Línea 144: Escuchar a les que escuchan

Una de las primeras instancias de contención institucional ante la violencia de género se encuentra detrás del teléfono, en la línea 144 de alcance nacional. Del otro lado de esa línea, el parecer de las mujeres que brindan un servicio tan sensible como actual puede resultar tan esclarecedor como lo son las estadísticas y los datos. 

Por Ástor Ballada

Hace menos de diez años, allá por febrero de 2013 nacía la Línea Telefónica 144. Tiempos plenos de empoderamiento y de suma de derechos civiles, que tuvieron entre sus consecuencias el art. 9 de la Ley 26.485, el cual estableció la concreción de esta línea. A partir de entonces, la 144 funciona ininterrumpidamente las 24 horas del día de todos los días, respondiendo a la obligación del Estado Nacional de garantizar una respuesta integral y articulada sobre una problemática que ya no se podía seguir escondiendo bajo la alfombra del patriarcado.
Si bien el modus operandi ha ido cambiando con los años, la misión de la Línea se mantiene inalterable, ahora bajo la órbita del Ministerio de las Mujeres, Género y Diversidad: brindar información, orientación, asesoramiento y contención gratuita para las mujeres en situación de violencia de todo el país. A ello se abocan día a día un grupo de operadoras y coordinadoras mujeres, en su mayoría profesionales psicólogas, trabajadoras sociales y abogadas, con perspectiva de género y capacitación en violencia contra las mujeres. 

En primera persona 
Estas líneas tienen como objetivo recabar reflexiones sobre lo que pasa en esa “primera trinchera”. Opiniones que merecen ser consideradas en diálogo con el corpus teórico que día a día hace lupa en la problemática. En paralelo, resulta importante abordar la realidad laboral de estas trabajadoras.   
Para ello charlamos con una de las trabajadoras, M, quien como carta de presentación describe: “Nadie conoce más el trabajo que las compañeras que atendemos el teléfono. Cada contacto puede ser una situación urgente, desesperante o una broma. Te puede pasar que te preguntan por un programa como si fuera una mera curiosidad, y de a poco te exponen una situación de violencia que lleva años. O podés hablar diez minutos con alguien y de repente te despide diciéndote una barbaridad. Son charlas que pueden durar cinco, diez minutos o una hora”.

¿Por qué no das tu nombre completo?
Si bien me parece muy bueno que se sepa sobre nuestra labor por los derechos de género y como trabajadoras, el peligro es que algo de lo que digamos puedan sonar a una voz oficial, y nada que ver. Para evitar equívocos y temas de cartel, mejor así.  

¿Cómo se conforma el equipo? ¿cúantas son?
A nivel nacional somos unas 250 personas que hacemos atención descentralizada, todas mujeres cis y una trabajadora trans. Las oficinas están en la calle Paseo Colón y trabajamos en dos turnos, uno para los días de semana y otro para los fines de semana y feriados. Los turnos son de seis horas.  
Cabe aclarar, nos hace saber M, que el trabajo se articula con otras dependencias que atienden exclusivamente sus propias jurisdicciones: Provincia de Buenos Aires, en La Plata, que se creó en noviembre de 2016, y CABA, en julio de 2017, con oficinas en el barrio de Once. 

¿Creés que son suficientes personas ante la demanda que tienen en promedio a nivel nacional? 
Estábamos al límite y se optó por incorporar jurisdicciones, a las cuales se derivan los llamados según el caso. El llamado de una persona puede caer indistintamente en una de las tres jurisdicciones donde funciona actualmente la línea (Nacional, PBA, CABA). También se van sumando programas que tenemos que tener en cuenta a la hora de responder, como el Acompañar o el Potenciar Trabajo del Ministerio de Desarrollo Social. 

¿Con la pandemia cambió en algo el trabajo; cambiaron los tipos de llamadas y las situaciones a atender?
Mientras nos estábamos habituando a trabajar con la APP (n. de la R.: nació el 8 de marzo de 2018), a comienzos 2020 se implementó la atención por WhatsApp (1127716463). Se pensaba que al estar las personas más tiempo juntas en la casa se iba a utilizar el WhatsApp, ya que la denunciante puede evitar ser escuchada por el agresor, cosa que se verificó; pero no ha tenido mucha utilidad, ya que llegan muchas consultas por temas relacionados con el Anses. El Whatsapp a mi entender puede servir más para gente discapacitada, que no puede hablar o darse a entender por el habla, para tener otro contacto con la Línea. Con la voz tenés muchos más elementos, como el tono, la inflexión. Además, en WhatsApp debemos estar muy atentas en darnos cuenta que no es el agresor el que interviene sacándole el celular a la víctima y haciéndose pasar por ella para cambiar el rumbo de la charla. No sabés quién está del otro lado del contacto. 

¿En cuanto a los tipos de llamadas, podrías hacer algún distingo según los horarios?
A la mañana hay más articulación con instituciones como las áreas locales de género, la Comisaria de la Mujer, juzgados y fiscalías. En los horarios nocturnos o en la madrugada tenés otros tipos de llamadas, donde es más probable la coordinación con el 911. En esos casos se trata de contener a la mujer y se le pide la ubicación para que vaya el móvil policial. 
Otra duda que surge es la adecuación a las distintas idiosincrasias y particularidades de todo el país. Sí eso puede limitar la asistencia o hacer que la persona que recurre a la línea no se sienta contenida. M es terminante: “No es algo considerado. Pero si esto presenta alguna dificultad se articula con el área local de género”. 

La violencia de género en las clases más acomodadas suele esconderse en los medios. ¿Qué nos podrías decir al respecto?
Hoy día hay mucho de lo que llamamos violencia económica, y eso está referenciado en la Ley 26.485, cuando menciona los tipos y modalidades de violencia de género. Lo que resulta evidente es que en esas clases las víctimas tienen más facilidad de asesoramiento jurídico, y a veces hasta sus abogades nos llaman por ellas. También es común que nos digan ‘no quiero perder el nivel de vida que tengo’, por eso antes que a nosotres suelen recurrir a distintas instancias privadas, porque las pueden pagar. 

¿Cómo ven a la nueva gestión? 
Digamos que por la pandemia no comenzó a arrancar. Se incorporó gente nueva, lo que permitió hacer rotación y que muchas pudieran salir de la línea. Pero todavía estamos esperando mejoras que se sientan. Eso sí, nunca se dejó de atender, jamás. En la pandemia se dividieron las guardias en burbujas y cada 15 días vamos de manera presencial. Hasta que cambie la situación en la administración nacional trabajamos desde nuestras casas, y si tenemos que hacer llamadas las hacemos con nuestros propios celulares. 

En contexto

¿Cómo se da la evidente relación directa entre el termómetro de los medios y las redes sociales con la labor de ustedes?
La línea es muy particular porque entre otras cosas es un reflejo de lo que pasa en los medios. Si hay un caso mediático, la gente se mimetiza y llama contando su situación. Eso también nos determina la manera de trabajar. Por ejemplo, al comienzo de la línea no había seguimiento. No se pedían los datos, se trataba de no tener vínculo con la persona. Después del Ni una menos (n. de la R. 2015) y con la ampliación del equipo que se dio entonces, se comenzó a hacer seguimiento de casos. Con lo de Thelma Fardín (2018) se desbordó la línea. Las personas mayores, de más de 70 años, llamaban para denunciar cuestiones de hace mucho tiempo; contaban los abusos que habían tenido en la adolescencia. 

¿Terminan muy “quemadas” luego de una jornada laboral?
El desgaste es importante. Cuando comenzó la línea, algunes funcionaries venían con ideas del tipo que íbamos a tener clases de yoga y esas cosas. Como sea, me parece que falta mucho por hacer. Sí puedo destacar que se logró el día burn out, por lo que se pasó de trabajar cuatro días a la semana en lugar de cinco. Se implementó en 2017/18… y se mantiene. Ahora se sumó un equipo de salud mental para ayudarnos; por ahora, la principal medida que se tomó fue hacer una biblioteca virtual para que podamos descansar la mente. Nos parece que falta. 

Anterior

El fetichismo de la marginalidad: un engranaje crítico de César González

Próxima

Mujer y sindicalista: la lucha de las pibas