“Ciudad oculta”: entre este y otros mundos

El 16 de mayo se estrenó Ciudad oculta, una película dirigida por Francisco Bouzas que habla de la pertenencia a un lugar y la construcción identitaria que se forja dentro de las murgas de los barrios. Se puede ver en el Cine Gaumont y espacios INCAA de todo el país. En febrero de este año, fue presentada de forma internacional en la Semana de la crítica de Berlín.

Por Mariela Gurevich

La película comienza con una canción que habla de una historia de amor. Una historia de amor entre un muchacho y una murga, entre un muchacho y una forma de vida. Tal vez ese muchacho sea Jonás, el protagonista del film, o tal vez sea el mismo director de la película, Francisco Bouzas, quien cuenta en algunas entrevistas que esta filmación es producto de muchos años de amistad con la gente del barrio.  En un principio, el proyecto era documentar la formación de una murga llamada “Los locos no se ocultan”, pero luego de casi diez años, ese proyecto derivó en lo que hoy es Ciudad oculta. De ese afán documental quedan fragmentos que se mezclan con la narrativa de la historia de Jonás, la murga y el barrio dándole así un carácter híbrido a la definición genérica del film. 

Ciudad oculta, además de identificar la zona geográfica en la que viven los protagonistas, va a mostrar una duplicación, otra forma de existencia por debajo de eso que se nos aparece como lo real. Un lugar fantasmal, ligado con el mundo de los muertos que se va a ir metiendo en la vida de Jonás para mostrarle otras cosas que suceden al mismo tiempo que en el mundo de los vivos. Jonás va a estar en el límite, ni en un mundo ni en otro, porque él “anda en una” y “parece un fantasma”. Jonás, ese que se ausenta de los festejos, que es hostigado por la policía, que no sabe bien qué le pasa, que tiene apariciones de su amigo Iki Dosantos, asesinado en una esquina del barrio, va a ser el elegido para cruzar al otro mundo. Como una resonancia bíblica, como ese que no quiere seguir los designios divinos, pero al final los termina aceptando, este Jonás también, a pesar de las dudas y del miedo acepta ir a visitar a su amigo muerto y al mismo tiempo se convierte en el portador de ofrendas a los otros: los injustamente muertos del barrio que habitan esa otra Ciudad oculta que incluso parece ser más tranquila y pacífica que la real. Porque el miedo que lo mueve a cruzar el portal que se encuentra en la comisaría del barrio es la “emoción más importante y más primitiva. Sin miedo no hay estrategia defensiva, no hay escapatoria”. Este miedo del que habla la película es el que viven también los jóvenes perseguidos y estigmatizados por un Estado que, como dice el director, “asesina cada 20 horas a una persona, y son los jóvenes las principales víctimas de esa violencia y, por lo tanto, los únicos protagonistas de esta película”.

No es casual que la peluquería donde trabaja Jonás esté ambientada como una especie de selva. La jungla es la realidad en la que les toca vivir a los pibes y pibas del barrio, es el día a día, mientras que el mundo de los muertos pareciera ser un lugar tranquilo, sin el acecho constante del peligro de la policía. De hecho, en la escena en la que Jonás habla con Iki que está muerto y vestido de murguero, Iki parece estar más vivo que antes, despojado de todo lo que lo atormentaba y ambos pueden hablar de cómo despidieron a uno del trabajo o de temas de todos los días como si nada. Como dice Bouzas, lo siniestro y lo terrorífico no está en el pasaje a ese otro mundo sino en lo bien real: las fuerzas del estado. 

La intensidad de la música de murga y de carnaval nos coloca constantemente en un mundo festivo, pero también en un mundo nostálgico. Las notas melancólicas del murguero tocando solo contra una pared también son los conflictos del sujeto consigo mismo y con la comunidad, los conflictos que Jonás tendrá que resolver para volver a estar en el lugar al que pertenece, a no escindirse del grupo, de la murga que es su lugar de contención. Porque en definitiva, para Jonás y para todos y todas, volver a existir es volver a tener un lugar dentro del grupo, de la comunidad. 

Francisco Bouzas (1989, Argentina/Brasil) realizó el Máster en Creación coordinado por la EQZE, UPV, SSIFF y Tabakalera CICC. Es licenciado de la Universidad Nacional de Artes y ha participado como director del Berlinale Talents BA.
Su película Los locos no se ocultan (2015) se presentó en Ciudad Oculta en una función para 500 vecinxs. La cuarta dimensión (2018), su ópera prima, fue estrenada y premiada en el 20 BAFICI.
Sus películas se han programado en festivales, muestras y salas de países como Argentina, Austria, Brasil, Bolivia, Chile, Estados Unidos, México, Sudáfrica y Japón. Pertenece al colectivo Antes Muerto Cine.

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