Ay Gastón

Gastón no hace nada en clase. No abre las carpetas, no atiende, no escribe. Gastón molesta a los compañeros, se enoja fácil, se escapa del aula, revolea palos y piedras cuando se enoja. Se encoge de hombros ante los retos, responde groserías o se queda en silencio mirando algo en el aire espeso de la escuela. Pero a veces, a veces Gastón se ríe, echa atrás la cabeza y los trece años le retumban a carcajadas en la boca.
A veces resuelve ecuaciones como Pitágoras y empareja su letra torturada y corre a ayudar a un compañero en apuros. Los profesores no pueden saber qué le pasa, ni los padres, ni en qué momento será Jekyll o Hyde. Lo retan, intentan convencerlo, lo amenazan, dicen que esta escuela no es para él. La madre llora. El padre le habla como a un cachorro.
Gastón corre a veces por la galería, enturbiada su sangre de risperidona, corre sin saber a dónde, corre escapándose de algo que debe ser oscuro y que le habita adentro. No puedo controlarme, dice después, sentado en dirección y mientras los dueños de las instituciones auguran futuros oscuros, otros esperamos, siempre esperamos y atosigamos si es necesario para que esa madre, ese padre, dejen de echarse culpas unos a otros y busquen ayuda que no venga en pastillas, que encuentren un terapeuta que los acompañe a destejer la trama y levantar las puntadas anudadas de este Gastón que llora cuando no sabe qué hacer con eso que le tiembla adentro del alma aterrada. De tu lado, Gastón, me quedo en la
escuela, y me peleo con todos si hace falta y te alojo en este lugar en el que dices querer quedarte. Trabajo éste, el de los psi, que a veces también quisiéramos responder groserías, pero nos hacemos los que sabemos y mientras, buscamos leyes y acuerdos para dejarte anidar hasta que se te sanen
las alas y volando te olvides, o sea sólo una cicatriz tenue, el recuerdo de este Gastón que hoy anda dolido, buscando excusas para que lo quieran.

Un relato de Marcela Alluz, de su libro Brasas. Conseguí el libro en www.libreriasudestada.com.ar

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