Soportar el silencio: la voz de Andrea, víctima de abuso sexual en la infancia

¿Cómo se fue reconstruyendo esa niña lastimada? ¿Cómo se soporta el silencio? ¿Cómo se vuelve a creer en algo, en alguien? ¿Dónde se guardan las cicatrices, los miedos, las ausencias?
Andrea Duhau tiene 42 años, vive en Mar del Plata y es la última de 12 hermanos. Actualmente se encuentra casada y tiene 3 hijos de 21, 19 y 16 años. 
Me cuenta que durante su niñez fue víctima de abuso sexual en tres ocasiones, dos abusos intrafamiliares y un tercer abuso ejecutado por unos amigos de su hermano. Tuvo que escapar de su casa, porque el padre de su primer hijo la desfiguró a golpes, “si no me escapaba me mataba, yo tenía a nuestro hijo en brazos y el me seguía pegando” . En el año 2001 muere su papa, cuando ella tenía 16 años, ella lo acompañó hasta sus últimos días, en la quimioterapia, con los médicos, sin despegarse de él.

Por Bernardo Penoucos

Nació en villa La Palangana, fue la única de sus hermanos que pudo terminar el secundario y que llegó a la Universidad. En su niñez no había baño adentro, no había ducha, no había agua caliente. Papá Noel y los Reyes andaban distraídos, porque llegaron solo una vez por los pasillos de su infancia. En cambio, las hermanas del Convento cercano a la villa sí estaban más atentas, con ellas tomaba la leche los sábados y de vez en cuando podía llevarse algo de ropa y algún juguete para inventarse mundos un poco menos oscuros que los mundos reales que la rodeaban. Andrea, a sus 11 años, llevaba consigo un cuerpo lastimado, violentado y asfixiado por los abusadores, pero no solo le asfixiaba ese horror, sino también el silencio y la complicidad que llevaba como mochila: 
Tengo una madre que nunca creyó lo que me pasó con respecto a los abusos. A veces pienso eso, no sé cómo pude aguantar, no sé cómo pudo aguantar mi cuerpo de 11 años tanto dolor, como soporté todo eso y además como pude soportar el silencio, yo no quería que mi papá se dé cuenta porque él tenía una personalidad muy fuerte y tenía miedo por sus reacciones, entonces me cuidaba de eso, de que él no se dé cuenta. Me acuerdo de hacerme pis, hacerme pis en la fila de la escuela cuando izábamos la bandera, me acuerdo que muchas veces me tenían que ir a buscar porque yo me hacía pis.” 

A los 19 años tuvo su primer hijo, no fue como en un cuento de hadas ni como en una publicidad de pañales pulcros y rostros iluminados. El padre de su primer hijo la golpeaba sistemáticamente, hasta desfigurarle la cara. Andrea pudo escapar de su agresor y así salvar su vida y la de su hijo: 
El padre de mi primer hijo me golpeaba, inclusive cuando yo estaba avanzada en el embarazo, me ponía las rodillas en la panza y me pegaba, me desfiguró la cara literalmente, tuve el ojo metido para dentro tres días y me defendí. Yo ya era otra persona porque tuve que aprender a defenderme”.

O se defendía o la mataban; Andrea tuvo siempre al miedo como sombra, pero también como compañero, una suerte de termómetro para medir el peligro, para captar justo a tiempo la bestialidad de esa otredad que aparecía para lastimarla y herirla casi de muerte:
“Yo no quería que otra vez me vuelvan a violentar y me costó muchos años manejar mi personalidad que estaba llena de ira pero en realidad era miedo. El miedo siempre fue como mi amigo. Yo siempre lo tuve al lado mío y romper todo eso me costó mucho, hasta el año pasado hice terapia y  cuando pude contar lo que me pasó de chica tuve que ir a la Psicóloga especializada en esos temas y ella me dijo una frase como que yo siempre hice cosas para sanarme por dentro, por ejemplo todo el proceso de mi papá que estaba enfermo. Yo lo acompañaba al médico, lo llevaba a la quimioterapia y yo tenía 16 años… es la edad que tiene mi hijo más chico. Yo iba y hablaba con lo médicos y me peleaba con ellos. Era muy chica. Es como que fui quemando etapas para quemar también lo que a mí me había pasado sin que nadie se dé cuenta”

Refregar las cicatrices, intentar que el agua del mundo se lleve el dolor, la sensación del horror, el asco y la impotencia. Dejar caer el agua como un río bravo para que los poros respiren por fin, sin ningún verdugo que intente detenerlo, sin ninguna violencia que pretenda asfixiarlo.
Yo quería que nadie se de cuenta y es el día de hoy que cuando me voy a bañar me refriego el cuerpo con un trapo. No lo puedo dejar de hacer porque siento que eso todavía me quedó, o sea, yo me baño y no me baño solo con el jabón como se baña todo el mundo, no, yo necesito después de bañarme volver a refregarme con un trapo y poder pasármelo por el cuerpo, es como que me quiero sacar todo eso. Yo era una nena grande y hoy por dentro me siento como si tuviera 80 años”.

Hacer otra cosa con lo que hicieron de nosotros. Andrea aclara que no cree en algunas frases de autoayuda tan instaladas en estos tiempos, pero piensa y piensa y no sabe qué frase podría sintetizar su historia de vida, sus momentos más oscuros, pero también su resistencia y su poder. Hasta que hace alusión a esa frase de Sartre acerca de que cada hombre (mujer) es lo que hace con lo que hicieron de él, pero cita la frase para darla vuelta, para pensarla de otro modo, y dice que no, que con ella no pudieron hacer eso, que ella hizo otra cosa con lo que hicieron de ella, que ella no es lo que hicieron de ella, que ella pudo mucho más.
“Yo no soy lo que me hicieron, a pesar de todo fui madre, pude criar tres hijos, pude cumplir el sueño de estudiar. Yo a veces me veo cuando era una nena jugando en mi pieza, soñando que iba a llegar a la facultad. Yo ya soñaba como grande siendo chica, y no por salir de la villa ni nada, yo sigo diciendo al día de hoy que mi lugar en el mundo es mi casa, esa que no tenía canillas, tenía el baño afuera, me bañaba en un balde, y toda la vida me bañe en un balde, siempre iba con la misma mochila  a la escuela y con la misma ropa y solamente de chica una sola vez vino papá Noel y una sola vez que fue Reyes y  nunca tuve torta de cumpleaños. Estuve 20 días internada después que lo tuve a Martín y no fue nadie de mi familia a verme, nadie ¿sabés lo que es nadie?… y somos 12 hermanos y sin embargo yo hoy estoy para ellos y siempre voy a estar, por eso yo te decía eso antes, yo no soy lo que me hicieron y aunque a veces reniego, me bajoneo y me enojo, yo siempre trato de que la gente no pase lo que yo pase, no quiero que pasen eso, porque es horrible, es feo”. 

Pararse de manos contra la noche o contra todas las noches más tristes de nuestras vidas, trepar desde el fondo del pozo hasta la superficie, aunque nos caigamos o, aunque nos quieran hacer seguir cayendo, tejer las redes que nos sostengan, publicar los silencios y transformarlos en ruidos y sonidos y canciones que por fin digan y nos digan. 
Para mí la noche más triste de mi vida fue el día que me fui a internar para tener a Martín a las 31 semanas de embarazo, entré a la habitación porque ya no me podía mover, miré para la ventana y estaba cayendo agua nieve y me di vuelta y estaba todo oscuro y estaba sola. Y al otro día me maduraron el pulmón y al otro día me hicieron la cesárea y no tenía ni un trapo para ponerle a mi hijo, no tenía nada, porque no tenía… y porque nadie me estiraba la mano y gracias a las Damas Rosadas del Materno infantil lo pude abrigar y fueron 17 días en Neo a los ponchazos porque no podía estar con él hasta que a MartÍn le dieron el alta y ya pudimos estar todos juntos. Pero caímos tantas veces internados…y siempre sola y eso duele. Duele porque vos siempre esperás que alguien vaya y te cebe un mate o querés ir a darte una ducha y eso no pasó nunca”

Hoy hace 14 años que Andrea se encuentra casada con su compañero y, junto a sus tres hijos, comparten una cotidianeidad distinta a la de su niñez, una cotidianeidad sostenida desde el afecto y no desde los golpes, desde la palabra y no desde el silencio. Pero lejos de intentar concluir esta historia solo con un final feliz, ordenado y predecible, la intención es otra: es poder recuperar en su testimonio todo lo que no estuvo, todo lo que faltó, la ausencia del Estado en sus distintos niveles, Estado que no apareció cuando aquella niña necesitaba decir, contar, llorar y pedir el auxilio, pero también cuando necesitaba comer, sanarse y reír. 
Las cicatrices tal vez sean hoy menos incisivas, quizá las noches no sean tan largas y tan llenas de agua nieve, tal vez el recuerdo del horror hoy pueda ser combatido con el amor de sus pares, pero la memoria late, insiste en decir e invita a que, en la voz de Andrea, hoy puedan incluirse las voces de tantas y tantos que siguen presos de un silencio que come el cuerpo y seca el alma. Andrea rompe el silencio e invita a poder ser palabra para que otras y otros también se animen al sonido y al ruido, a escribir por fin una canción distinta. Y Andrea se transforma, casi sin saberlo, en un puente indispensable.
“Por ahí veo otras mujeres que pasan lo mismo que yo pasé, o que por ahí se sienten como me sentí yo un montón de veces y no es ninguna frase de autoayuda, pero la vida te va curtiendo. Yo no digo esa mentira mercantil del “ dale que vos podés” porque a veces no podés. A veces sentís que no podés, porque estás en el pozo y no podés, porque vos querés escalar el pozo y ese barro te va hundiendo, pero las mujeres sacamos tanta fuerza y  creo que es importante identificarse con la otra, que sea algo más colectivo, que la familia sea familia. Pero la vida te va curtiendo y de nuevo. Yo creo que no sos lo que te hicieron, y de eso que te hicieron tenés que seguir peleándole a la vida, parándotele de manos a la vida porque a mí la vida se me ha parado de manos muchas veces y yo con el último suspiro y el ultimo respiro le voy a seguir dando y dando batalla, porque  a los cobardes la vida no los curte, los sigue dejando caminar, les va tirándo de la piola. No les deseo nada a ninguno de esos cobardes que me hicieron mal. Para mí son como personas que están en un estante, son todos chiquititos, juguetes todos chiquititos que están en un estante y están ahí, inexistentes”
Entonces que así sea, que de ese último suspiro pueda nacer otra bocanada de aire para, como decía Guevara, mandar la muerte al carajo.
Nota al pie: Andrea me envía la foto que vemos en esta nota por WhatsApp. Es una foto que le manda alguien a ella porque no tiene casi fotos de cuando era niña. Yo le digo que en la foto se la ve bien, contenta y ella me responde que, en esa foto, todavía, era feliz porque el horror aún no había golpeado la puerta.

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