El Freud de la villa: “La poesía y la cumbia atraviesan lo cotidiano”

Damián Quilici, conocido en las redes como El Freud de la Villa, es poeta y artista. “Mamá Luchona” y “Me hacés mal”, son dos de sus libros publicados por Editorial Sudestada y, en un diálogo con nosotrxs, nos contó el origen de su escritura y los diferentes recorridos artísticos que viene realizando en los barrios del Conurbano Bonaerense.

Por Natalia Bericat

Tenés primer nombre y segundo. Sos Damián Quilici, pero también el Freud de la Villa. ¿Cómo nace esa identidad?
Hay dos mundos. Uno es el mío y otro es el Freud de la Villa. El Freud de la Villa nace como una parodia a un psicólogo al que fui. Yo laburaba en una fábrica de papas fritas, y venía laburando desde siempre, desde los 13 años que laburo, pero bueno, tenía 31 años, y laburando en una fábrica de papas fritas, y me acordaba ahí de mi abuelo. Él murió literalmente en una fábrica a los 60 años. Mi tío está hace como 40 años en otra, y yo me decía: “voy a laburar en una fábrica hasta que me jubile”, y bueno, me fui, me fui de ahí y me tomé una licencia. Cuando vas al servicio médico, asumen que tenés problemas psicológicos, entonces te mandan licencia psicológica por 6 meses. Así funcionan las patronales, porque después te pueden despedir. Si dejás de laburar, estás mal de la cabeza. Esa es la lógica. Terrible. Así me fui.
Me surgió la oportunidad de estudiar stand-up. Un día voy a Pacheco y Calle Corrientes. Me tomé el 60, 2 horas de viaje, y un viernes quería ir a comer a una pizzería, que está ahí, una famosa pizzería. Y cuando vuelvo, paso por el Paseo La Plaza, estaban repartiendo volantes, los mismos comediantes, incluso, repartían volantes para que entrés a los shows. Ahí me ofrecieron un descuento, me acuerdo, para entrar a ver un show que se llamaba “El tamaño no importa”. Estaba 50 pesos la entrada, año 2012. Había un comediante, que se llama Daniel Gianelli y me dije “qué bueno que está esto”. Cuando llego al barrio, busco en youtube stand up, me puse a ver videos. “¡Hey, se puede estudiar esto!” y me puse a estudiar. Iba a un curso, el más barato. Me anoté y estuve tres meses escribiendo. Me amigué con la literatura, y de golpe empecé a subir a los escenarios, a hacer reír a desconocidos. No iba nadie del barrio a verme. La movida estaba ahí, en microcentro.
Me daba hasta vergüenza hablar de que yo venía al Conurbano, por todo el prejuicio que había en esa época y empecé a tener como ataques de pánico. Hasta que una vez un comediante, que vivía en Pacheco, me dice “te llevo”. En el camino me empecé a sentir mal. “Me muero”, le dije. Empezó en el pecho el dolor entonces me dejó en el hospital de Pacheco. En el hospital me atendieron, me dieron una pastillita para que me calme, y me dijeron que en la semana a sacara un turno con el psicólogo. Me dieron un sobreturno y el psicólogo me dijo que podía ir a su casa.
Cuando llegué me contó la historia de que estuvo preso en Sierra Chica, se recibió de psicólogo ahí adentro. El pibe hablaba igual que yo: “si vos tenés bodondi, vos fíjate, rescatate”, ya cuando dijo eso, digo, “wow: este es el Freud de la Villa”. Cuando llego a casa, armé una página en Facebook, antes estaba de moda hacerse página en Facebook. Ahí me empecé a subir memes y después empecé a volcar los escritos.
Después llegué a Sudestada medio de casualidad. Estaba en una feria en Tecnópolis, donde había ido a dar un show de stand-up. Ahí compré el libro de La tablada , de Hugo Montero y quedé re loco. Él después me empezó a escribir por Facebook y me dijo que quería publicar lo que yo escribía. Pasó todo rápido. Salió en cuarentena “Mamá Luchona”, en pandemia. Nunca se sabe quién te está leyendo, quién está del otro lado. Huguito fue muy generoso conmigo.

Vi que está muy activo el Laboratorio de Letras del que formás parte en los barrios…
Sí, estamos haciendo bastante y tenemos una orga ahora que se llama Laboratorio en Pie. Es el brazo combativo del Laboratorio de Letras. O sea, gente que está hace rato ya escribiendo y armamos como una organización. El laboratorio de letras es un taller. Más o menos del estilo de los talleres que venía dando y ahora se formó como una organización para dar una mano en los barrios. Hacemos, ¿Cómo te puedo decir? Actuamos, digamos. Por ejemplo, ahora vamos a juntar juguetes, pero tenemos varias ideas. Este es el tercer año ya en el Laboratorio. Hay abogadas, gente de Derechos Humanos de ahí de Avellaneda, militantes. Tenemos un manifiesto propio. El lema es militancia y literatura.

¿Qué pasa en los talleres? ¿Qué cosas van saliendo ahí de los pibes y las pibas que escriben?
Al principio se sumaba mucha gente en los barrios. Hasta que después se expandió, pasamos de tener 20 personas en un taller por mes, a 180 en un mes. Y después se expandió a tal punto que hay gente ahora de Dinamarca (o sea argentinos que están en Dinamarca), Barcelona, Uruguay, Chile. Lo más raro fue alguien que se sumó de Finlandia, y ahora como se están armando como grupitos. Hay gente de Zona sur, Zona oeste, en Caba, Zona norte y en el interior. La consigna es la misma para todo el mundo, pero cada persona le da un enfoque distinto y eso es lo bueno, lo que enriquece. En tres años del Laboratorio, mucha gente editó su primer libro. Es un espacio también más allá de escritura, terapéutico y de contención. Todos los días hay una consigna nueva. La gente se suma, empezamos a rockear cosas, vamos a hacer esto y lo hacemos y vamos para adelante. Hay mucha necesidad de reunirse, sobre todo cuando hay poesía de por medio, la gente se engancha. Está bueno.

Me Hacés Mal es bastante diferente al primer libro. Hay como un inventario. Hay microrelatos, conversaciones, una historia al final. ¿Cómo lo pensaste?
Me hacés mal primero salió en PDF. Obviamente después fue corregido y hay poemas nuevos. Pero Me hacés mal era porque cuando yo publicaba poemas a la madrugada y me escribían para decirme: “me hacés mal, boludo”. Entonces saco un PDF, un librito como yo digo que es para celulares, formato para celulares, con el boceto de lo que es este libro que salió volumen 1. En diciembre, la gente empezó a comprar a lo loco. Lo empezó a comprar y quería más. “Loco, ¿Cuándo sale el segundo?”. Así estuvo un año saliendo Me hacés mal, una especie de fanzine. Y en el medio surge una historia rara que está buena, en la última parte que se llama Te Vas a Acordar de Mí. Todo nace porque veo un meme en Facebook de un pibe en una foto de perfil y en otra foto con otra piba. Lo publico en Instagram y me escribe una de las pibas, me seguía justamente de Morón, Rocío se llama, y me escribe y me dice, “boludo, soy yo”. Y me empieza a contar la historia y a mí me pareció tan fascinante que digo, “¿puedo escribir sobre esto?” y me dice: “Sí, vos mandale”. Y así empezó todo.

Entonces explotó la historia. En pandemia iba al kiosco donde trabajaba esta chica. La gente iba a ver la piba y quería saber más y más. Y se creó una re historia. El primer capítulo tiene cuatro capítulos más. Y fue una historia, por cómo fue ocurriendo, donde se descubre que este pibe tenía doble vida, o sea, una locura, hasta el punto que me llaman de Clarín, para hacer una nota. A diferencia de Mamá luchona, que por ahí era más relatos más sociales, este es como el más poético. Agarrás un número y leés el que querés. Es decir, bueno, “te dedico el poema 43”.

Están, en el libro, dos cosas: el amor, por un lado, y el dolor por el otro ¿no? Esta cuestión, no solamente del dolor por el desamor, sino por las situaciones crudas que muchas veces se viven en los barrios y hay como un contraste ahí que se opone. ¿Es un tema que a vos te está dando vuelta en la cabeza?
Sí. Hay como una psicología del desamor de los barrios y las referencias, digamos. Las referencias en el arte. No sé. Generalmente cuando una película Argentina, cuando tratan desamor, siempre es una pareja que vive en un departamento, que vive en un departamento y se separan y se van a la casa de los padres y, bueno, arrancan otra vida. En los barrios no pasa. Generalmente en los barrios cuando hay desamor, el amor en el barrio, cuando no tenés nada y lo único que tenés es amor para decir. Y cuando ocurren estas cosas, una infidelidad, una traición, el dolor es doble, digamos. Porque, “Hey, te di todo, todo mi amor, y mirá cómo me pagaste o cómo me pagás. No tengo nada”. Esto se ve reflejado en las canciones de cumbia. Esas canciones de dolor, de oscuridad. Esa oscuridad de cuando se te viene todo el mundo abajo. Porque vos te criaste así. Y por ejemplo hay parejas que conviven y se terminan peleando pero tienen que seguir viviendo en el mismo lugar porque no tienen donde ir. Eso se refleja también en la poesía. Cuando hay un desamor la vida sigue. Al otro día tenés que ir a laburar igual. No es que te tomás 15 días de vacaciones. Te vas a la costa y decís, “bueno, me voy a despejar un poco”. No. Y eso se refleja bien en la poesía. Por eso tanto dolor. No tener dónde escapar, digamos. ¿A dónde vas cuando ya no das más? ¿A dónde vas?

Tu poesía además hace referencia directamente a la cumbia; hay una musicalidad
Me gusta la cadencia de escribir. Como si fuese un texto que voy a leer, no sé, viajando en el bondi. Un videoclip de la película, de lo que está sucediendo, y yo leo el texto encima de eso. La cumbia atraviesa lo cotidiano. En un barrio, como en el que yo me crié, a cualquier hora hay cumbia. Vos estás ahí en la vereda, la gente en verano sale en la vereda, la que no tiene patio, y si no se va al patio al fondo y escuchás cumbia por todos lados. Las canciones atraviesan todo. Por eso la gente se queja, pero van al baile. El fin de semana van a bailar, a desahogarse, a desahogar las penas entre cumbias y trago barato. Realmente, la cumbia acompaña todas esas situaciones. Y en la poesía eso tiene que estar. Tiene que estar más allá de las metáforas que a veces uno utiliza. Siempre tiene que haber música en la poesía.

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