A 21 años sin Darío Jerez: “Mi vieja no se va a morir sin saber qué hicieron con mi papá”

A Darío Jerez lo desaparecieron el 25 de octubre de 2001 en nuestra localidad, Santa Teresita, Partido de La Costa. En las mismas playas, que décadas anteriores, el terrorismo de Estado había desaparecido a Silvia Rosario Siscar de Salazar y Juan Miguel Satragno y el mar, no queriendo ser cómplice de los Vuelos de la Muerte, devolvió a la historia de la vida, cuantiosos cuerpos que aún restan identificar.
Con la bandera de las Madres y Abuelas como bandera de lucha y resistencia, la familia nunca dejamos de buscar Memoria, Verdad y Justicia. Batallando contra el poder económico y político local para no profundizar la amnesia colectiva de la desmemoria.

Por Gonzalo Niggli

Desde entonces, la vida a los costeros nos late entre el dolor, la lucha y la organización. Nos abrazamos en cada marcha y sostenemos la palabra cada 25 de octubre con las convicción de que ejercitamos la memoria mediante el arte popular para que la causa no quede impune. Y para que esa palabra, sea aún más necesaria y compartida, hablamos con Julián Jerez, para que nos manifieste en propia voz, los sentires y los pesares de los últimos 21 años de su vida:

“Pienso en lo triste que es, después de 21 años, no estar buscando a Darío vivo y sonriente como siempre fue sino a algunos huesitos todavía escondidos que nos cuenten la historia de qué fue lo que le hicieron. El desconsuelo, me presiona la garganta.
Yo era Julián Jerez, tenía 16 años en octubre de 2001 y vivía desde siempre en Santa Teresita. Mi viejo, un laburante incansable, salió de casa a la mañana, igual que todos los días, no volvió y nunca más supimos de él. Mis hermanitos Joaquín y Germán tenían 15 y 11. Mi vieja, Viviana Zubiaurre, tenía 39. Mi viejo tenía 40. Parecerá medio tonto, pero últimamente pienso bastante en eso porque me voy acercando a la edad que mi padre tenía cuando lo desaparecieron. Y el desconsuelo vuelve a presionar la garganta, pero esta vez un poco más.

Rubén Darío Jerez, mi papá, vendía golosinas en los kioscos y, como changa, trabajaba para una financiera local que daba créditos y financiamiento a la gente en los comercios de la zona. Nos dicen que esa financiera podría haber estado lavando el dinero que los garcas de todas las historias se llevaban de la administración municipal del gobierno noventoso y devenido en dosmilunero del radical Guillermo Magadán, y que enterarse de algo de eso podría haber sido la causa de que hoy no esté con nosotros.
Por el encubrimiento de la desaparición de Darío imputaron a 3 funcionarios municipales: Jorge Grande, Daniel López y Cristian Ibarra; además de dos directivos de la financiera: Alejandro Muñoz y Carlos Subirol. El poder político y económico de un pobre pueblito que se preparaba para la temporada de verano. Que nunca se les va del todo, aunque pasen muchos años. Hace cerca de un año, un medio de alcance nacional informó que tanto Grande como López continúan vinculados a la política, como armadores y financistas de la candidatura del hijo de López, quien en la actualidad es concejal del Partido de La Costa.
El juicio que hizo el poder judicial de Dolores en 2013 los absolvió a todos sin prestarle demasiada atención a la prueba que fundamentaba el encubrimiento porque los jueces, no sé si por miedo o conveniencia, o por las dos, concluyeron que “la desaparición no se encontraba probada”. Absurdo por todos lados. Como si fuera necesario un certificado sellado y no la falta de una persona para probar que no está.
Instancias superiores como Casación y la Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires dieron por tierra con ese fallo y ordenaron la realización de un nuevo juicio, orden que llegó a Dolores 3 días antes de que se cumplieran los plazos de prescripción del delito de encubrimiento. No descubro nada si digo que la administración de justicia es fuerte con los débiles y se hace bastante la boluda con los fuertes. A raíz de esta injusticia y con el apoyo incondicional de la Comisión por La Memoria de la Provincia de Buenos Aires presentamos el caso ante la CIDH.

Mi vieja ahora tiene 60 y se siente orgullosa de sus orígenes vascos. No sé si porque el pueblo de sus antepasados es verdaderamente así o es la imagen que ella tiene, pero dice que es cabezadura, que no se va a morir sin saber qué hicieron con mi papá y que va a lograr que los responsables rindan las cuentas judiciales que deban rendir. Ella se puso al frente de la pelea por la justicia cuando nosotros todavía estábamos atontados por el golpe y el país se despedazaba en diciembre de 2001. Yo, que hasta 2001 fui Julián Jerez, ahora soy Jerez Zubiaurre porque me da orgullo tener una mamá guerrera y porque quisiera, aunque sea un poquito de toda esa fuerza para buscar justicia, aunque no haya.

Miro esa fortaleza y se me vienen a la cabeza todas las madres, nuestras madres, las madres de la plaza y creo que todos debiéramos aspirar a ser alguito de toda esa maravilla que son. Esas madres que no saben lo que es rendirse y son las que nos inspiran en nuestra lucha por la justicia, con la frente siempre en alto y a fuerza de un coraje sin comparación. Nos marcan el rumbo, nos muestran que nunca hay que bajar los brazos y es por ese camino que vamos. No nos van a cansar, aunque pasen cien veces 21 años. Estamos luchando con la misma intensidad del primer día, combatiendo los dolores y peleando, buscando nada más que un mundo menos injusto.
Los desaparecedores y encubridores podrán lograr que parte del poder judicial prescriba las causas que garanticen su impunidad, pero nunca van a poder hacer prescribir el amor de tres nenitos a su papá, ni el amor de una guerrera a su compañero, ni el amor de mi abuela a su hijo, ni el amor de nietos y nietas buscando a su abuelo porque no dejaron que sepan lo que se siente que Darío les dé un abrazo.
Cada 25 de octubre se cumple un aniversario de su desaparición y, como todos los días del año, continuamos ejercitando la memoria colectiva para que nadie más tenga que pasar por algo así y, si el futuro se vuelve un lugar menos triste, lo vamos a sentir como un grito de victoria que libere la garganta”.
Hoy, Darío es bandera y consigna de una familia que resiste y busca saber ¿por qué?. Hoy, Santa Teresita, tiene una calle, un aula del ISFD N°186 y un Espacio Cultural y Comunitario con su nombre. Hoy, desde hace 21 años, Darío Somos Todos.

Imágenes: Memora Activa Darío Jerez

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