Me cuidan mis amigas

A les amigues 

En mi familia somos pocos. En mis primeros años de infancia llegábamos a completar una mesa larga, pero con el tiempo, por peleas, porque algunxs decidieron irse a vivir a otras provincias o porque les más grandes fallecieron, quedaron mi mamá, papá, una tía, una prima y la pareja de mi mamá —que es un poco como tener otro papá—. Aunque me parece que esas familias numerosas que se reúnen seguido tienen algo valioso, nunca quise que fuéramos más. Uno de los grandes motivos es que tuve bastante suerte con las amistades que me rodearon. A medida que crecía, empecé a pasar más momentos con elles: navidades, fines de años, vacaciones. Incluso sus familias se volvieron parte de ese círculo amistoso. La conocida frase “les amigues son la familia que se elige” aunque esté gastada, tiene bastante verdad. No solo porque son las personas que elegimos, sino también porque en estos últimos años el lugar que ocupan les amigues se desplazó. 

Por Camila Miranda de Marzi*

Con la inmersión del feminismo en la vida cotidiana a partir del 2015, comencé a repensar distintos espacios de mi vida. El trabajo, la familia y, por supuesto, las relaciones amorosas que mantuve hasta ese momento empezaron a desarmarse. Decodifiqué relaciones tóxicas, le puse nombre a situaciones de violencia, y descubrí tantas otras cuestiones que, como casi todas, todavía están en proceso. En ese recorrido hermoso y álgido en el que nos encontramos como generación, la amistad empezó a ocupar un rol principal. Sobre todo, porque la pareja y la familia como instituciones se empezaron a desbaratar. Si antes sosteníamos tradiciones familiares porque creíamos que la unión sanguínea era lo más importante, con los años nos dimos cuenta de que no teníamos que quedarnos en ningún lugar que no nos hiciera bien. La sociedad espera de nosotres, especialmente de las mujeres, que tengamos pareja para después construir una familia juntes. Por eso la pregunta “¿y para cuándo el novio?” todavía resuena en las juntadas familiares. ¿Por qué nunca nos preguntan cómo están nuestros amigues? ¿Y si decidimos vivir con ellxs, en comunidad, por el resto de nuestra vida? ¿Y si quisiéramos crear un lugar común donde esas afectividades convivan?
Vir Cano, en el libro (Po)éticas afectivas sostiene que existe una “constelación afectiva, una política de los afectos, un modo de vida individual y colectivo, que se orquesta en torno a la familia (ese núcleo pequeño y privatizado).” También remarca que hay una jerarquía afectiva en la que están la familia nuclear y les hijes en la punta, la amistad quedando relegada a un lugar menor. Esa dicotomía familia/amistad se mantuvo como si una cosa eclipsara a la otra. Recuerdo que en más de una oportunidad mi mamá me contó que se distanció de algunas amigas cuando se casó con mi papá, no porque su intención fuera alejarla de ellas, sino porque “la vida es así” o porque “te dejás de ver”. Me niego a creer que esa casualidad justo haya sucedido en el momento en que eligieron formar una familia. 
A los que siguen atados a una mirada conservadora de los vínculos no les conviene que las amistades tengan un rol protagónico. La amistad que gana terreno habilita la charla intensa, la confesión de intimidades propias del vínculo amoroso, una distribución distinta del tiempo: menos lugar para que se haga la vista gorda frente a distintas violencias. Desde los comienzos del feminismo, las mujeres contaron lo que sucedía en su llamada “vida privada” y encontraron que sus experiencias no eran tan distintas. Este fue uno de los impulsos de lucha que permanecen hasta la actualidad. Cuando la realidad nos devuelve violencia en la familia y en los vínculos amorosos, la amistad se convierte en un espacio de salvación y confianza. Podemos decir que estamos más cerca hoy de una sociedad que busca alejarse del silencio cómplice que hace unos años, y esto también se lo debemos a les amigues. 
Pienso en una vida en común, en la que convivan otros tipos de afectividades que no se cierren exclusivamente al vínculo amoroso y sexual. Tamara Tenenbaum, en el libro El fin del amor. Querer y coger citando a Deborah Anapol, escribe que el cambio de paradigma en esta época no radica en si mantenemos una relación monogámica o poliamorosa, sino que la diferencia está en que ahora no pensamos a la pareja como el centro de nuestra vida. En cambio, se puede encontrar una ética de la amistad. Para ella, la verdadera transformación nace de poder construir una vida en comunidad, en la que aunque vivamos con nuestra pareja, nuestrxs amigues, por ejemplo, también tengan la llave de nuestra casa o tengamos gastos compartidos. La pareja puede ser una apertura que multiplique y haga crecer nuestro campo afectivo, en lugar de que se transforme en un mecanismo de encierro. 
Muchas veces me gusta pensar cómo va a ser mi vida cuando sea vieja: quizá conviva con mis amigas –y por qué no también con mi pareja y con sus parejas–. Son solo fantasías, pero es interesante que desde hace algunos años mi forma de pensar ya no es individual, sino que mis imaginaciones son con amigues. Les amigues como la familia, como sostén, como el círculo cercano. 

*Nota en colaboración con Agenda Feminista, revista cultural con perspectiva de género.

Compartime!

Anterior

Las voces de la amistad

Próxima

Diez años de la revolución de Rojava