Camila Sosa Villada: “Seguiremos aquí hasta que nos deseen”

En un vaivén constante entre el teatro, el cine y la escritura. Allí habita Camila Sosa Villada, que supo usar la pluma para alzar la propia voz. En la adolescencia, su realidad dio un giro cuando abandonó su nombre asignado al nacer y se autopercibió mujer. En ese momento vivía en un pueblo cordobés. En 2013, el Gobierno le otorgó el documento nacional que la identificaba como Camila. La autora de los libros La novia de Sandro (2015), El viaje onútil (2018) y Las malas (2019) acerca el recorrido de su escritura en esta conversación con Sudestada.

Por: Gustavo Grazioli

En los cordones montañosos de las sierras de Córdoba se encuentra Alta Gracia. Una ciudad que por un lado revela un pasado arquitectónico jesuítico y por el otro no se olvida de destacar la figura del Che Guevara (tiene su propio museo). Allí, entre medio de una cultura variopinta, vive la actriz y escritora trans Camila Sosa Villada. Una persona que supo que su identidad no estaba representada bajo el nombre de Cristian Omar y, sin importarle la mirada inquisidora de los demás −sobre todo, la de su padre−, empezó a travestirse y a sentir que entre sus piernas había algo que, más que placer, daba puntazos de cuchillo. Para su padre, la elección de Camila tenía dos destinos: la prostitución y la muerte en una zanja.

Tuvo que sortear la futurología apocalíptica como pudo. El primer intento lo hizo cuando se decidió a buscar trabajos “decentes”. Esos de la vida normal que implican ocho horas de la vida y una “buena presencia”. Pero, según cuenta Camila en su famosa charla TEDX, cuando los entrevistadores miraban su currículum, y luego a ella, se les congelaba el cerebro y no querían saber nada con contratarla.

Después de eso no hubo más intentos de formalidad laboral y tímidamente se empezó a acercar a la calle, más precisamente a la zona roja del barrio Alberdi en Córdoba capital. Quería ver trabajar a un grupo de mujeres travestis. De inmediato, ellas vieron vulnerabilidad en Camila y la adoptaron y le enseñaron el valor de su cuerpo para ejercer la prostitución. Además de trabajo, le dieron una escuela en la que aprendió sobre el amor, la traición, la amistad, el placer por dinero y la muerte.

La vida de Camila, aparte de las rondas nocturnas, también estuvo atravesada por los pasillos de la facultad de Comunicación Social. Probó un tiempo con esa carrera hasta que descubrió el teatro y estuvo otro tanto. De ahí en más su vocación ya estaba designada. La actuación iba a ser el terreno para sumergirse. Previo a que su nombre luzca en los créditos de su obra teatral Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti o reciba un papel protagónico en la película Mía (2011), iba a tipear a un cyber para un blog llamado La novia de Sandro.

A partir de ese antecedente que pululó por la red, sembró la semilla de una escritura imparable que fue tomando dimensiones impensadas y terminó por convertirse en su primera novela Las malas, que editó para la colección Rara Avis de Tusquets, que dirige Juan Forn. Por este motivo y por su vida llena peripecias no apta para burgueses, es que se decidió este intercambio por mail.

−¿Cómo surgió tu acercamiento a Juan Forn? ¿Cómo fue el proceso de trabajo?

−Él se acercó a mí, completamente fascinado. Hay que decirlo. En 2016 fue a verme cantar un poco de jazz en un bar de Córdoba que se llama Alta Gracia. Yo estaba de vestido muy elegante sentada en la vereda, fumando un porro, y un pretendiente veterano, que era su amigo, me dijo: “Juan te quiere saludar”. Ignoranta como siempre, no asocié que fuera el mismo Juan Forn que hacía las contratapas de los viernes en Página/12. Vino, se presentó, fue muy amable y me escuchó cantar. Era el menos machirulo de ese grupete con el que había ido. Todos escritores cordobeses enamorados de su próstata. A los dos años nos encontramos en La Cumbre, en el Filba, luego de ser parte de la misma colección Escribir, que hizo Ediciones Documenta. Fuimos tres autores: él, Leonardo Sanhueza y yo. Y me invitó a escribir en su colección Rara Avis. “Lo más raro que tengas”. Yo había escrito la historia de “La tía Encarna” y se la mandé. Le gustó y empezamos a trabajar. Había sumado algunas cositas autobiográficas que estaban y él me pidió que las dejara. Nunca sabrán qué fue cierto y que no.

−¿De qué forma describirías tu primer acto de travestismo?

−Lo cuento en El viaje inútil. Ese libro que forma parte de la colección Escribir. Me hice mi propio alterego. Escribí sobre mí misma como mujer. Se llamaba Soledad. Me abrí paso a la vida a través de la escritura, probé suerte si se quiere.

−Dijiste que tu padre sólo vio dos caminos posibles en tu travestismo: ser prostituta y aparecer muerta en una zanja. Ahora que lo podés ver con más distancia, ¿qué le responderías?

−Era lo que había aprendido a decir para llevar un orden en su vida. Lo más fácil de decir: condenar, amenazar, prometer. Así es como se estructura el mundo. Cualquier fuga debe ser impedida, cualquier renuncia o cualquier pérdida. Quien se encarga de eso es el varón, el padre. Eso es ser un hombre, ¿no? Formar a otros hombres y mujeres en esta fábrica de horror que es la humanidad. Pero bueno, ahora, cuando lo veo, le digo: “Pá, haceme un asado”… o “Pá, haceme un pollo al disco”. O “Pá, necesito que me hagas un perchero”.

−¿Se podría decir que ese infierno al que trepaste con las travestis de Parque Sarmiento para ejercer la prostitución tuvo su primavera con este libro?

−No, no lo diría. Eso sería darle un carácter reivindicatorio a un libro que escribí con una inquietud innombrable. Yo escribí un libro y ya, los heterosexuales no lo toleran. Los pakis, les digo yo, no toleran que una escritora trans no sea sólo escritora. Debe ser militante, peluquera o prostituta. Porque escribir también fue y es siempre un privilegio de clase. Y cualquiera que no pertenezca a esa clase y escribe, debe tener algún motivo oculto que el sólo placer o dolor de escribir.


−Como es una entrevista a distancia y sin contacto visual, me gustaría que me describas tu casa y me cuentes cuál de todos esos ambientes es tu favorito y por qué.

−Vivo en un departamento, en el último piso de un edificio en el centro de Córdoba. Tiene tres ventanas gigantes que miran al este, de manera que cada mañana la luz entra a mi casa y se queda hasta el mediodía. Es muy chiquito y se rompen muchas cosas. Ahora mismo, mientras te respondo, hay un gasista instalando un termotanque. Pero me gusta porque estoy bien lejos y arriba. “No hay nada mejor que casa”, cantaba Cerati. La mía está llena de colores, hay quien dice que parece un camarín. Hay libros apilados y recuerdos de viaje que juntan polvo. También regalos que me hacen algunas personas. Los tres mini balconcitos que hay en cada ambiente están ocupados por plantas, apenas puede pararse a fumar una persona. Mi cama es mi lugar preferido en el mundo. Apenas tengo unas horas libres me preparo un té, alguna cosita rica para comer y escribo acostada o miro una película o duermo. Cojo muy poco, es cierto, ahora mismo no tengo una alegría desde el año pasado. Pero he sido muy feliz en esta casa. La compramos con un ex, con el que vivíamos juntos y el día que la armamos estuvimos toda una tarde haciendo el amor con tanta suavidad que cuando lo escribo me dan ganas de llorar. Nunca más alguien estuvo dentro mío con tanta ternura.

−¿En qué momento sentís que te empezaste a querer?

−Cuando escuché a Lohana Berkins decir: “si volviera a nacer, elegiría ser travesti”. Ese fue el mejor regalo que alguien me pudo hacer. Yo creía que era lo peor que me podía pasar, ser distinta, ser así como era. Y ella lo dijo con una sonrisa, con un orgullo… que yo lo tomé como si me dijera “no hay nada malo en vos, no cometiste ningún error. Sos hermosa, sos fuerte, has sobrevivido a lo peor de la humanidad, que es el genocidio cometido”. Me quise, entonces, y supe que, como dice Susy Shock, el problema es la humanidad.

−¿Las palabras te curan?

−Sí. Estoy convencida de que las palabras curan. No las escritas, esas palabras son escritas y ya. Pero sí las que se dicen, las que se hablan, una y otra vez, con tu analista, con tus amigues, con las personas que saben escucharte. Las palabras curan. Por eso, cada vez nos quitan más y más palabras; para que pensemos que lo único que nos cura es un Iphone o una pantalla LED de 32 pulgadas, o un par de zapatillas o un marido o un hijo.

−En Las malas aparece la violencia extrema, sí, pero también parece prevalecer una especie de exorcismo de esa furia que busca desesperadamente algo de belleza. ¿Qué hay de eso?

−¿En qué mundo viven que la violencia que aparece en Las malas les resulta llamativa? La belleza existe, el tema es que los demás sólo encuentran bellas algunas cosas muy puntuales. A mí, ponerme un lápiz de labios pastoso y barato, que era como untarse mierda con color en la boca, me parecía de las cosas más hermosas que había. Salir a la calle pintada, faa… qué belleza. La belleza de Las malas no intenta exorcizar nada, es porque es y porque sé escribir la belleza.

−¿En algún momento del proceso de escritura tuviste la sensación de reprimir algo de lo que querías contar?

−¡No! Jamás reprimo nada cuando escribo. ¡Si lo hiciera sería una pelotuda! Yo quiero hacer otros mundos, escribir otras formas de vida, describir otros paisajes. Si llego a reprimirme alguna vez, entonces mejor me dedico a ser prostituta otra vez, o formo una familia.

−Triunfó La novia de Sandro…

−Jajaja, qué bonito. Yo pienso que no he ganado nada. Ninguna guerra, ninguna estabilidad. Seguiremos escribiendo, peleando, haciendo teatro. Seguiremos amando, muriendo y abrazándonos. Seguiremos aquí, hasta que nos deseen. Hasta que nos cojan con amor.

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