Redes feministas para enfrentar la pandemia en los barrios

De cara a las recrudecidas violencias ejercidas hacia las mujeres y disidencias en el Barrio Carlos Mujica, las redes feministas han sido las principales protagonistas en la organización popular durante la pandemia que nadie vio venir. 

Por María Belen Torres Picchetti

Rosa, vecina del Barrio Carlos Mujica e integrante del Frente de Organizaciones en Lucha (FOL) y la Asamblea Feminista de la Villa 31 y 31 bis, tarda en contestar la llamada. Está camino a la plaza del barrio para que sus hijas salgan a jugar un rato luego de una larga jornada de clases virtuales. Cuando llega, se sienta en un duro banco de cemento junto a un tacho de basura repleto que parece no haber sido vaciado por días. Últimamente, dada la cuarentena decretada por el Gobierno Nacional, los servicios básicos como el acceso al agua corriente y la recolección de residuos han escaseado más que nunca. El Relevamiento Nacional de Barrios Populares (RENABAP) registró durante estos últimos cuatro años que el 88,7 por ciento de las viviendas en los barrios populares del territorio argentino no cuenta con acceso formal al agua corriente, fundamental para la prevención del contagio del coronavirus. El 64 por ciento de las viviendas que los componen son llevadas adelante por mujeres.

Los medios masivos de comunicación se hicieron eco de la situación a principios de la pandemia y el impacto que tuvo el virus en la en la 31 fue una noticia conocida para todos. El caso de la referente barrial de La Garganta Poderosa, Ramona, echó luz sobre una situación que se estaba agravando con el correr de las horas. Pero muchos otros casos, previos y posteriores, quedaron sin mencionar. María también integra la Asamblea Feminista y cuenta que Mirta, compañera del FOL y trabajadora de un espacio comunitario, fue el siguiente caso detectado en el contexto de un espacio de este tipo. “Lxs compañerxs del frente se pasaron la noche en vela averiguando, construyendo un protocolo de lo que había que hacer. El Gobierno de la Ciudad no mandó nada”, describe. Pueden verse, a primera vista, los frutos de la unidad y solidaridad que produce la organización barrial, pero ¿hasta qué punto pueden transformar el estado dado de las cosas?

Feministas y organizadas

María hace una gran pausa. Cuenta que lo que está por decir no sale en ningún lado; que, aunque en sus organizaciones ellxs politicen los distintos fenómenos que van ocurriendo, los femicidios y los abusos siguen siendo el tema principal en sus agendas. Tres semanas atrás, en uno de los sectores más disputados del barrio, el Bajo Autopista, sucedió un intento de abuso: “Sabemos que ese lugar lo quieren liberar y armar banditas de pibes que afanen, que hostiguen, que acosen. Es parte de una estrategia de desplazamiento —enfatiza la entrevistada—. Nuestra respuesta fue rápida: fuimos a empapelar la zona. Las vecinas tienen que saber que ahí pasan cosas.”

Rosa y María pertenecen a la misma asamblea, pero provienen de distintos contextos. Una es vecina del sector San Martín del barrio Carlos Mujica y otra vive en un barrio residencial de la Ciudad. Ambas pidieron expresamente no dar a conocer sus nombres reales en la nota. Por separado, ambas coinciden en que los nombres propios no importan, que lo que le da fuerza a sus asambleas, frentes y espacios es la construcción colectiva; mucho más que la suma de individuos. Un pedido que se basa en sus convicciones.  

Rosa nombra los avances logrados, pero también hace mención de las incesantes situaciones de violencia, como los desalojos, el acoso y el desplazamiento de las mujeres de ciertos espacios públicos de la villa. Resistencias como estas, lideradas por mujeres y disidencias organizadas de manera horizontal y popular, demuestran que las redes feministas no solo crean espacios de acompañamiento, sino también para defenderse, politizar y pensar estrategias para afrontar los distintos tipos de violencia que se ejercen sobre ellas tanto adentro como afuera del barrio.

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