Por Editorial Sudestada
“Todos los días un argentino de bien padece delitos cometidos por menores que quedan en la impunidad”, argumenta Cúneo Libarona -menemista y entre tanto defensor de barra bravas-, pero a excepción de la palabra “menores” no sabemos si habla de sus socios timberos como Caputo -que jamás dio cuentas del afano del préstamo del FMI-, de Sturzenegger, Cavallo, el clan Menem, la corrupción de los rugbiers en el Ministerio de Capital Humano, de los “periodistas ensobrados”, o los bolsillos llenos en Diputados y Senadores. Porque si hay impunes en este país, estos nombres lideran todas las listas. Pero no, Libarona y Bullrich promueven bajar la edad de imputabilidad a los 13 años.
El manual de la ultraderecha. Buscar que los menores vayan a cárceles comunes, a pabellones, y por el mismo lado promover la miseria, el ahogo a los barrios, la exclusión con hambre y desempleo, y que los verdaderos delincuentes -de traje y Poder- sigan con la impunidad que los caracteriza.
De la lucha contra el narcotráfico, nada. Ni un solo efectivo. Ni una sola investigación seria. Ni una ley directa. De hecho, las leyes que ejecutan desde decretos y la firma en el Congreso, blanquea la entrada narco, los capitales a los que nadie preguntará de dónde vienen.
Bajar la edad de imputabilidad no soluciona la problemática del delito, en todo caso estigmatiza, y profundiza la violencia social contra las infancias. Tal es así que Libarona -que de delincuencia conoce y mucho- argumenta que los pibes de los 80 no son los mismos que ahora, para contrarrestar la ley de imputabilidad de aquellos años que todavía está vigente.
En un país en el que 7 de cada 10 pibes son pobres, en vez de generar una política de igualdad, salen a la cacería contra los pibes, apoyados en el discurso fascista de un sector de la sociedad que desde sus privilegios pide “cárcel o bala”.
En la supuesta pelea “contra” la inseguridad, ¿van por los narcos? No. Pero sí con los pibes de 13 años para mandarlos a cárceles comunes, hacinadas, sin derechos, y con la persecución a los barrios.
Imagen: Pablo Aneli