasta Foyel, donde tomábamos el colectivo de vuelta. Mientras nos subíamos a la trafic, Mocho nos daba la mano con una incómoda gratitud. Un apretón de manos con una sonrisa vacía y una frase que nos quedó un rato dando vueltas: “un gusto”, fue lo que se le cayó de los labios. No se lo creyó ni él. “La próxima vez que vengan, avisen así sabemos”, nos dijo. Y aclaró por si hiciera falta: “es por su seguridad”.
PD: Caminar. Esa antigua actividad que ahora llaman trekking. Dicen que ayuda a descargar tensiones. Que también ayuda a la reflexión y a la memoria. Nosotros emprendimos este viaje con ganas de muchas cosas pero, sobre todo, con demasiadas ganas de caminar. Caminar por lugares que no conocíamos. Y vaya si lo hicimos. Eso es lo que hay que tener para llegar hoy a Lago Escondido, por lo menos hasta que se abra el camino vehicular de Tacuifí. Con los pies deshechos, con los ojos llenos de viaje y con la satisfacción de hacerse cargo de los espacios públicos que son de todos escribo estas líneas que pretenden arengar y transmitir que es posible hacer este recorrido, si se está medianamente acostumbrado a caminar estas distancias. Que hay que estar dispuesto a transitar esa cantidad de kilómetros y que para alguien no acostumbrado es más que un limitante. Que eso es lo excluyente.
También queremos decirte que esta picada existe y está bien visible en todo el recorrido, con una mínima orientación en montaña. Que en esta temporada de verano que nos cae encima, a todos aquellos que tienen la mochila en un rincón y no se aguantan más las ganas de salir por la montaña, esta es una muy buena opción que seguramente no conocen. Que hay que seguir presionando para que abran el camino de Tacuifí y se pueda llegar en vehículo, y también hay que utilizar y hacer respetar lo que es de todos, yendo, viviéndolo en primera persona, ocupando espacios, defendiéndolos, poniendo el cuerpo para que lago Escondido se transforme en un lago Encontrado al que siempre volveremos.