No permitas que mi sangre se derrame: un cuerpo a cuerpo con la escritura

Donde quiera que voy
llevo la muerte conmigo.
E. G

Por Natalia Bericat

Una plegaria al Santo Juez antecede los primeros capítulos de No permitas que mi sangre se derrame del escritor Juan Carrá. Luego el despliegue de una escena inaugural que nos trae una atmósfera al estilo western. Con un ritmo crudo, entramos al enfrentamiento de los cuerpos, de cuando Jorge y Lucio se encuentran frente a frente por primera vez.

El lector se sumerge de lleno en una narrativa vertiginosa, filosa como la faca que atraviesa la carne. Una narrativa que arde al igual que las heridas de los contrincantes. El autor nos muestra una escena cuadro por cuadro y, en pocos párrafos ya somos parte; nos volvemos espectadores de un duelo en medio de la tierra y la piel calcinada por el sol del verano.

Dos bandos de pistoleros que pelean por el dominio de la Jerusalén, la villa ficcional donde ocurren los hechos.  A partir de ahí se despliega la trama de la novela No permitas que mi sangre se derrame. Luego se desplaza a la cárcel para encrudecer aún más el ritmo del texto.

La disputa no será únicamente por el barrio de monoblocks. La novela trabaja la territorialidad desde muchos espacios.  El poder recorre estas páginas mostrando la jerarquía:  en el centro está el poder, el golpe gracias al que crecen las ondas. Cuanto más lejos, más débil dice el narrador de esta novela. De esta manera el barrio, y luego la cárcel, se transforman en los escenarios de poder en estas páginas.

Nada queda fuera de la pelea cuerpo a cuerpo, en términos de David Viñas, en la novela. Así la piel de las mujeres también entra en la lógica: Jorge dejó su marca en el cuerpo de Luján (…) como insignias de un poder que crecía en los pasillos.

Cada grupo es construido desde la voz de un lenguaje tumbero que funciona para armar este mundo que nos propone Carrá. Suena la cumbia en el pasillo y las canciones de Los Redondos en los brazos tatuados con tinta china de los personajes: Vivir solo cuesta vida. Con un manejo preciso de la oralidad, el lector logra escuchar a los representantes del Paraíso y del Infierno, esos que pelean con sus alas desplegadas contra lo que el destino les tiene preparado. Solo buscarán el perdón. Solo levantarán sus estampitas y Santos paganos para suplicar: no me desampares.

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