El Petiso Orejudo: voces de la escritura

clavados en el barro,
mientras (…) agonizaba
a punto de gozar.
Osvaldo Lamborghini

La novela de María Moreno, periodista, narradora y crítica cultural argentina, había sido publicada por primera vez en 1995 en la Colección Memoria del crimen. La biografía de Cayetano Santos Godino, más conocido como El Petiso Orejudo, fue reeditada este año de la mano de Tusquets Editores. La autora nos presenta un nuevo material ampliado donde introduce otros elementos que enriquecen la primera aparición del texto.

Por Natalia Bericat

Desde la dedicatoria, Moreno nos introduce en el universo de lo infantil donde recuerda a su abuela contando cuentos sobre este personaje que circuló por los relatos terroríficos de los oyentes del siglo XX. El Petiso Orejudo se suma a los sustos provocados por el Cuco o El hombre de la bolsa, seres que aparecían de noche para llevarse a los niños desobedientes. La diferencia: un gran prontuario. La autora se nutre de documentos del ámbito de la justicia, la medicina, los medios gráficos de la época para dar cuenta de la historia de Cayetano. Hace pie sobre las fuentes que le permiten hilar estas páginas con su propia escritura, con el ritmo de la investigación, pero también con la musicalidad que encarna la poesía.
Los elementos de la crónica se entremezclan con la novela de no-ficción para dibujar una fisionomía completa del personaje. Desde su infancia hasta su muerte en el penal de Ushuaia, la autora muestra a Godino de cuerpo entero. La construcción desde lo familiar, contextualizada en los conventillos porteños, va componiendo un mapa de voces en la escritura de la novela. Escuchamos a los personajes, los vemos moverse por los espacios internos y por la atmósfera de los callejones y baldíos de la ciudad donde el protagonista lleva adelante sus infanticidios y su piromanía.
A este El Petiso Orejudo le puse dos voces diferentes, dice María Moreno. La narración es compartida por dos géneros disímiles que se amalgaman para crear una sinfonía estética. Cada capítulo está a cargo del poeta macabro de la más exquisita y tropical imaginación que, con el recurso de la repetición, la sintaxis medida y del Coro (al estilo Shakespeare) nos adelanta información sobre los hechos cronológicos que el segundo narrador tiene para contar. Uno se impregna del otro creando una sola voz que tracciona en la biografía. Él sale a buscar su cometido/y si lo logra su corazón es un tambor dicen los versos que se reiteran. El ritmo de la escritura va al compás de las acciones aberrantes. El sonido de las palabras penetra como un clavo en la sien, asfixia como el piolín que cuelga del pantalón del Cayetano. Hay un traqueteo, como las ruedas del tranvía que recorre los adoquines, que une el espanto (lo esperpéntico) con la belleza de la escritura de María Moreno.
A las voces del texto, la autora agrega los silencios que las mujeres viven en el interior de sus cocinas. Esta novela es también el registro de una sociedad que se gestaba patriarcal en los hogares de los obreros de las clases populares. Al abanico de oficios de los varones, esos que aparecen por debajo de los presos del fin del mundo (carpinteros, afiladores, basureros, torneros, etcétera.), se le contrapone el dolor de las madres: la espalda encorvada por el aseo de la ropa blanca y el peso de los críos.
Leemos El Petiso Orejudo desde la sonoridad de lo que se calla y de lo que se grita. Atravesamos sus páginas con el temblor de un cuerpo que se va muriendo de a poco, de la carne que está por debajo del arquetipo de la locura. La escritura nos pulveriza de a poco como esos huesos de los que ya no queda nada.

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