Fotografía: Eme Romero
Vir Cano es filosofe, activista lesbiana, docente y feminista. Es quien escribió: “Amar, para practicar otras maneras de erotismo, del cuidado, del tejido de redes, de la vida en común, por fuera de las lógicas familiares y nucleares que cercenan potencias afectivas y políticas”. Cano publicó libros como Po/éticas afectivas. Apuntes para una re-educación sentimental; Ética tortillera; Nietzsche. Estudio preliminar y selección de textos; Dar (el) duelo y Borrador para un abecedario del desacato. Además, es co-autorx junto a Judith Butler y Laura Fernández Cordero del libro Vidas en lucha. También es quien en un conversatorio dijo sobre el amor romántico: “El amor es una pieza clave en los procesos de segregación social (…) Quizás el amor también sea una de tecnología afectiva, una de las maneras en la que los afectos no nos vinculan a les otres, sino que nos separan, nos desafectan”.
Por Florencia Da Silva
Hay algo del vínculo de la amistad, que por lo general es más “sano” y diverso. Algo que muchas veces no sucede en las relaciones románticas tradicionales. En el libro Po/éticas afectivas, y en varias charlas, destacaste lo poco valorada que es la amistad socialmente, que incluso se ilustra en las películas cuando les amigue es un personaje secundario. ¿Por qué la amistad perdura más y se encuentra con menos conflictos que el amor romántico? ¿Hay más desencuentros en uno que en otro?
La amistad recibe cierta valoración social, esa que se ve en los anuncios que venden cervezas, viajes o salidas sociales para lxs amigues, y también la que viene de nuestros relatos y de nuestras vidas. Pero ese reconocimiento sigue estando supeditado a la jerarquía patriarcal que pone a la pareja y a la familia en la cúspide de su valuación. Primero la familia y la pareja; luego todo los demás, lxs amigxs, los compañeros de trabajo o asamblea, lxs vecinxs, etc; ni que decir las personas que no conocemos, aquellas con la que no se comparte nacionalidad, los animales no humanos, y en definitiva nuestros vínculos con todos los demás seres que cohabitan la tierra.
En el marco de esa jerarquización y pedagogía afectiva, el libreto del amor romántico juega un lugar central. Sostiene (a través de distintas representaciones y narrativas como las propagandas, el cine, la literatura, las fantasías disponibles, etc) que tener y cuidar de la pareja es lo más importante que podemos hacer, y también lo más deseable, el camino a la felicidad. Por eso la amistad (como muchas otras modalidades del afecto y la compañía) es siempre “un personaje secundario”, lo que ocurre paralelamente o en el tiempo que sobra, luego de cumplir con el objetivo de conseguir y sostener una pareja y una familia (con todo el trabajo que ello implica).
Lxs amigxs tienen un lugar en nuestro presente, pero no ocupan un posición central ni mayormente prioritaria. Quizás ese doble lugar, me refiero al reconocimiento de su valor, pero también a su subordinación respecto de la pareja y de la unidad familiar, es lo que también ha abierto un poco el juego para ese tipo de vínculos. Carga con exigencias, claro, pero no tantas, y seguro no demanda ni la exclusividad ni el tipo de jerarquía que exige el amor romántico. Tampoco supone una manera única de ser, de estar en nuestra vida. Por eso creo que los vínculos amistosos son un lugar, aunque no el único ni necesariamente el más interesante, para explorar otras maneras de amar, de cuidarnos, de construir vínculos por fuera del par romántico o de la familia nuclear. Y por eso, incluso cuando no pienso que la amistad esté exenta de códigos y normas sobre cómo deber ser y cómo no; sí pienso que abre muchas veces el territorio del afecto y la compañía; que es y ha sido para muchxs un matiz del afecto en el que hemos podido ser más generosxs, más plásticxs, e incluso más hospitalarixs con lo que implica todo vínculo amoroso: cuidados, cambios, devenires, tristezas, alegrías e incluso desencuentros.
A veces ponemos cierta distancia (física y/o temporal) de algunas amistades, y no por eso necesariamente ese vínculo se termina. Cosa que rara vez ocurre en una relación romántica. Quizás sea ese pequeño y a la vez gran espacio de formas (no hay un único modo o temporalidad para las amistades) lo que hace que muchas veces se puedan sostener por más largo tiempo que las parejas; aunque hay que decirlo, los amigxs también parten, nos abandonan, nos decepcionan, nos dejan, incluso nos rompen el corazón y nosotrxs a ellxs. Y eso puede doler, y mucho, pero es parte de las posibilidades que se juegan en los vínculos de amistad también. Por otro lado, no estoy tan segurx de que haya menos desencuentros en la amistad que en el amor romántico o de pareja; lo que sí pienso es que están un poco menos penalizados, y un poco menos codificados, además de que son capaces a veces de encontrar maneras de resolución que en una pareja son imposibles o muy rara vez imaginables. También pienso que nos faltan relatos e imaginarios en torno a los duelos amistosos. Que están, ocurren, y forman parte de nuestras historias y heridas de vida.
Has profundizado muchas veces en que lo romántico nos encierra. En muchos casos genera redes chicas, una disminución de vínculos y una imposición de jerarquías en las relaciones, como si una tendría que ser más importante que otra. Pero ¿Cómo se comienza a pensar otras políticas afectivas? ¿Cómo empezar a correrse y explorar otras formas?
El amor romántico es un ideal muy burgués, y blanco, además de heterosexual y cis. Brigitte Vasallo habla, por ejemplo, del “amor Disney”, de ese que nos “venden” en las películas yanquis y que retrata el ideal amoroso de sectores privilegiados y mayormente blancos, y que oficia de antesala de la familia “soñada”. Por eso, está bueno también recordar toda la literatura de las feministas negras y antirracistas que han señalado como la familia no sólo ha sido un privilegio y una normativa hetero-cisexual blancos, sino que también y paralelamente es algo de lo que muchas comunidades han quedado excluidas, en el sentido de que esas familias no revisten ni la misma importancia, ni la misma legitimidad social que la de las parejas de Hollywood, de las que muestra la tele. Esas “otras” familias (respecto de ese ideal blanco y burgués) no solo no poseen la misma importancia social, sino que muchas veces han sido diezmadas, separadas, o negadas. Por eso está bueno siempre recordar que no hay que tener cuidado con afirmaciones que universalizan “la familia”; “la pareja”, “las mujeres”; y en todo caso es mejor preguntarse ¿Para qué mujeres están destinadas a las fantasías idealizadas de la pareja feliz? ¿Para quiénes está proyectada esa realización en el marco de una familia y a quiénes excluye o niega? ¿Qué amores y que configuraciones familiares están valoradas y defendidas socialmente? ¿De qué familias se habla cuando se habla de “la familia” como “base” de la sociedad?…
Para muchxs, el amor romántico es efectivamente empobrecedor, en especial en su vínculo con la estructura familiar que construye unidades domésticas de cuidado y contención pequeñas y aisladas. Para otrxs tantxs, sin embargo, la familia ha sido una imposibilidad o algo que se ha tenido que defender en contra de las normativas sociales y prácticas institucionales que defienden no a “la familia”, sino a ciertas familias. También, para muchxs, la familia y la pareja es uno de los pocos lugares de contención y de red. Aunque sabemos que las parejas y las familias pueden ser lugares de expulsión, maltrato y desconocimiento. Dicho esto, sí creo que es importante reconocer y ampliar los modos de vincularnos, de anudar la ternura, la sexualidad, el afecto, los cuidados, los tiempos, las responsabilidades, y en términos más amplios, las maneras de construir vida (y muerte) en común. Mi amiga Mario dice que hay que aprender del micelio, que es el modo en que se conectan y ramifican los hongos, a través de sus hifas que son como hilos que arman un tejido extenso y plural por la tierra. El micelio es una linda imagen (y una existencia colectiva) para pensar en la importancia de superar el ideal del par, ese dúo que exige la pareja, para poder ampliar nuestras redes existenciales en direcciones diversas, para armar comunidades de nutrición, cuidados e intercambios más amplias, y también más escurridizas y por debajo de la luminosidad enceguecedora del escenario romántico-amoroso.
Repensar y explorar otras políticas afectivas es algo que ya está en obra, que acontece, y mayormente ocurre a la sombra o en los márgenes de esos vínculos familiares y románticos que tienen tanta “buena prensa”. Las personas y comunidades más precarizadas, más vulneradas, ya sea por motivos raciales, de ciudadanía, clase o sexo-genéricos, entre otros, han tenido la necesidad de tramar otras redes de soporte que excedan el marco de la pareja y la familia. Esa necesidad y experiencias son existenciales y políticas. Por eso, creo, esas otras modalidades del afecto y la responsabilidad no son algo que “esté por venir”, que solo habitan un horizonte utópico; en todo caso, son prácticas en curso, apuestas que no sin errores ni riesgos ocurren en el aquí, y el ahora, y que abren a otros posibles en el futuro. La inteligencia y la sensibilidad que nos demanda nuestra época es poder ver estas otras maneras, extenderlas y también re-jerarquizarlas, darles valor y legitimidad, allí donde muchas veces solo se leen el fracaso, la falta o la anormalidad.
Muchas veces se terminan convirtiendo en imposiciones algunas ideas que nacieron para deconstruir lo dado y salir de la norma. Pienso en el amor propio, pero también en la revolución del sexo y en las relaciones abiertas, poliamorosas, entre otras. Algo en la comunicación u otra cosa tal vez falla cuando hay quienes se esfuerzan en encajar en eso. ¿Cómo analizás esta situación?
Pienso que es cierto, que muchas veces pasa eso que decís. Los intentos de descontruir y desmontar los sistemas opresivos y educaciones sentimentales que nos haces daño y nos vulneran se convierten -paradójicamente- en ideales normativos, en un nuevo deber-ser desde que se juzga a otras personas y a unx mismx. Muchas veces sentimos que no estamos a la altura de la “nueva moral”, de la “vara del disidente”, o de esas “promesas de libertad”, todo lo cual trae padecimiento, frustración, incluso vergüenza. Vergüenza y dolor con unx mismx, por no ser eso que se supone deberíamos ser, y con otres, frente a los cuales nos cuesta muchas veces decir que no podemos, que no nos sale, o que simplemente no queremos hacer o sentir eso que se supone que deberíamos estar haciendo, sintiendo o deseando.
Yo pienso que está buenísimo criticar los modos de normalización y disciplinamiento de nuestros afectos y nuestros cuerpos, y también está buenísimo reivindicar otros modelos vinculares y otras maneras de vivir el erotismo, la sexualidad y la construcción de redes afectivas. Pero cuando esto se traduce en la consagración de un manual del “buen disidente” o en la competencia para ser el “más decontruide” genera mucho dolor, además de que propicia prácticas sumamente punitivas y moralistas entre nosotrxs. Siempre hay “almas bellas” dispuestas a hacer el trabajo de policías de la vanguardia afectiva y revolucionaria… Esto nos impide ser amoroses con nosotres mismes y con les demás, con las historias vividas, con todo ese archivo corpo-sentimental que surge de matrices que nos exceden y que no se revierten simplemente por leer un libro de poliamor, tomar un taller de amor propio, o ir a una marcha que proclama la liberación sexual o del deseo …
Pienso que la apuesta colectiva y personal más interesante es ver qué hacemos con todo ese lío que hemos llegado a ser, con todas esas heridas, con nuestras potencias, pero también con nuestras limitaciones y contradicciones. Con todo eso que pudimos y con lo que no. Sentirnos mal o hacer sentir mal a alguien porque no quiere o no puede tener una pareja abierta o múltiples vínculos sexuales, o porque no se ama lo suficientemente a sí mismx me parece de las cosas más indeseables y tristes que nos pueden pasar. Además de una tremenda injusticia y un individualismo inocente. A esta altura de mi vida, creo que es mucho más “disidente” dejar de bajar tanta línea y de propagar nuevos ideales de “pureza”, para darle cabida a ese embrollo que somos todes. Pocas cosas son tan nocivas como el moralismo y sus aires de superioridad, venga de donde venga.
En el libro Po/éticas afectivas hablás de masculinidades fallidas y molestas para la mirada patriarcal. ¿Cómo creés que aportan estas masculinidades al feminismo? Están muy divididos los feminismos actualmente y se evidenció con el Encuentro Plurinacional.
Pienso que las masculinidades disidentes, fallidas, entre las cuales están las masculinidades trans, lésbicas, no binarias, y un amplio etc, contribuyen a los feminismos en dos sentidos fundamentales. En primer lugar, desarman la idea simplificadora (y excluyente) de que el feminismo tiene que ver sólo con las feminidades, que es un movimiento puramente de y para las mujeres (cis-heterosexuales). En ese sentido, las masculinidades no hegemónicas somos parte de los muchos colectivos que han contribuido a pensar críticamente “el sujeto del feminismo”, recordando que no hay algo como eso, y que cada vez que se supone un sujeto único o privilegiado, se deja afuera a mucha gente y se propaga la crueldad y la injusticia que deberíamos estar reparando. Por otro lado, pienso que las masculinidades molestas son parte del espectro y del territorio sexo-genérico que ayuda a desmantelar uno de los pilares ideales del patriarcado: el dualismo masculino-femenino, recordando que hay muchas maneras de habitar la feminidad, la masculinidad y todo lo que se teje y trafica entre esos dos ideales siempre fantasmáticos, pero productivos. Nadie es lo “femenino en sí”, ni “lo masculino en sí”; y es importante recordarlo y reivindicar las maneras posibles de habitar esos territorios complejos, llenos de matices y de contagios.
Por otro lado, quisiera decir, en relación a la cuestión de las a mi juicio muchas veces mal llamadas “nuevas masculinidades”, es que siempre estuvimos ahí, poblando las marchas, poniéndole el cuerpo y la cabeza a la construcción de otras maneras de habitar el género, la sexualidad, dando materia y sentido a los feminismos. Hay “una Historia” (así con mayúsculas) que tiende borrar la presencia de individuos y colectivos en sus archivos y genealogías. Los feminismos contaron con la presencia de masculinidades lésbicas, bisexuales, no binarias, trans, homosexuales y heterosexuales “desde siempre”, en el marco de historias cruzadas, de luchas que muchas veces son intestinas, y a contrapelo de las normativas sociales, pero también de nuestros propios movimientos.
¿Estás trabajando en algún nuevo libro o proyecto?
¡Sí! Ahora tengo entre la preparación de un volumen sobre el pensamiento y la obra de Monique Wittig, que va a salir en la colección que dirige Jazmín Ferreiro, “La otra palabra”, por la editorial Galerna. Y alguna otra cosita más dando vueltas por ahí.
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