Como un rayo se nos fue Florencia Kusch

Por Marcelo Valko

Hay golpes en la vida tan fuertes, yo no sé…” dice con razón el poeta César Vallejo. Como tantos otros conocí a Florencia cursando su materia Arte Precolombino en FFyL, me llamó la atención de inmediato por su excepcional inteligencia, competencia iconográfica y su particular estilo. En aquel entonces se fumaba en las aulas y ella lo hacía, en ocasiones parecía escondida detrás de la cortina de su pelo mientras buscaba la siguiente diapositiva para explicar la evolución de los diseños Aguada o Condorhuasi. Ese mismo cuatrimestre nos hicimos amigos. Comencé a ir al Museo Etnográfico donde ella tenía su espacio de trabajo y conversábamos de tantas cosas. Y así como de la nada me invitó a participar de sus prospecciones arqueológicas en el norte riojano. Viajamos unas cuantas veces. De allí surge mi libro “Ciudades Malditas Ciudades Perdidas” editado por Biblos. Incluso en unas vacaciones de invierno fuimos en banda a ese desierto hermoso. Florencia llevo a sus dos hijos Pablo y la Pupy y yo a mi hija Ayelén y de paso ella trabajaba en lo suyo y yo con las variaciones del mito. Aquella vez también se coló una “pendulera”, una mujer que aseguraba que el movimiento de su péndulo que sostenía con una cadenita indicaría enterratorios ocultos, energías ocultas y tesoros varios, pocas veces nos reímos tanto. Florencia tenía una apariencia frágil, algo etérea pero era todo terreno como se aprecia en esta foto subida a un tractor al que le hicimos dedo para que nos acerque unos kilómetros en alguno de esos viajes que en este momento de su ausencia me parecen irreales, de otra vida.Tantas veces vino a cenar casa, le gustaban unas empanadas de atún y queso (una de mis escasas especialidades) y hablábamos de nuestros proyectos, siempre le insistí en que debía publicar sus numerosos trabajos en un libro que sin dudas sería extraordinario. Incluso me ofrecí a ayudarla en el armado y conexión de los trabajos, pero me decía que había tiempo, que estaba con otras cosas. Siempre me pareció tan injusto este sistema que la obligaba a correr de un lado al otro dando clase cuando ella era una investigadora nata, exquisita que necesitaba tiempo para ello.

Si hubiese nacido en Suiza le hubiesen puesto un museo a su disposición. Me acompañó en la presentación de algunos libros como en esa foto junto a Calica Ferrer y Laplace, me invitó a dar algunas clases especiales en varias de las materias que dictaba. Su casa de Munro, donde tenía parte de la biblioteca de su padre, tenía un gran desorden, pero ella encontraba las cosas que buscaba algo que siempre me hizo acordar un poco a la organización anárquica del Tugurio de Bayer. Tenía un corazón tan generoso que la llevó a militar políticamente en organizaciones de base en busca de una Patria Justa y Fraterna y ni que hablar de su preocupación de muy buena mamá con sus hijos. Una muy digna hija de Rodolfo Kusch. Durante estos años de pandemia no nos vimos, pero hablamos muchas veces por videollamada prometiendo encontrarnos a la brevedad. Y ayer a la noche, cuando volví contento de la Feria del Libro tras una presentación me enteré de la enfermedad fulminante y el desenlace y sobrevino en mí una gran orfandad. No sé más que decir. Como afirma el manuscrito sobre la Tragedia de Atahualpa “no hay corazón para olvidarte.

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