Allende. Fue en la moneda

Por Jorge Ezequiel Rodríguez

Aquel 11 de septiembre la oscuridad se llevó puesto a un país para luego expandirse por los rincones de una Latinoamérica de sueños, ideales y conquistas. Ese día, como tantos otros en la historia, la sangre corrió por las calles del pueblo, y la miseria levantó la mano para que los genocidas, disfrazados o desnudos, sigan el mandato del terrorismo del norte. Porque en Chile a la esperanza había que taparla, a la dignidad la tenían que aniquilar, y todo aquel que soñara era una amenaza. Porque 3 años atrás, Chicho, el médico socialista, Salvador Allende, comenzó a hacer historia desde el momento en que ganaba las elecciones la Unidad Popular, y asumía la presidencia. El pueblo, dividido en dos brechas enormes de desigualdad, entre la comodidad y la explotación, la riqueza y la miseria, entre trajeados y trabajadores, y los que no eran ni chicha ni limonada, como decía un sonriente de guitarra, se encontraba con la oportunidad de que sea posible achicar esa distancia entre los que no tenían absolutamente nada y los que se creían dueños del mundo, y que de una vez por todas, en voz y acción del estado, de un gobierno de trabajadores, estudiantes, indígenas, artistas, campesinos, y políticos utópicos, los ciudadanos podían sentir el aroma de la dignidad. Y Chile se dividió, de punta a punta, porque cuando los derechos llegan a personas que nunca los tuvieron, cuando los de abajo sonríen, se abrazan, o hacen propia la calle, a la palabra, y comienzan a tener voz, a dejar de ser invisibles, a los de arriba el malestar les llega, y el odio crece, como la repercusión de la amenaza socialista, como el miedo de otra Cuba en el continente para el imperio de la moralidad terrorista, que enseguida  y sin dudarlo acciona y ejecuta su plan, casi siempre el mismo, que empieza por la desestabilización desde diferentes espacios, para que a la realidad se la vea empañada y escrita por un guion de voz extranjera pero tonada conocida, y fácil de comprar.  Y mientras un gobierno abría paso a la libertad, la nacionalización del cobre, el congelamiento de los precios, el aumento en los salarios de los trabajadores, y la reforma agraria, entre tantas otras cosas, Allende, la Unidad Popular, el pueblo chileno, el sueño de un país más justo y menos desigual, se chocó contra el poder de los que solo saben obedecer,  matar y adoctrinar a punta de fusil y terror. Y acompañados por la lista de los que se repiten en cada golpe de estado de nuestra región; EEUU, grupos económicos de poder, empresarios, cipayos, la iglesia, fascistas de turno, y operadores desde las sombras, gestaron el golpe, pero tenían en claro que a ese gobierno, a esa fuerza del pueblo, no le iban a quitar la libertad tan fácil, y entonces llegaron con los métodos que más conocen y sienten eficaces sin que les tiemble el pulso: bombas, fusiles, arrestos, golpes, torturas, desapariciones, y sangre en las calles. Y fue en la Moneda, donde aquel gran presidente, a mi gusto personal el mejor de la historia de nuestra región, se nos fue y lo fueron para que allí culminara toda libertad de Chile, para que las calles se llenaran de camiones verdes y patrullas, de terror y más miseria de la que se pueda imaginar. Y fue en la Moneda donde el bombardeo anticipó lo que vendría, y un tal Pinochet, tan nefasto como su mirada, se sentó en un sillón para aniquilar a dedo, para romper universidades, para perseguir a todo aquel que pensara, y nos robaron miles y miles de vidas, torturaron a miles y miles de hombres, mujeres y niños, y la sonrisa de Jara quedó estampada en un Estadio que todavía llora con los ojos bien abiertos. Y fue en la Moneda que comenzó el genocidio que luego seguiría con el plan sistemático de aniquilamiento a lo que estos cobardes llamaban subversión, y Latinoamérica ya no fue la misma, el pueblo tampoco, y la historia se escribió con Memoria y con el futuro que no nos pudieron robar. Y ya nada fue igual, como tampoco lo fue cuando en 1970, un hombre entero llamado Salvador Allende, levantaba el puño para demostrar que el sueño podía ser posible y que “más temprano que tarde se abrirían las grandes alamedas por donde pase el hombre libre”.

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