Las balas han escrito la última palabra
en el cuerpo del reo.
Roberto Arlt.
Por Natalia Bericat
Leemos Severino, de Gabriel Rodríguez Molina, de un tirón, con el último aliento firme de un condenado a muerte. Asistimos a su respiración, al latido final de un poeta que juró que nunca estaría de rodillas frente a los verdugos y fascistas. Es algo así como un acto de redención, la crucifixión del ladrón malo nos dice el maestro Osvaldo Bayer. El autor nos lleva al encierro, a las horas que anteceden el fusilamiento de Severino Di Giovanni. Despliega su poética; versos que se entrelazan entre una ciénaga que está a punto de pudrirse y un tiempo pasado que nos permite conocer las vísceras del anarquista que luchó con tinta y pólvora contra sus enemigos.
El espacio oscuro y asfixiado de la celda hace pensar a Rodríguez Molina: ¿Podría entonces tener el calabozo su propia poética? Pensando en Bachelard y en La poética del espacio podemos decir que el lector asiste a la caja de resonancia de un espacio cerrado donde se escucha una voz que desde el encierro jadea (Gabriel Rodríguez Molina). Para escuchar esa atmósfera, y la filtración de los ruidos de la ciudad, el propio autor vive la experiencia: precisaba que mi cuerpo fuera testigo propio de la oscuridad.
El texto nos introduce en la letanía, esa que describe Roberto Arlt en su texto sobre Severino. El tiempo no parece transcurrir entre esas paredes que oprimen y que sus compañeros derribarían furiosamente a martillazos. El ritmo de la escritura fluye con la respiración del condenado que lejos de agitar su pecho, levanta la frente para esperar el tiro de gracia. Severino espera a la muerte con la cabeza en alto y el pulso caliente de la poesía. Una voz en primera persona nos relata mucho más que el final de la vida. Nos muestra del juego, pero también del reconocer cuando se pierde. Una trinchera donde los cobardes usan zapatos de fiesta y se ríen en la cara de los condenados.
¿Claudicar? se pregunta Severino. Nunca. Esta novela dice de la valentía de los hombres que no le temen al infierno del Dante, de los que solo buscan inundar las calles con poesía rebelde. En las últimas horas escupe pájaros en forma de versos. Busca espacio donde escribir sus palabras que lo recorren en ese aire que se va extinguiendo. Nos llegan sus poesías desde las entrañas y desde un corazón que los cuervos están devorando de a poco. Este libro nos deja una pregunta que gira ¿La poesía afirma que uno ha tenido una vida? Sin dudas Severino Di Giovanni ha dejado las huellas de una existencia impregnada con versos desperdigados por las calles, los muros y por el aire espeso del calabozo. En sus pies con grillos podemos leer su firmeza. En las rosas rojas del día después, un epitafio que anuncia que Severino y la poesía no han muerto.
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