César González: “tengo una mirada del arte completamente política”

César González es poeta, escritor y cineasta. En su último libro, El fetichismo de la marginalidad, reflexiona sobre algunos conceptos claves que se vinculan con la cultura, el cine y las clases populares. Con un foco puesto en el barrio, César aporta una mirada crítica, a contrapelo de la historia, pero también en el presente que nos atraviesa. En diálogo con Sudestada, conversamos sobre su obra y esos ejes que acompañan todo su producción artística.

Por Natalia Bericat

Pensaba en tu biografía. De alguna manera somos lo que hacemos, lo que escribimos, las películas que hacés, en tu caso. Es difícil fragmentar tu laburo y más bien lo entendemos como un solo material entramado ¿Cuáles son esos hilos que unen tu trabajo, esos puntos de contacto? 
Hay muchos. A lo largo de mi filmografía he explorado distintas formas y distintos contenidos. Tengo películas que, en su mayoría, abordan el mundo de los barrios populares desde una mirada impregnada de lo biográfico, no necesariamente personal, sino historias que he conocido pero también he hecho otras como Castillo y Sol o una próxima que voy a estrenar, codirigida con Sofía Gala, que también es bastante experimental. Pero siempre hay una preocupación y necesidad de hablar de los problemas actuales y que a la vez son atemporales del ser humano. Obviamente que cuando aparecen los barrios populares lo que abunda es la violencia que se vive en estos lugares, una naturalización de ellas y un foco puesto en la mayor parte de mis películas está en las juventudes ( quizás por una cercanía). También es como mirar a ese joven que fui en su momento y que sigo viendo por los barrios.
Tengo una visión del arte completamente política en el sentido de que no se puede separar el arte de la vida porque sin vida no existiría el arte. El arte no es un ente abstracto que es interpretado por entidades abstractas, es realizado por seres humanos, con sentido, emociones y quienes consumen ese arte son seres humanos. No creo que el arte tenga la capacidad de transformar el mundo ni de sanar, pero sí que puede hacer pensar, hacer ver lo que no se ve o hacer ver mejor lo que ya vimos desde otra perspectiva. 

Has dicho que sos un turista en tu ciudad. Hay una mirada de un paseante, esa figura del flâneur de la que escribe Baudelaire. Una mirada que va paseando y que va recogiendo lo que otros desechan. Ojo político: una cámara que muestra esos fragmentos, una realidad que el cine tradicional no aborda. ¿Cómo es ese trabajo, cómo planteas la mirada, la cámara?
Lo de figura del flâneur, y el caminante que trajiste de Baudelaire es un concepto muy importante para mí. En una película,  que es Lluvia de jaulas, justamente yo muestro eso: como es el salir de una villa a la gran ciudad porque es algo que vengo diciendo mucho. 
Cuando dicen que hay que hacer cosas por los invisibles, lo que se autoperciben salvadores, los indicadores de lo que los pobres deberían pensar o hacer, yo lo que digo es que no somos invisibles, para nada, porque nos ven, sí que nos ven. Hay una sola representación para mí del mundo de la villa, la cárcel, la marginalidad. Hay una industria de ese morbo, entonces invisibles no somos. No hay un mecanismo de invisibilidad como suele decirse, todo lo contrario. Hay una hiper visibilidad de los pobres. El problema no es que no se los ve, sino como se los ve.
Prendemos la tele y algún noticiero va a estar abordando algún caso de “inseguridad”, el narcotráfico, que solo se asocia a las villas o los pobres.  O canales que tienen transmisiones de horas y horas del tema, como Crónica Tv. Entonces sí, trato de invertir el punto de vista de la cámara. La cámara siempre apuntó hacia adelante y yo invierto esa mirada y, como digo en mi libro Fetichismo de la Marginalidad, trato de plantear la realidad invertida. En vez de que los pobres siempre sean los otros, la villa, la periferia ¿Qué pasa cuando la villa es el centro y cómo vemos nosotros esa otredad?
La vida de clase media nos resulta ajena y periferia, pero la propiedad de categorizar, de definir, la produce la clase media o el capital cultural y simbólico que es siempre parte de un mínimo de capital económico, siguiendo más o menos la estructura de Pierre  Bourdieu.
Yo muestro que la experiencia de un pobre, cuando sale de un barrio es una experiencia dónde está sometido a una hostilidad constante, a unas miradas de miedo permanente, algo que no sucede de forma no verbal ni explícita. Ni el periodista más fascista se anima a decir en público “tiramos una bomba a las villas y se solucionan todos los problemas”, pero sí es algo que circula en el sentido común. Yo creo que una persona de clase media se siente de local en la ciudad, en cambio una persona que vive en una villa le hacen sentir todo el tiempo que es visitante: un peligro, una presencia completamente necesaria para la vida de esta sociedad, porque hacen los trabajos que nadie quiere hacer, las funciones en las que la clase media y alta serían un fracaso.
Entonces hay una gran diferencia de experiencias, como experimentan esos cuerpos el tránsito, la vida en la ciudad. Hay un complejo de inferioridad que nos impregnaron, entonces a todo aquel que nos viene ayudar le tenemos que hacer un altar, y el “por favor” y el “gracias” como las primeras palabras que estamos obligados a decir. Cuando alguien me arrebata el fuego prometeico y reivindica que nada de lo humano nos tiene que resultar ajeno, como decía Marx, que cuando decía eso es un buen llamado a los obreros para que crean en sus capacidades artísticas, creativas, poéticas, reivindicar sus capacidad más inmateriales, intelectuales. Siempre cito un libro que es magnífico en ese sentido que es “La noche de los proletarios” de Jacques Rancière donde cuenta la historia de muchos obreros que al terminar la jornada en la fábrica se juntaban a escribir poemas, y algunos poemas eran realistas, pero otros un presagio del surrealismo.
Es muy importante reivindicar que no tendría  que ser una anomalía que un pibe de la villa hable de los mismos temas que en otras clases es normal. Tenemos naturalizadas un montón de divisiones, separaciones y encima como que hay que celebrar que haya alguien que se preocupa por esos otros. Obviamente que hay un fascismo que propone barrer esa otredad, que nunca sería cierto porque si sucediera quedaría un vacío inmenso en la división del trabajo. Ponele que tiran una bomba en las villas y hacen una solución final tipo el nazismo con los pobres, quiero ver quien va a ir a agarrar una pala. La clase media seguro lo haría, pero se cansaría rapidito posiblemente. 

El otro día te escuchaba con Berco cuando hablaban de la invisibilización. Ese ejercicio que vas haciendo de frenar y pensar. Sos muy reflexivo del uso del lenguaje. ¿Te pasa con el libro cosas que volviste a leer y seguir reflexionando?
La cuestión de la invisibilidad nunca me cerró. Creo que es importante que haya personas que se interesen en ir a ayudar en los barrios porque sino viviríamos en un mundo mucho más aislado y egoísta que el que es actualmente. Hay cuestiones que las podría haber desarrollado mucho más, y haber fortalecido conceptualmente, pero creo que lo central que era intentar mostrar la perversidad que hay en ese mecanismo de fetichización sobre el universo de las clases bajas en la televisión y el cine, lo logré.

¿Estás escribiendo cuestiones que tienen que ver con la realidad actual? 
Sí. Estuve trabajando durante el 2022 en términos literarios es una autobiografía que espero que se publique a mitad de año, que no abarca toda mi vida, sino un fragmento del momento en el que caigo preso y termino cinco años allá adentro. Volviendo un poquito para atrás, con la cuestión del lenguaje, que es una de las cosas que más aparece en el libro y es la reivindicación del dialecto villero, ese lenguaje propio, un sub-idioma dentro del idioma formal porque creo que hay una potencia poética que nadie venía diciendo. La verdad es que hubo muchas cosas que sucedieron en las villas en el pasado. En términos artísticos, poetas villeros hubo siempre pero no tuvieron la repercusión y difusión necesaria. Yo veo en la forma de hablar de los pibes un lenguaje acompañado de lo corporal y el silencio. Para mi son “Neologistas sin diploma” (como el título del capítulo de mi libro). Están todo el tiempo inventando nuevas palabras, nuevos significados. 
Obviamente viene desde el lunfardo, pero es uno que se actualiza, dinámico. Y que lo actualizan pibes que quizás no saben leer o que no leen filósofos del lenguaje del siglo xx. Reivindico esa potencia porque lo que yo encontré a lo largo de mi vida es que hay un sistema que ve eso como una aberración, es hablar mal, y el pibe o la piba no se da cuenta de que ahí hay un acontecimiento político. Por algo existe el término neologismo, por algo es una escuela filosófica esto de estar renovando el lenguaje. 
En cambio, desde el aparato escolar y sectores militantes, se lo siente un error porque quedan afuera. Como cuando nosotros escuchamos hablar a los chinos o paraguayos en guaraní, pasa con el dialecto de las villas. Como no lo entendemos lo rechazamos y pretendemos anularlo. Para mí, los pibes son poetas sin que lo sepan y sin que hayan escrito un libro. Me pasa de compañeros que me dicen “si yo hablo así, cómo puede haber algo interesante”, y se lo empiezo a explicar y después le digo: “mirá, hoy lo que garpa, lo que se baila los fines de semanas son géneros que hacen un culto de nuestro universo”. El tema es que ese lenguaje llega de una forma muy servil al mercado por algo es tan popular. Pero cuando se usa para algo más profundo no tiene tanto alcance mercantil. 

Hay negación y silenciamiento de esos usos pero ¿no te parece que también hay una apropiación de esos términos de las clases populares?
A mí no me interesa ponerme en papel de defensor. No me molesta la apropiación, me parece que es un tema bastante problemático porque entonces yo no puedo ver ninguna película hecha por un blanco europeo o hacer una película que transcurre en el siglo XVII porque me estaría apropiando de algo, creo que no. El arte es libre y hay que reivindicar eso. El problema es quien se lleva  los laureles. El problema es que no veamos que en el Cine Nacional que llega a cartelera están compuestos por personas que parten un 99% de una misma clase social. Pero ese no es el problema definitivo, porque si es por eso directamente no habría historia del cine.
El cine empezó siendo misántropo. Los hermanos Lumiere eran empresarios y lo primero que filman son a sus propios empleados de una de sus fábricas. Es una filmación maravillosa, y es justo que esa haya sido su génesis porque a lo largo de la historia del cine esta forma de mirar de los Lumiere se ha repetido una y otra vez.
Tenemos muchas obras maestras de personas que decidieron reflejar una realidad ajena. La sensibilidad humana no tiene que ver con su clase social, en todo caso uno tiene que ser capaz de ser consciente de cuántas prisiones nos instala esa división de clases. El lugar de origen social es de por sí un punto de vista, el problema no es a dónde apunta la cámara sino, cómo percibe la cámara esa realidad ajena. Uno tiene que luchar contra la experiencia de su vida. Uno ve la historia del cine, que hubo tantos cineastas revolucionarios, combativos, y hoy en cambio mucha gente piensa que mientras más apolítico sea el arte pareciera que más profundo es y que si vos hacés algo que habla de las cosas concretas del mundo no estás haciendo arte, sino un panfleto.
Esto va de la mano del triunfo del neoliberalismo, de una sola visión del mundo después de la caída de la Unión Soviética. El arte expresa su tiempo siempre. Hoy el cineasta más revolucionario es el que se aguanta editar sin aire acondicionado. Porque la mayoría en su experiencia tuvieron muchas comodidades y las tienen naturalizadas. No corren un riesgo y se arriesgan muy poco en el arte porque se arriesgan muy poco en la vida. Eso es lo que pasa cuando van a un barrio, una cárcel, expresan lo que está cargado en su conciencia e inconciencia. Es interesante ver que afirman a las clases sociales más bajas como inferiores, animalescas, salvajes, para chiste, una romanización extrema o una cosificación extrema. 
Eso como gran síntoma general. Puedo mencionar alguna que otra película nacional que no cae bajo esas fuerzas estigmatizadoras, pero la mayoría cae en esos esquemas una y otra vez. Hace poco vi una obra de teatro que se llama “El faca”, que es como un desprendimiento de El Marginal y está en la calle Corrientes. Y te puedo mencionar cosas que salen todo el tiempo como novelas y series. Lejos de que haya un cambio, creo que es cada vez más abrumador el triunfo de ese punto de vista. 

En el festival de Cine vi varias películas, como El Suplente, donde hay muchos actores que no estudiaron actuación, no actores que son parte del territorio, del barrio ¿Te parece que este sistema de no actores puede favorecer en un cambio en el cine?
No creo que sea un bien en sí mismo utilizar actores no profesionales, por decirlo de alguna manera. Está bueno que le den trabajo a pibes y pibas de barrios populares. Pero si después terminan siendo monos de circo, tendrán un “actor real” pero para perpetrar lo que decía antes. Yo no creo que sea tan fácil como que ellos actúan de lo que son en la vida real. Porque cuando se prende una cámara de por sí surge una intimidación, una vergüenza en cualquier ser humano. Entonces no es automática la transpolación de actuar como se vive.
Por más que vivimos en una sociedad mediatizada por los dispositivos visuales, la cámara te sigue intimidando si no tenés incorporado el oficio. Si bien no estudiaron actuación han tenido que estudiar, sino es como que estoy escondido y filmándolos como son, nunca fue así. Siempre hubo un gran trabajo en la puesta en escena, hay mucha repetición, construcción, sí nunca usé un guion de hierro. No podía demandar a un pibe que no sabe si va a comer a la noche pedirle que se estudie un guion, entonces lo construimos de una forma verbal, planteando objetivos, el significado de la escena y lo que tenía que suceder.

Hay muchos pibes que aparecieron en mis películas que ahora están presos, otros baleados, otros que han fallecido y están ahí. En mis películas traté de que los pibes cuando la cámara se prende no apaguen la vitalidad que emanan, porque se prende la cámara y lo que son en la vida real se esfuma, pero eso tiene una razón de ser histórica. A mi me pasa que cuando voy a grabar a otros barrios y estoy con un equipo de filmación recibo una merecida hostilidad hasta que cuento qué estoy haciendo. Y es justo y necesario que sea así. La cámara se ganó esa desconfianza en los barrios. 
La gente está acostumbrada a que vengan a grabar con fines completamente de estigmatización, banalización, ridiculización. Está bien que las cámaras reciban esa hostilidad. También algo que se naturalizó, y donde hay mucho para reflexionar, es en el hecho de que la gente de los barrios tiene una necesidad desesperante ante las cámaras de pedir perdón y aclarar que en las villas hay gente buena. Cuando hacen una entrevista en un barrio de clase media no están aclarando eso. Nunca escuché. El supuesto buen periodismo o muchas supuestas películas humanistas van con ese objetivo y nos dicen: “ esta vez vamos a mostrar el lado bueno de las villas, el lado malo ya se mostró un montón”. Pero, primero; ¿Qué es el bien, qué es el mal? Y ¿por qué solo una clase social está obligada a demostrar no pertenecer al mal?
Los pobres buenos son aquellos que viven solo para trabajar, que no contestan, no piensan, que no se animan a jugar el mismo juego de los que no son pobres. La aclaración moralista es un mecanismo perverso y una expresión muy evidente de la lucha de clases en el ámbito cultural, artístico y de los medios de comunicación.

Sí. En el libro mencionás cuando salen titulares del tipo:  “mataron a un buen chico  como si se hubiesen equivocado de espada”…
Solo lo asocian cuando matan a un pibe que era pobre, pero que no andaban robando. El término gatillo fácil se usa para eso, y todos deberíamos reflexionar sobre eso. Entonces… ¿Cuándo roba está bien? ¿el pibe se lo” ganó”?. Y es algo que sucede en los barrios hoy en días, dicen “ese es un zarpado, en algún momento lo van a matar” y cuando lo hacen dicen que se lo ganó. Primero que me afecta desde un lugar personal, porque yo fui ese pibe y yo podría haber muerto tranquilamente. Tengo 6 balazos encima.  Sería una forma de negarme a mí mismo. Desde un lugar impersonal no veo más que una sociedad que se miente en su consuelo, que cree que cuando linchan a uno que se robó un celular son superhéroes. Obvio que te roben es traumático… 

Pasa en la actualidad con la manipulación de los medios. El caso de Fernando generó eso de “que se mueran todos en la cárcel”. Opera dentro y fuera de los barrios…
Yo no tengo esa visión. No creo que el ser humano sea un autómata. No pienso que los medios manejan la cabeza de las personas con un control remoto. Creo que es un espejo que no se sabe quien refleja a quien, pero también si los medios ven que lo que mide es esa forma de comunicar e interpretar ciertos hechos es porque hay una sociedad que quiere eso. 
Cuento siempre la anécdota que está en el nuevo testamento después de que resucita Jesús y está el apóstol Tomás van y le dicen “Jesús resucitó”, y él dice “¿cómo? si yo lo vi muerto, sino lo veo no lo creo”. No es que Jesús le dice “tenés que creer igual”. Se le aparece, y Tomas ve las marcas y Jesús le dice pasa el dedo si no lo crees. Entonces una sociedad judeocristiana, yo me considero ateo pero la sociedad es eso, se jura por Dios y la patria en el Congreso, y por los santos evangelios hasta hoy. El cristianismo partió desde ahí: “si no lo veo no lo creo”. Si yo creo que los pobres son malos, necesito verlo, esa creencia de que en las villas es el único lugar que habita el mal necesita imágenes que la respalden. Ahí es donde el ciudadano exige. “Yo odio a los pobres y necesito cosas que me avalen mi creencia”. Son todos apóstoles Tomás y los medios vendrían a ser Jesús. 

Quería escuchar tu experiencia de Poesía Ya! Está bueno que tu poesía ocupe esos espacios. 
Fue algo muy hermoso la actividad. Había muchísima gente, me produjo una gran alegría y fue una actividad mixta. Leí algunos poemas, proyecté un nuevo cortometraje que se estrenará muy pronto, que se llama “La vitalidad de los muertos”, el cierre estuvo a cargo de raperos y una cantante de origen popular así que fue un oasis plebeyo y villero en plena capital. 

Hay algo lorquiano en tu poesía. Una reiteración de la noche y la luna. Además de ese trabajo con el ritmo y las imágenes poéticas que hacen que “Rectángulo y flecha” sea un poemario muy poderoso.. ¿Nos leés alguna de tus poesías?
Tengo una obsesión lunática. Mi primer poemario “La venganza del cordero atado”, empieza “esta noche hay luna llena”. Tenés razón. No me había dado cuenta…
Este libro quiero decir que estuve mucho tiempo preparándolo. Fueron siete años entre el tercero y este que es el cuarto. Es un libro muy diferente a los anteriores. Me propuse trabajar el lenguaje desde otro lugar: la forma y riqueza del vocabulario. No podemos reducirnos al dialecto porque estaríamos haciendo una romantización. Acá estoy hablando de una manera en esta entrevista, pero cuando estoy hablando en el barrio hablo de otra manera.

BUCLE CORRESPONDIENTE
En esta guillotina consentida
a nuestra capacidad hechicera
doctrina clínica de las castas
nos bombardea con sus artilugios de reflejos
orzuelo que flota de ojo en ojo
máquinas que producen
la ventura sin salvajes
portón custodiado por furiosos voluntarios
oriundos de la lástima
las libres vitrinas de la censura
alameda de rayos x
relajados en nuestra impunidad
un día lo real
nos acribillará por la espalda
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