La avanzada minera con vistas a abastecer a tecnológicas y automotrices no se agota en el litio. La presencia de elementos y materiales que demandan europeos y estadounidenses desvela a organizaciones de empresarios y entidades nacionales, que ya sueñan con nuevos yacimientos. Genocidio y contaminación, en el ADN de estos minerales.
Por Patricio Eleisegui
Que la explotación de litio es una obsesión para tecnológicas, automotrices y proyectos políticos como el anterior y el actual es algo que a esta altura ya no se discute. Una muestra cercana de este interés está en la decisión oficial de una ley de “movilidad sustentable” que, prevista para ser tratada en las inminentes sesiones extraordinarias, no es más que una excusa de la cartera de Desarrollo Productivo que encabeza Matías Kulfas para consolidar la minería en los salares de la Puna.
Pero la voracidad extractivista lejos está de agotarse en el litio que hoy se explota en el norte. Hay otros anhelos que crecen. Alentados por un aparato doméstico minero, técnico y dirigencial que no deja de esforzarse por vender a la Argentina como un territorio clave para la bonanza económica del capital trasnacional.
Es a partir de esa perspectiva que en el seno de la actividad minera comenzó a profundizarse, mayormente en la última década, la búsqueda local de aquellos elementos que enceguecen sobre todo a los fabricantes de vehículos “verdes” y la electrónica en general. Lo preocupante es que estos materiales yacen en el subsuelo argentino.
Y arrecia la decisión de generar negocios en torno a su extracción en el corto plazo.
Uno de estos minerales es el coltán, protagonista de una historia de sangre y fuego en latitudes como África. Este mineral fue el principal argumento detrás del genocidio que inició en la República del Congo –territorio que concentra el 80 por ciento de las reservas mundiales del material– a partir de 1998.
La pugna por el control del coltán –material compuesto por columbita y tantalita o tantalio– dio pie a una contienda que se extendió por 5 años, enfrentó a fuerzas armadas de 9 naciones y provocó 5 millones de muertes.
A fines de los 90, sendas investigaciones periodísticas efectuadas en Europa expusieron que gigantes de la industria tecnológica como Apple, Intel y Nokia, entre otras, alentaron el cruce bélico para, justamente, garantizarse la provisión de este mineral de sangre.
¿Qué aplicación se le da al coltán? Se lo incluye en distintos componentes de la industria electrónica actual. Computadoras, celulares, televisores de pantalla plana, cámaras digitales y videojuegos, son algunos de los tantos ejemplos de dispositivos que contienen apenas unos gramos de este mineral color azul verdoso.
Pero no sólo eso. Su uso se extiende a la aeronáutica y hasta al desarrollo de centrales atómicas. Es insumo de la fabricación de capacitores dado que es un efectivo conductor de electricidad –se estima que hasta 80 veces más veloz que el cobre–.
En el mercado internacional el kilo de coltán promedia los 360 dólares.
En las últimas dos décadas, la necesidad por hacerse con el mineral abrió la búsqueda más allá del continente africano. Las empresas comenzaron a efectuar múltiples monitores alrededor del mundo. Australia, Tailandia, Brasil, Canadá, Egipto, Sudáfrica, Nigeria y Malasia fueron parte de la investigación, que arrojó -en mayor o menor medida- resultados positivos. A ese grupo se sumaron, luego, Colombia y Venezuela.
Aquí, el interés por diseñar planes para la futura explotación del coltán comenzó a tomar cuerpo en abril de 2012. Ya en aquel entonces, y ante una indagación periodística que inicié con vistas a profundizar en el tema, desde el seno de GEMERA, cámara que integra a las mineras que realizan tareas de exploración, un alto directivo no escatimó detalles y, en simultáneo a reconocer el sector discutía propuestas de cara a las próximas décadas, afirmó que el Estado sabe de la existencia de reservas locales del metal desde los años 70.
“El coltán se forma en macizos de base granítica. Argentina y Brasil presentan ese tipo de formaciones”, me comentó la fuente, que también señaló que el SEGEMAR –Servicio Geológico Minero Argentino– constató la presencia del mineral en distintas zonas de las provincias de Córdoba, San Luis y Salta.
“Se hizo una evaluación de toda la zona pampeana. También hay indicios en Catamarca y La Rioja. En su momento, el coltán estuvo presente en los viejos programas de exploración iniciados por Fabricaciones Militares. De hecho, en los años 70 ya se evaluaba cómo extraerlo. Con el paso del tiempo y los sucesivos cambios de gobierno ese interés se fue diluyendo”, sostuvo el directivo.
En Córdoba en particular, sendos reservorios de coltán fueron detectados en el valle de Calamuchita y el área correspondiente a las Sierras de los Comechingones.
“En Córdoba se sabe que existe. Pero como el coltán está en basamentos de rocas de entre 200 y 600 millones de años, también es muy probable que esté presente en zonas del norte de Cuyo, por ejemplo. Y también en algunos puntos de Santiago del Estero y en elevaciones y macizos de Tucumán”, me reconocieron desde muy cerca del SEGEMAR.
Entre los mineros hay coincidencias en que las empresas del rubro suelen ocultar este tipo de hallazgos. Y que probablemente ya se esté dando una exportación sin declarar en la Aduana, lo cual debe asumirse como un auténtico caso de contrabando de minerales.
El otro material que excita al empresariado extractivista comprende, en realidad, un abanico de varios elementos: son las llamadas “tierras raras”, una combinación de materiales como lantano, lutecio, escandio, itrio, cerio y neodimio, entre otros, que sólo se encuentran presentes en, también, determinados macizos graníticos.
Al igual que con el coltán, son demandadas por las automotrices que promueven vehículos híbridos, las empresas de celulares y los dueños del negocio de la fibra óptica. El monopolio de este conjunto de elementos es potestad de China, que controla el 90 por ciento de la provisión mundial. La potencia asiática tomó el control del mercado de las “tierras raras” a fines de los años 90 cuando, por política de gestión ambiental, Estados Unidos cerro su mina californiana de Mountain Pass.
Desde entonces, el bloque europeo y los países de relevancia en cuanto a producción tecnológica como Japón, Corea y, por supuesto, Estados Unidos, dependen de la producción china, que a nivel anual promedia las 120.000 toneladas extraídas.
El valor de mercado de las “tierras raras” oscila según el material: va de los 52 a los 3.400 dólares el kilo.
Ante estos números y frente a la perspectiva en términos de demanda, los popes de la minería argentina no dejan de relamerse.
Ocurre que las compañías exploradoras de GEMERA han dado con “tierras raras” en provincias como San Luis, Córdoba, Jujuy, Catamarca o Santiago del Estero. De hecho, ya existen pedidos de permisos de exploración solicitados por compañías de Canadá y Australia.
Documentos de marzo del año pasado impulsados por el Gobierno de Catamarca con respaldo de Nación mencionan a proyectos como Vil Achay, enclavado en el flanco suroriental de la sierra de Fiambalá y hoy enfocado a la extracción de estaño, como uno de los espacios en los que se ha certificado la presencia de estos elementos.
En 2005, investigadores del CONICET verificaron la presencia de estos compuestos en cercanías a la localidad de Jasimampa, en Santiago del Estero. El área ya había sido monitoreada en la década del ’70, pero en ese momento la actividad estuvo acotada a la búsqueda de reservorios de manganeso.
“En el norte de San Luis hace un buen tiempo que se viene trabajando en la detección de ‘tierras raras’. En este momento estamos definiendo las áreas con más potencial para comenzar a promocionar la inversión privada. La idea es poner en valor esas reservas cuanto antes de manera que la provincia pueda salir a buscar oportunidades en el exterior”, me informó un directivo de SEGEMAR hace menos de dos años.
“Las reservas locales tienen la misma calidad que ofrece China o África. Lo relevante para la economía será poder cumplir con las cantidades de ‘tierras raras’ o coltán que demanden los países europeos que hacen nuevas tecnologías”, añadió, sin disimular entusiasmo.
Por supuesto que no hubo mención del desastre ambiental que provoca la extracción de ese conjunto de elementos. Justamente en China, la explotación de “tierras raras” se caracteriza por demandar millones de litros de agua, generar gases con peligrosas concentraciones de azufre y distintos ácidos y, también, originar desechos radiactivos.
En zonas como Baotou, Mongolia Interior, la extracción de estos materiales contaminó suelos y agua de manera irreversible, además de provocar una auténtica epidemia de cáncer en los pueblos cercanos a los yacimientos.
Por las características de estos elementos, la labor en las minas es llevada a cabo mediante métodos prácticamente artesanales. A raíz de estas tareas, es común que los operarios de los yacimientos resulten afectados por enfermedades graves dada la interacción permanente con químicos tóxicos y el ambiente contaminado.
De activarse este tipo de explotaciones –tal como pretende el sector privado y los actores públicos alineados con la economía extractivista–, la catástrofe es la perspectiva que abrirá otra explotación minera signada por el desastre humano y ecosistémico. Apuesta que, como viene ocurriendo en estas últimas décadas de dirigencia argentina, se cocina a fuego lento.
A espaldas de una sociedad que hoy ya no sabe cómo hacer pie en pleno colapso de los hábitats. Y con ínfulas indisimuladas de potencial financiamiento fresco para nuevas políticas retrógradas (al menos) en términos ambientales.