“El final es en donde partí”, y la rebeldía como abrazo

fotos: Ignacio Arnedo- Agustín Dusserre

Por Editorial Sudestada

El rock, la música y el arte hacen historia cuando la transformación está, cuando la rebeldía no olvida su esencia, y la incomodidad le pega un cachetazo a los poderes, las prohibiciones y los derechos vulnerados. Cuando luego de un acorde la voz visibiliza una realidad, expone al sistema y el ruido estalla. Ahí están ellos. Dos gigantes del rock nacional unidos en un escenario y en un momento que quedará grabado en el tiempo. Mollo y Chizzo. El rock and roll y las luchas multiplicadas en millones de humanidades que reciben el mensaje y lo liberan, que siembran la duda tan necesaria para terminar en la incomodidad y la bronca de quienes a dedo deciden censurar la música popular en los escenarios porteños. Pero si de rebeldía hablamos, lo que sucedió en Vélez trasciende y perdura. La puerta se abre en medio de un show tremendo y la voz rota de ese gigante de La Renga aparece y todo estalla de nuevo. Si en CABA no nos dejan, aparecemos. Si los gobiernos de turno nos dicen que “no”, salimos igual. Si el sistema nos ofrece mierdas disfrazadas de progresos, lo contrarrestamos con la conciencia, con el compromiso, con las luchas que nunca se abandonan, y con el arte que construye muchísimo más que cualquier panfleto.
El rock como vocero de injusticias, como portavoz de “los invisibles” y de causas que ya las llaman “perdidas”. El rock para alimentar y dar vida, para poner al mundo de revés y que la historia la puedan contar los “vencidos”, a los que pretendieron silenciar, a los que jamás tenemos la oportunidad de poner sobre la mesa una realidad que duele. Y el rock para incomodar a los poderes, para romper moldes y estructuras, y para que nada pueda ser igual.
Mollo y Chizzo. Divididos y La Renga, más unidos que nunca. Y que el rock vuele, que la magia suceda, y que el compromiso y la conciencia social jamás se pierdan de vista. Y que la rebeldía nos abrace, una vez más.

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